UNIDUALIDAD HOMBRE-MUJER
Enseñanzas de San Juan Pablo II
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EL HOMBRE ESPOSO Y PADRE
El hombre, esposo y padre, está llamado a vivir su don específico y su
propia función en el seno de la comunión y la comunidad conyugal y
familiar.
El verdadero amor conyugal exige por parte del hombre un profundo
respeto hacia la igual dignidad de la mujer. Decía San Ambrosio a los
esposos: “No eres su amo, sino su marido; no te ha sido dada como
esclava, sino como mujer…Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con
ella agradecido por su amor”. El esposo ha de vivir con su esposa una
relación muy especial de amistad personal. Decía San Juan Pablo II: “El
cristiano además está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo,
manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo
tiene a la Iglesia” (FC 25).
Para comprender y realizar su paternidad, el hombre tiene el amor a la
esposa y a los hijos. Cuando las condiciones sociales y culturales inducen al
padre a desentenderse de alguna forma de su familia y de la marcha de la
educaci￳n de los hijos, “es necesario esforzarse para que se recupere
socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por
la familia son de una importancia única e insustituible” (FC 25). Pone de
manifiesto el Papa cómo la experiencia ofrece dos enseñanzas: en primer
lugar, la ausencia del padre provoca desequilibrios sicológicos y morales y
dificultades en las relaciones familiares; y por otra parte, “la presencia
opresiva del padre”, el machismo o el abuso de las prerrogativas masculinas
“que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones
familiares” (FC 25).
El hombre, “revelando y reviviendo en la tierra la paternidad de Dios está
llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la
familia”. Y enumera Juan Pablo II los medios que tiene el hombre para
realizar esta tarea: una generosa responsabilidad por la vida concebida
“junto al coraz￳n de la madre”, un compromiso compartido con la propia
esposa, un trabajo que no disgregue a la familia, sino que promueva su
cohesión y estabilidad y un testimonio de vida cristiana que introduzca a los
hijos en la “experiencia viva” de Cristo y de la Iglesia.
En Terni (Italia), en la Homilía de la misa de la fiesta de San José de 1981
San Juan Pablo II habló del significado de la paternidad en el seno de la
familia. “La familia se apoya sobre a dignidad de la paternidad humana,
sobre la responsabilidad del hombre, marido y padre, así como también
sobre su trabajo”. Y sigui￳ el Papa diciendo que “conociendo los corazones
de los hombres del trabajo, su honestidad y responsabilidad, manifiesto la
convicción de que precisamente ellos asegurarán y consolidarán estos dos
bienes fundamentales del hombre y de la sociedad: la unidad de la familia y
el respeto a la vida concebida bajo el coraz￳n de la madre”.
RECIPROCIDAD Y COMPLEMENTARIEDAD
En la Carta a las Familias 9, se refiere San Juan Pablo II a la maternidad y
la paternidad, que se basan en la biología, pero la superan, pues en ellas
“Dios mismo está presente de un modo diverso a como lo está en cualquier
otra generaci￳n sobre la tierra”, pues solamente de Dios proviene su
imagen y semejanza. “La generaci￳n es, por consiguiente, la continuación
de la creaci￳n”.
En el número 30 de la Carta Apostólica sobre la Dignidad de la Mujer dice
San Juan Pablo II que Dios le confía a la mujer “de modo especial al
hombre, es decir, al ser humano”. Y en el Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz de 1995 explicaba el Papa esta afirmaci￳n, que “no ha de
entenderse en sentido exclusivo, sino más bien según la lógica de funciones
complementarias en la común vocación al amor, que llama a los hombres y
a las mujeres a aspirar concordemente a la paz y a construirla juntos”. Dios
ha creado al ser humano hombre y mujer, para que entre ellos se
estableciera “una relaci￳n de profunda comuni￳n, en la perfecta
reciprocidad de conocimiento y de don”. El hombre y la mujer son dos
interlocutores en total igualdad. Dios ha creado al hombre y a la mujer el
uno para el otro, pero esto no significa que Dios los haya creado
incompletos, sino para una comunión de personas y para ayudarse
mutuamente: “son, a la vez, iguales en cuanto personas y complementarios
en cuanto masculino y femenino”. Por eso –siguió diciendo el Papa en este
Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 1995- “reciprocidad y
complementariedad son las dos características fundamentales de la pareja
humana”. En la educaci￳n de los hijos la madre tiene un papel decisivo,
pero no puede estar sola: “Los hijos tienen necesidad de la presencia y del
cuidado de ambos padres, quienes realizan su misión educativa
principalmente a través del influjo de su comportamiento. La calidad de la
relación que se establece entre los esposos influye profundamente en la
psicología del hijo y condiciona no poco sus relaciones con el ambiente
circundante, como también las que irá estableciendo a lo largo de su
existencia”.
El día 3 de mayo e 1981, habló el Papa a un grupo de esposos del
Movimiento de los Focolares (Familias Nuevas). Les dijo que “por obra del
Espíritu Santo, vosotros os habéis hecho una unidad en dos. La fuerza que
os une es el amor”. Y les recordaba que desde el día de su matrimonio
perduraba “la compenetración recíproca del amor divino y del amor
humano”, pues efectivamente “el amor divino penetra en el humano”.
Por medio de este amor –seguía diciendo San Juan Pablo II- “constituís la
unidad en Dios: la “communio personarum”. Constituís la unidad de dos”.
En el sacramento del matrimonio –proseguía- “habéis sido llamados a
haceros, como marido y esposa, los padres: padre y madre. ¡Qué vocación
y qué dignidad! Pero también ¡cuánta responsabilidad!”. Esta dignidad de
padres –terminaba el Papa- “proyecta luz fundamental sobre lo que sois
para vosotros mismos, recíprocamente como esposos; esto es, ilumina todo
vuestro amor, que se realiza mediante el cuerpo y el alma”.
UNIDUALIDAD Y RELACIÓN INTERPERSONAL
En su Carta a las Mujeres, “a cada una de vosotras” (29 de junio de 1995),
San Juan Pablo II dice que “la mujer es complemento del hombre, como el
hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí
complementarios”. Y a￱ade el Papa que femineidad y masculinidad son
entre sí complementarios “no s￳lo desde el punto de vista físico y psíquico,
sino ontológico. Solo gracias a la dualidad de lo masculino y los femenino, lo
humano se realiza plenamente”. Concluye esta reflexi￳n con las siguientes
palabras: la relación más natural hombre-mujer, “de acuerdo con el
designio de Dios, es la unidad de los dos, o sea, una unidualidad relacional,
que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un
don enriquecedor y responsabilizante” (8).
En la Homilía de la misa celebrada el día 19 de marzo de 1981, fiesta de
San José, en la población italiana de Terni, Juan Pablo II decía a los
esposos: “Vuestra paternidad, queridos hermanos, se une siempre con la
maternidad. Y el que ha sido concebido en el seno de la mujer-madre os
une a vosotros esposos, marido y mujer, con un vínculo particular que Dios-
Creador del hombre ha bendecido desde el principio. Este es el vínculo de la
paternidad y de la maternidad, que se forma desde el momento en que el
hombre, el marido, encuentra en la maternidad de la mujer la expresión y
la confirmaci￳n de su paternidad humana”.
El día 20 de septiembre de 1996, el Papa Juan Pablo II, en la población
francesa de Santa Ana d’ Auray, habl￳ a las familias. Dos fueron los temas
principales abordados por el Papa: el sentido del amor conyugal y la
responsabilidad que con relación a la familia tienen todos sus miembros.
Incluidos los hijos, que también son responsables, junto con sus padres, de
crear un clima de serenidad, que haga posible la entrega generosa y el
desarrollo personal. Los padres -decía Juan Pablo II- han de ofrecer un claro
testimonio de la belleza de la paternidad y la maternidad. Tienen la
responsabilidad de ayudar a sus hijos para que conozcan a Cristo y le sigan
con generosidad. Cuando en las familias hay una fe profunda pueden surgir
las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Son los principales
responsables de un clima de diálogo en la familia así como de encuentros
gratificantes entre todos sus miembros. Han de promover la cultura de la
vida, acogiendo a los hijos que Dios les dé y educarlos para la vida adulta.
Si en la familia -seguía diciendo el Papa- reina un clima de amor y ternura,
de perdón y de entrega, se facilitará a los hijos la forja y el desarrollo
armonioso de su propia personalidad.
En el número 42 de la Carta Apostólica sobre el Rosario, recomienda San
Juan Pablo II que los padres recen esta oraci￳n “por los hijos, y, mejor, con
los hijos”, pues esto les ayudará a “seguir a los hijos en las diversas etapas
de la vida”. En la sociedad de la tecnología, de los medios de comunicaci￳n
y de la globalizaci￳n, “todo se ha acelerado y cada día es mayor la distancia
cultural entre las generaciones”. Mensajes de todo tipo y las experiencias
más imprevisibles “hacen mella pronto en la vida de los chicos y de los
adolescentes, y, a veces, es angustioso para los padres afrontar los peligros
que corren los hijos”. Y concluye el Papa diciendo que con frecuencia los
padres se encuentran “ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos
de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo
desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del
sinsentido y la desesperaci￳n”.
MARIANO ESTEBAN CARO