LA CRUZ DE CADA DÍA
En oportunidades se escucha hablar de “la cruz” a esa realidad circunstancial que
suele aparecer en la vida.
Una enfermedad suele señalarse como “la cruz” que hay que vivir.
Algún conflicto familiar suele ser “la cruz” que se debe cargar.
Podría seguir señalando realidades similares para preguntarme si es a ello a lo que
hacen referencia los relatos evangélicos cuando hacen referencia a “la cruz de cada
día”
Cuando identificamos “la cruz” con lo difícil, lo doloroso o lo trágico estamos
mirando igual que aquellos que solamente ven en la cruz de Jesús el instrumento
de su muerte.
Sería muy masoquista de nuestra parte colgar de nuestro pecho el instrumento que
nos recuerde el lugar donde murió ese ser al que queremos.
La cruz de Jesús desprovista del amor allí expresado no es más que un instrumento
de muerte.
Era, para los contemporáneos de Jesús, el mayor instrumento de sufrimientos
extremos, larga agonía y muerte segura.
¿Es eso lo que cargamos sobre el pecho o el signo de nuestro cristianismo? Sin
duda que no.
Jesús transforma el instrumento del dolor en un instrumento del amor.
Debemos saber ver en la cruz la manifestación del cuánto nos amó Jesús.
Es allí donde encontramos la más acabada manifestación del cómo debe ser el amor
cristiano.
Cuando, los cristianos, necesitamos visualizar nuestro amor necesario se hace mirar
a Jesús en la cruz. “No hay mayor amor que el dar la vida por los amigos”
“La cruz de cada día” no puede ser una realidad mas cercana al sufrimiento que al
amor.
Debe ser un prolongado y cotidiano acto de amor.
Por ello, entiendo yo, “la cruz de cada día” es una realidad que está impregnada de
amor de Dios para con nosotros y de nosotros para con Él.
“La cruz de cada día” es, sin dudarlo, algo que hace a nuestra esencia de cristianos.
Los relatos evangélicos nos la presentan como realidad esencial para poder vivir a
pleno nuestra condición de cristianos.
¿Qué es ser cristianos? Es ser prolongadores de Cristo desde nuestras actividades
cotidianas.
La vivencia cristiana se nutre de prácticas y se manifiesta desde lo que cada uno
es.
Sin duda que cada uno ha de decir que está lejos de ser, con su vida diaria, Cristo
para los demás.
Sin embargo Dios, que nos eligió como cristianos, nos confía esa tarea
cotidianamente.
Allí está “la cruz de cada día”.
Saber que, con amor, se nos confía una responsabilidad que va mucho más allá de
nuestras limitadas capacidades.
Saber que, con amor, debemos intentar ser lo más coherentes posibles para
cumplir nuestra responsabilidad.
No se nos pide la perfección sino el empeño constante y cotidiano.
Cada uno de nosotros debemos asumir nuestra realidad con verdad y coraje puesto
que es desde esa realidad que hacemos nuestro intento cotidiano.
No podemos partir de lo que nos gustaría ser ni de la meta que podemos
establecer. Partimos de nuestra realidad.
Una realidad que, en muchas oportunidades, no posee respuestas para brindar.
Una realidad que, en ocasiones, nos desconcierta o no llegamos a entenderla
plenamente.
Nuestra realidad no es tan simple como “dos mas dos”
Nuestra realidad es, en oportunidades, uno o tres como resultado de tal suma.
Por ello es que cada día debemos asumirnos y asumir el desafío de intentar ser lo
más cristianos posibles.
Ese intento solamente posee verdad cuando lo que nos mueve es el amor a Dios y
los demás.
No es posible intentar ser más coherente por un simple motivo individualista.
No es posible que ese nuestro intento se limite a una realidad interior.
Por ello cargar la cruz es un acto de amor como lo fue para Jesús.
Padre Martín Ponce de León SDB