NOTRE-DAME-DE-TOUTE-GRACE
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me refería no hace mucho al Mont-Blanc, fue pura alusión, pero ya que hoy vuelvo
a escribir sobre un lugar también próximo a la montaña, no quiero dejar de anotar
alguna idea sobre esta cima de ensueños, la más alta de la Europa Occidental. Me
tocó, como a todo quisque durante el bachillerato, aprender donde estaba situada y
su altitud, lo asimilé con la misma indiferencia con la que tuve que enterarme de
donde estaban los Andes. Pero, en este caso, dos circunstancias cambiaron mi
interés. En primer lugar la que me enteró de que Pio XI, el primer nombre de Papa
que escuché en mi infancia, mi padre nos dijo a la familia que había muerto. Se
trataba de él sin duda. Más tarde, viviendo ilusionado en el movimiento scout, ya
en el seminario, supe que nos había dirigido un mensaje y que, siendo presbítero,
tuvo gran afición por la montaña, más concretamente, la escalada. Destacó de tal
manera, que abrió una vía de acceso, junto con otro sacerdote llamado Grasselli,
aún se conserva el nombre de “vía Ratti”(su nombre bautismal era Aquiles Ratti).
Fue en 1890. Excuso decir que por aquel tiempo, los Obispos de Roma no tenían
vida personal, nada se explicaba de ellos que no fueran los documentos que
firmaban con su suprema autoridad. Pero de él, y de sus relaciones con los
florecientes santos del Norte de Italia, sí. Tal detalle deportivo nos gustó tanto, que
nuestra unidad se llamó Clan Pio XI. El otro motivo que me hizo sentir aprecio por
el lugar del al que estoy refiriéndome, fue la lectura de la ya novela clásica del
género de monta￱a “El primero de la cuerda” de Frison-Roche. Explicado esto, se
comprenderá el desencanto que para mi supone moverme ahora por el Chamonix
actual, que en nada se le parece. Gozo, eso sí, al divisar el solemne pico, desde
cierta distancia.
Esto ocurre cuando uno va a visitar la iglesia que titula el presente artículo. Me
parece que hay una carretera que sube directamente a Passy, nombre del
municipio, la distancia entonces es de solo 12 Km. Ahora bien, si uno se desplaza
de Ginebra a Chamonix, por excelente autopista, puede desviarse y subir
cómodamente y sin peligro de perderse. La excursión goza del aliciente de que
pocos kil￳metros más arriba de la iglesia, está el “lac vert” precioso en sí y de
magnifica vista del paisaje. Glaciares incluido.
En el “plateau d’Assy” existían unos cuantos sanatorios antituberculosos. Algunos
recordarán lo que suponía hace unos años vencer al bacilo de Koch. La mayor parte
sucumbían. Se decía que era propia de artistas y que respirar aire puro, rico en
oxigeno, propio de bosques y alturas despejadas, facilitaba la cura de la
enfermedad. Quien quiera conocer el ambiente de estos lugares es obligada lectura
“La monta￱a mágica” de Thomas Mann. Advierto que es una novela narrativa que
analiza maravillosamente la situación a veces trágica del hombre en estos
establecimientos. La leí hace muchos años, la recomiendo, aunque por mi parte no
me atrevo a releerla, por su gran extensión.
Pues bien a este maravilloso y plácido lugar llegó el canónigo Jean Devémy, que
encargó al arquitecto Maurice Novarina la edificación de una iglesia que se
adaptase al terreno, pero que a la vez sobresaliera de tal manera que ya su
apariencia exterior representase un faro de esperanza para los residentes de los
sanatorios. Tuvo el acierto de contar con la colaboración del dominico P. Couturier,
que fue con Raymond Regamey, también dominico, durante un tiempo primordial,
el director de “L’art sacré”. En mi época de seminarista, esta revista era con la
Biblia, la fuente de inspiración estética y orientación litúrgica, para los inquietos.
Esta iglesita, lugar de culto católico y museo de arte religioso, fue el fruto de una
actitud valiente. Se decidió apostar por la genialidad del los artistas. Gran
intrepidez, sin duda, en aquel tiempo. Se escogió a los mejores de la primera mitad
del siglo XX, sin excluir a aquellos que su postura personal no fuera ortodoxa
respecto a la Fe cristiana. Tampoco se pretende lo sean los ingenieros, ni los
albañiles, dicho sea de paso.
Hay que advertir que, en una sala de exposiciones, contempla uno obras adquiridas
y colgadas en aquel ámbito, sin que el artista, generalmente, las ejecutara
pensando en el lugar a donde irían a parar. En este caso, no. El P. Couturier dialogó
con ellos y supieron la finalidad que tendría el conjunto y el sitio donde se colocaría
su obra. Digo esto porque, según me explicaron, y es un ejemplo, al proponérselo a
Picasso, contestó que él vivía totalmente ajeno a este campo y, como insistiera, le
ofreció que mirara libremente sus carpetas, para ver si algo le podía interesar.
Cuando vio una pintura que podía encajar, el pintor le hizo ver, que, pese a estar
entre sus cosas, él no la había pintado. Muy al contrario, y es otro ejemplo que me
contaron, P. Bonnard se había leído las obras de San Francisco de Sales y había
estudiado toda su vida, él que no era creyente, para pintar con acierto su imagen.
Uno queda sorprendido cuando la contempla. Advierto que no es precisamente de
estilo realista.
El Cristo de Germaine Richier, que escandalizó en su tiempo, es una maravillosa
plasmación enigmática del texto de Isaías sobre el siervo de Yahvé, que también es
enigmático. El sencillo diseño de Matisse, en cerámica esmaltada, está muy lejos de
los de la exposici￳n “fauvisme” del sal￳n de oto￱o de 1905, de Paris, que tanto
rehusó la crítica y que ahora me entero que no tuvo continuación. Cuando veo las
vidrieras de Rouault no puedo dejar de acordarme de las tertulias en casa de Leon
Bloy que alentaron su fe. Su Verónica es un homenaje a quien tuvo tanta influencia
en su tiempo y todavía es tan incomprendido. (una de las hijas del “ogro místico, se
llamaba Verónica) Mi tan admirado Marc Chagall, aporta cerámica, con su
característico tema del paso del Mar Rojo. F. Leger adorna la fachada con un gran
mosaico de las letanías de la Virgen.
Tal vez lo que sorprenda más, sea el tapiz de Lurçat, fascinante, que se extiende de
un lado al otro del fondo del presbiterio, como en el románico se decoraron los
ábsides. El tema es la visión del Apocalipsis. La mujer a punto de dar a luz y el
dragón de siete cabezas que está esperando que llegue el momento para devorarlo.
Una buena ilustración de las lecturas de la misa del día de la Asunción. Yo la utilizo.
Me he referido a los autores que conozco un poco, que recuerdo y aprecio. No
quiero dejar de mencionar la Santa Teresa de Lisieux, del mismo P. Couturier.
En mis años de seminario, allá por la década del 50, tuve la primera noticia,
después, siendo ya sacerdote, una amiga me trajo un librito y me propuse entonces
visitar esta iglesia. Lo conseguí años después y he vuelto otras veces. Nunca me
han cobrado entrada y en una ocasión tuve el gozo de recibir una entusiasta y
detallada explicación de un joven del movimiento CASA. Maravillosa organización,
que generosamente pretende dar voz al silencio de las imágenes y de las piedras.
Notre-Dame-de-toute-Grace no es un lugar de peregrinación. El que acude y
contempla, no siente que las obras le sugieran devoción piadosa, como ciertas
imágenes, por ejemplo del Cristo de Limpias, ni espera milagros, como en Lourdes.
Tal vez su mensaje se entenderá, si se recuerda la frase de Dostoyevski: la belleza
salvará al mundo. Pensamiento no lejano a lo que el Papa Benedicto XVI y el mismo
Francisco, tanto aprecian.
PEREGRINOS
Uno de los signos de los tiempos, de nuestros tiempos, es la ausencia de
peregrinos. Sorprenderá esta afirmación cuando uno comprueba las múltiples
ofertas que se hacen de peregrinaciones a Tierra Santa y viajes y caminatas a
Compostela. No dudo que sea verdad, ni tampoco de que no sea cierto.
Hace algo más de un mes fui, al museo de diocesano de Solsona. Se anunciaba la
exposición temporal de la cruz de Anglesola. Otro día hablaré de ella con más
detenimiento, es suficiente hoy que diga que su origen está en la peregrinación de
alguien a Jerusalén y que se la trajo para la parroquia. Un recuerdo que quedó y
ahora han querido restaurarla, con sorprendentes resultados.
Lo que ahora contaré es mucho más modesto
Cuando contemplaba la exposición, pensé que tengo conmigo un pisapapeles que
un amigo de mi abuelo le trajo de Getsemaní en 1904. Se trata de un simple tronco
de olivo, labrado por una de sus caras. También conservo de la misma casa y
seguramente con el mismo origen, un pequeño Via-Crucis de nácar.
Recuerdo que desde pequeño me explicaron que aquella botellita vacía puesta a los
pies de la imagen de la Virgen del Carmen, que presidía la piedad familiar, había
contenido agua del Jordán, con la que había sido bautizada una de mis hermanas.
El párroco que había peregrinado a Tierra Santa, se la había dejado como piadoso
recuerdo y signo de amistad. Uno y otro se conservaba desde la estancia familiar
en Calahorra.
Uno puede cambiar muebles, pucheros mantas o vestidos. Estos símbolos
incorporados a lo más íntimo de la familia, no se pueden perder.
Hace unos cincuenta años, me llegó de Suiza, unos amigos me lo regalaron, el
“Récits d’un pelerin russe” lo devoré en dos días. Después, traducido a muchas
lenguas, se ha editado con frecuencia y fue lectura exigida a cualquiera que se
interesase por la cultura rusa o por cierta espiritualidad oriental. El anónimo autor
era un rudo labrador de la Rusia profunda, que se decidió, buscando su salvación
eterna, a peregrinar a Tierra Santa.
¿Cuántos como ellos quedan hoy en día?
Leí en Iton Gadol, un noticiario argentino-israelí que me llega diariamente, que el
gobierno de judío estaba preparando la promoción del turismo religioso para
cuando acabase la guerra de la franja de Gaza. Este género de visitantes es su
principal fuente de ingresos.
Procésense estas nociones, púlsese Enter y dedúzcanse algunos de los signos de
estos tiempos.