Las drogas y nuestros hijos
P. Adolfo Güémez, L.C.
«Cuando la conocí tenía 16 años. Fuimos presentados en una fiesta, por un "chico" que
decía ser mi amigo.
Fue amor a primera vista. Ella me enloquecía.
Nuestro amor llegó a un punto, que ya no conseguía vivir sin ella.
Pero era un amor prohibido.
Mis padres no la aceptaron.
Fui expulsado del colegio y empezamos a encontrarnos a escondidas.
Pero ahí no aguanté más, me volví loco. Yo la quería, pero no la tenía.
Yo no podía permitir que me apartaran de ella.
Yo la amaba: destrocé mi coche, rompí todo dentro de casa y casi maté a mi hermana.
Estaba loco, la necesitaba.
Hoy tengo 39 años; estoy internado en un hospital, soy inútil y voy a morir abandonado por
mis padres, por mis amigos y por ella.
¿Su nombre? Se llama Cocaína.
A ella le debo mi amor, mi vida, mi destrucción y mi muerte.»
Este escrito se le atribuye a Freddie Mercury, aunque personalmente desconozco su
autenticidad. Pero lo que si me consta es que describe vivamente lo que le ha pasado a
miles y miles de jóvenes que han echado a perder su juventud, e incluso su niñez.
Este es el caso de Hans Myhulots, quien a los 9 a￱os comenz￳ a consumir cocaína, “un solo
gramo” a la semana. «Esto lo dejaré cuando quiera, yo soy inteligente», se decía. Pero el
hecho es que esa “peque￱a” cantidad, terminó entre 18 y 20 gramos… ¡al día! Además de
opio, hashish y heroína. Una espiral insaciable nacida de un vacío muy fuerte.
En su testimonio, Hans relata que su mamá nunca le dio el cariño que él necesitaba. Jamás
cocinaba para él algo que le gustara. Para hablar con su papá tenía que sacar una cita,
porque siempre estaba ocupado. Y fue sólo en ese grupo de jóvenes drogadictos donde se
sintió por fin como alguien valioso.
La epopeya de Hans lo llevó a lugares y situaciones donde él jamás había pensado estar. Y
más que llenarlo, lo vaciaron más y más. Llevándole incluso a perder sus piernas, fracturar
su columna vertebral y recibir prótesis de cadera. Hasta que se encontró con alguien que
por fin lo pudo llenar: Cristo.
Pero no relato toda la historia, pues tendremos el gusto de escucharla de viva voz este
jueves 16 de octubre en el Palenque, a las 20.30 hrs.
La juventud es uno de los mejores momentos de la vida. Es donde podemos comenzar a
vivir en plenitud nuestra propia libertad. Por eso me llena de tristeza cuando los jóvenes se
dejan engañar por el espejismo de las drogas, que les ofrece a una falsa promesa de
felicidad, cuando lo único que les da es un vacío acuciante.
El hambre de drogas es insaciable. Como dijo el Dr. Freixa, ex Catedrático de Psiquiatría
de la Facultad de Medicina de Barcelona: «Todos los drogadictos que han terminado
esclavos de la heroína y con graves lesiones psíquicas, empezaron fumándose un porro con
unos amigos».
El drogadicto vive obsesionado con un solo pensamiento: las drogas. Todo lo demás ha
perdido su valor: familia, amigos, trabajo, carrera, religi￳n… Es por eso que está dispuesto
a todo con tal de conseguirlas. ¡Jóvenes, piénsenlo dos veces, eso no es vivir!
Pero en esto, como en todas las adicciones, la verdadera solución es la prevención, no la
rehabilitación.
¿Qué tanto estamos enseñando y educando a nuestros jóvenes en valorar y querer lograr
ideales altos y fuertes, que les ayuden a soñar con ellos y a meter todas sus fuerzas para
lograrlos? Y recuerden que el ideal principal y más importante es Dios.
¿Qué tanto fomentamos en su vida el deporte, el conocimiento o el arte, como medio
extraordinario para evitar caer en esta y en cualquier adicción?
¿Nos aseguramos de que nuestros jóvenes convivan en grupos de amigos divertidos, pero
también llenos de valores?
Y lo más importante: ¿pongo todo de mi parte para que mi familia sea sólida en sus
convicciones, abierta a prodigar el bien, pero también exigente para ser mejor?
Ninguno de nosotros estamos exentos de esta adicción, ni de alguna otra. Pero tenemos
todo de nuestra parte para evitarlo. ¡Hagámoslo!
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