III-SIGNOS DE LOS TIEMPOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me refería en el anterior escrito, a que uno de los signos de los tiempos, es el éxito
del voluntariado de corta duración. Se acude a una necesidad, o se colabora en la
realización de un proyecto inmediato y tangible y, concluida la actividad, se aleja de
cualquier responsabilidad y hasta se olvida.
Recuerdo que hace años, a los que acudían a Taizé, se les recomendaba
insistentemente que se comprometiesen en sus parroquias. Por una parte, la
Comunidad monacal ecuménica, insistía en la “dinámica de lo provisional”. Temían
convertirse en un simple conjunto de edificios y recuerdos de normas y reglas. El
ejemplo tan próximo de Cluny, que en un determinado momento, representó un
profundo cambio en la vida de los monjes de toda Europa, pero que su éxito y
fama, había conducido a poseer un gran monasterio y a ser propietarios de grandes
extensiones de terreno, que habían degradado el fervor y el testimonio monástico
que tanto influyó en la religiosidad europea occidental. De todo aquello, quedaba lo
que todavía el turista contempla hoy admirado, muros, paredes, piedras, nada más.
Nos decía un día Fr. Robert, que uno de los motivos por los que Fr. Roger había
escogido la pequeña población de Taizé, fue porque habiendo pertenecido a la
famosa y próxima abadía, en consecuencia era un lugar sumamente
descristianizado. Deseaban los buenos hermanos, que la conversión y entusiasmo
que habían experimentado con ellos y los jóvenes que acudían, continuase en sus
lugares de residencia, acogidos, anclados, protegidos y estimulados, por las
parroquias. Buena idea, pero utópica. Las vivencias propias del monasterio y las
que podían encontrar en su parroquia, diferían mucho.
Una serie de factores sociológicos, económicos y políticos, no atraen a los jóvenes a
estas realidades o a otras semejantes, que suponen un compromiso permanente.
Nosotros que sentíamos la necesidad de la hermandad, de la amistad, de la
comunicación personal, ya que la fatal II Guerra Mundial, había conducido a un
fraternal tragedia, sin quererlo, movidos por perversos líderes, fácilmente nos
enrolábamos en aquello que pudiera estimular fomentar y cultivar ensueños de
buenos y grandes ideales. Aunque económicamente nuestra situación era precaria,
era común y no habíamos conocido otra mejor. El gran desastre de la contienda,
facilitaba el cultivo de inquietudes. Reconozco que en nuestra juventud, era más
fácil desear superarnos e intentarlo.
Ahora se experimenta la crisis, recordando el despilfarro injusto anterior. Que
cuesta reconocer que era inmoral. Por otra parte, el legítimo deseo de los padres de
que sus hijos no sufrieran las penas que ellos habían aguantado, ha fomentado la
indolencia.
Los educadores ponen mucho empeño en fomentar hábitos importantes, buenos
criterios, no lo dudo. Ahora bien, la ausencia de una cosa, tan inocente al parecer,
como las aficiones gratuitas, es una enorme desdicha y pobreza espiritual. Parece
que lo supla los fanatismos, sean respecto a un club de futbol, la iniciación y
práctica de deportes que pueden derivar a trofeos y protagonismos, o el
aprendizaje de lenguas extranjeras, pero no es así. Llegado el momento de
comprobar que jugando en aquel equipo o practicando ingles en un viaje, por poner
ejemplos cotidianos, no se consigue protagonismo, satisfacción de la vanidad o
dinero a raudales, se abandona todo y se cae en el terreno al que habían querido
que nunca llegara.
No se me tilde de ingenuo. De la pequeña semilla puede nacer un gran árbol. Un
ejemplo emblemático de la penuria espiritual, es la ausencia del coleccionismo.
Colección de cosas que uno consigue buscando, intercambiando, no simplemente
comprando. Antiguamente un típico ejemplo era el de los minerales, que, hablando
sinceramente, casi siempre, eran vulgares piedras. De cuando en cuando el
hallazgo de algo diferente y no común, satisfacía enormemente. Recuerdo como si
fuera antes de ayer, cuando encontré un pedrusco de humilde cuarzo, que tenía
pegada unas vetas de calcopirita, que yo miraba ilusionado como si fueran de oro.
O los once kilómetros que caminábamos, para traernos a casa, y guardar
celosamente, maclas de yeso en puntas de flecha, a cual más grande, de Villatoro.
Otros coleccionaban sellos de las cartas que recibía la familia, para nada comprarlos
en el estanco. Eso a nadie se le ocurría. Otros tapas de envases o botellas
diferentes y vacías. Hoy la mayor parte de estas cosas, se pueden comprar y más
que ilusión, coleccionar fomenta la ambición. Los “hijos de papá” sin que ni siquiera
lo deseen, reciben de sus progenitores primorosas cajas de piezas, de instrumentos
de laboratorio químico, de maquetas de los más diversos automóviles o
aeromodelos, o inundarles de juguetes educativos.
Teniendo de todo sin habérselo ganado, sin esfuerzo, ni necesidad de destreza para
construirlo, se cae en el desencanto, un signo peculiar y negativo de nuestros
tiempos. ¿cómo vencerlo?
El progreso de las técnicas pedagógicas, entre otros motivos, ha ocasionado que los
padres confíen en las escuelas, en los clubes o asociaciones juveniles, o en las
mismas instituciones religiosas, su labor educativa que les es propia e
intransferible. Los profesionales tratan de hacerlo bien, entre otras cosas porque si
no fuera así no cobrarían. No hace muchos años el chico, acompañado de los
educadores por vocación y sin sueldo, pedían e insistían a los padres que dejaran ir
a su hijo al campamento. No siempre lo conseguíamos. Ahora son los padres los
que acuden a las organizaciones a apuntar a sus hijos, sin ni siquiera preguntarles
a ellos si les gustará, aquella asociación o movimiento, o colonias de vacaciones.
Debe quedar muy claro que los padres son los padres y que el hijo no puede
cambiarlos. Que la enseñanza escolar desde pequeños, la deberán escogerán ellos y
no deben preguntarle a que escuela quieren ir. Ahora bien, el medio extraescolar, la
asociación, el movimiento o los lugares de cultivar inquietudes, soñar futuros
ideales, o formarse cristianamente, es cosa que debe responder a las aspiraciones
libres de los hijos. Si la educación familiar ha sido correcta, en consecuencia, sabrá
escoger. Si se ha limitado a llevarle a clases de inglés, de montar a caballo, a
inscribirlos en algún club deportivo “para que de mayor no se drogue”, el chico
carecerá de escala de valores y un día, sabiendo lenguas, practicando ciclismo o
motorismo y ganando modestos trofeos, recorriendo países, con el único deseo
oculto, y no reconocido, de no estar en casa más que si se trata de pedir dinero,
caerá en el hastío.
No soy pesimista, conozco y reconozco que hoy surgen ideas e iniciativas
encantadoras. Continuaré.