Totalidad
P. Adolfo Güémez, L.C.
«¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?» Es la pregunta que Jesús lanza a sus
seguidores en el Evangelio de este próximo domingo (cf. Mt 16,13-19). Cuestionamiento de
proyección fuerte y amplia.
Los discípulos enseguida comienzan a responder. Dan fórmulas conocidas y repetidas por
el gentío. Frases que no comprometen y que los dejan “bien parados”. Como tantas veces lo
hacemos nosotros.
Pero Jesús no se conforma con esto. No le basta con que le repitan lo que se dice de Él. Eso
no compromete. Da un paso más: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». No les da opción
de hacerse a un lado. Los confronta con su conciencia.
La perspectiva cambia. Ya no se trata de repetir lo que los otros dicen. Sino de sacar del
corazón lo que llevo dentro. Eso que, si de verdad lo creo, no puede dejarme indiferente.
Porque tiene la fuerza para transformar todo lo que vivo y hago.
Esa misma pregunta es la que nos hace Cristo a cada uno de nosotros hoy. Una pregunta
que no se responde de una vez para siempre, sino a la que hemos de contestar en cada
momento. A veces con nuestra voz, otras con nuestra oración, pero siempre con nuestra
vida. Porque su trascendencia es capaz de modificar todo comportamiento.
No podemos dar una respuesta de catecismo de primaria. Hemos de madurarla, de hacerla
propia y de darle todo el valor y proyección que tiene. ¿Quién digo yo que es el hijo del
hombre?
Pedro respondió correctamente: «Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo».
Con esta frase no solo se jugaba su fe judía. También ponía en riesgo la propia vida. Pero
eso era lo que creía, y lo afirmó sin temor. Porque por la esperanza que da la fe, vale la
pena sacrificar hasta la existencia misma.
Pero hoy no hablamos de Pedro. Hoy hablamos de ti, de mí, de todo cristiano. ¿Quién digo
yo que es el hijo del hombre?
Claro que “sabemos” qué responder. El hijo del hombre es Dios mismo, la segunda persona
de la Santísima Trinidad. Lo sabemos, sí. Pero, ¿lo creemos de corazón? ¿Con la misma
fuerza con la que lo creía san Pedro? ¿Estoy listo también para jugármela como él?
Si es así, entonces estaremos dispuestos a todo con tal de mantener viva nuestra fe. De otra
forma, seremos tan sólo “cristianos de domingo”, cuyo único compromiso consiste en ir a
misa para “sentirse bien”.
Cristo es más que eso. Jesús nunca fue alguien de medias tintas. Siempre exigió todo a los
que lo seguían. No le importaba la cantidad ni la calidad, lo que le interesaba era la
totalidad. Y así sigue siendo.
Él nos pide la vida misma, en toda su riqueza y amplitud. No porque quiera quedársela o
hacérnosla triste. Sino porque sabe que, si se la entregamos, no sólo la recibiremos de
vuelta, sino que la tendremos en abundancia.
No vivimos tiempos fáciles para ser cristianos. De hecho, no creo que jamás los haya
habido. Porque serlo es ir contra corriente. Porque serlo es dar más de lo que el mundo
pide. Porque serlo es luchar todos los días para amar no sólo un poco más, sino con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Entonces: ¿Quién digo que es el hijo del hombre? Date la oportunidad para renovar la
esperanza de tu fe y volverla a poner en sus manos. Porque Cristo, el mismo que le lanza la
pregunta a Pedro, hoy te la dirige a ti, con idéntica fuerza y el mismo compromiso con los
que la enunció hace ya más de 2000 años.
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