Actitudes para el diálogo
P. Fernando Pascual
20-9-2014
Para algunos, un diálogo llegaría a ser auténtico y sano si se ponen en crisis las ideas dogmáticas
de cualquier tipo y si cada uno cuestiona sus propias ideas. Sólo entonces los interlocutores
estarían abiertos a la escucha de lo que puedan decir los demás.
¿Es correcto este planteamiento? La propuesta es interesante porque dialogar significa hablar y
escuchar, mantener una línea abierta a las dos direcciones. Pero, ¿sólo hay un diálogo así cuando
uno se cuestiona sus propias ideas?
En realidad, el diálogo no necesita poner entre paréntesis lo que uno cree, sino tener una serie de
actitudes que permitan hablar y escuchar según corresponda.
Sin ser exhaustivos, para dialogar lo más importante es mantener un sano amor a la verdad. Ese
amor abre la mente y el corazón a todo aquello que pueda curar errores o perfeccionar lo que
hasta ahora se tenía por algo suficientemente conocido.
En segundo lugar, dialogar exige una actitud positiva, de simpatía, hacia el otro. Tal actitud no
nace si pienso que los dos sabemos (o no sabemos) en igual medida, sino que surge desde el
aprecio por el otro en cuanto tal, sin condiciones, aunque piense que está equivocado.
Ese aprecio permite acoger todo lo bueno y verdadero que pueda ofrecerme el otro, y
comunicarle aquello que yo considero mejor y más válido, sin desprecios o sin complejos. Lo
importante no es imponerse, ni sentirse superior: lo único que interesa es acoger y dar según las
propias convicciones.
De lo anterior surge una tercera actitud: la búsqueda de palabras claras y asequibles, y la sana
inquietud por preguntar aquello que sea oscuro o inalcanzable (un término, una frase), para
evitar malentendidos y para conseguir la máxima comprensión posible.
Muchas conversaciones y discusiones serían realmente fecundas si se aplicasen estas tres
actitudes. Con ellas, dos o más personas conseguirían un enriquecimiento mutuo y vivirían una
de las experiencias humanas más hermosas: la de compartir y recibir los saberes que cada uno
lleva dentro de su mente y de su corazón.