Muy cerca de la meta: casi un diácono
Padre Luis A. Rivero
Arquidiócesis de Miami
¿Puede recordar la última vez que estuvo en un viaje en automóvil? Si se
encontraba en la autopista, probablemente dependía de las direcciones en los
rótulos, los que no sólo le indicaban su ubicación; también le daban una
referencia sobre la distancia que le quedaba antes de llegar a su destino. Si
había niños entre sus acompañantes, el entusiasmo pudo haber sido tal que la
notoria pregunta “﾿ya llegamos?” se repetía una y otra vez a lo largo del viaje.
La imagen de un viaje en automóvil viene a mi mente al pensar en los pasados
nueve años de formación para el sacerdocio y en los años que les precedieron
cuando, sin saberlo, me preparaba para el viaje. Hay muchos recuerdos
hermosos y emocionantes, momentos en los que el enorme entusiasmo me
hacía preguntar “﾿ya llegamos?”. En otros momentos, la policía me detenía y me
advertía para que no me lastimara o le causara daño a otros en la carretera.
También experimenté problemas mecánicos y neumáticos desinflados. Sin
embargo, a menudo las pruebas eran menores en comparación con las
oportunidades para refrescarme y cargar las energías, que podía encontrar en
los lugares de descanso en la oración, la familia y los amigos, las vacaciones y
los retiros, entre otros, al igual que en los desvíos. En todos estos momentos
hay gran belleza en el hecho de que sucedieron por una razón, para que yo
pudiera llegar al punto en el que me encuentro en estos momentos con todo lo
que necesito para continuar la jornada.
Ahora puedo ver en la distancia el rótulo que había esperado encontrar tras mi
larga jornada. Indica que estoy cerca, pero aún no he llegado. Es el rótulo que la
Iglesia ha colocado en la carretera a través de quienes se han encargado de mi
formaci￳n, quienes han sido como mi “sistema de posicionamiento global”
(GPS), indicando con voz suave que viajo en la dirección correcta. Este rótulo es
mi próxima ordenación al diaconado transitorio.
Este paso es de gran importancia para quienes hemos sido llamados al
sacerdocio porque nos presentamos ante el obispo que nos ordena (con el favor
de Dios, el mío será el obispo auxiliar Felipe Estévez) y prometemos obediencia
a nuestro ordinario (el arzobispo John C. Favalora) y a sus sucesores. También
prometemos celibato y castidad además de rezar la oración oficial de la Iglesia,
la Liturgia de las Horas, y asistir en la Misa, bautizar, ser testigos en los
matrimonios, llevar el viático a los enfermos, y ayudar al obispo en las obras de
caridad.
Estas promesas se hacen durante la hermosa ceremonia del Rito de la
Ordenación . Durante estos nueve años, he asistido a una variedad de
ordenaciones, y puedo asegurarles que la Arquidiócesis de Miami celebra esta
liturgia con gran solemnidad. Aún no he asistido a una celebración similar a las
que tenemos en la Arquidiócesis. Debemos sentirnos muy orgullosos.
Para mí, la parte más emocionante siempre ha sido cuando el candidato se
arrodilla ante el obispo y se le hace entrega del Libro de los Evangelios.
Entonces, el obispo declara: “Recibe el Libro de los Evangelios, de los que ahora
eres heraldo. Cree lo que lees, ense￱a lo que crees y practica lo que ense￱es”.
Estas palabras siempre me han emocionado porque a partir de ese mismo
momento se asume la obligación de predicar el amor de Dios en palabra como
en acción. Esa es una gran tarea, especialmente cuando recordamos las palabras
de San Pablo: “ᄀAy de mí si no predicara el evangelio!” (1 Cor. 9:16).
¿Se imaginan la responsabilidad que se me confiará? ¿Imaginan la
responsabilidad que se nos confía a todos los que hemos sido ordenados como
diáconos o sacerdotes? Es una gran responsabilidad que debe ser compartida
con quienes nos la transmiten y con quienes colaboran en esta misión, el pueblo
de Dios. No puedo imaginar cómo realizar este oficio sin sus constantes
oraciones y apoyo. No puedo imaginar reconocer el llamado, o vocación, sin
aquellos que han estado a orillas de la carretera, con rótulos que me indicaban,
y me indican, la dirección correcta.
Mi viaje aún no termina; quedan muchas millas por recorrer, un año más de
estudios en el seminario antes de la ordenación sacerdotal, Dios mediante, y
luego muchos viajes más por realizar. El 25 de abril, las palabras de San Pablo
quedarán grabadas en mi corazón, y me uniré a él al declarar en palabra y
acci￳n: “ᄀAy de mí si no predicara el evangelio!”.
¡Oren por mí!