¿Hay autoridades en filosofía?
P. Fernando Pascual
6-10-2014
Se ha repetido centenares de veces que en filosofía no hay autoridades. En otras palabras, que al pensar
filosóficamente uno pregunta, razona, concluye, no desde el apoyo de lo que otros han dicho, sino
desde la mayor o menor claridad de mente con la que desarrolle su investigación racional.
¿Es esto cierto? ¿No asumimos a veces de modo acrítico, incluso apoyados en la “autoridad” de
muchos que lo repiten una y otra vez, que en filosofía no existen autoridades?
Si la filosofía es una actividad humana, surge, avanza y busca desde lo que caracteriza a cada uno, con
sus cualidades y defectos, con su historia y su cultura, y, sobre todo, con la ayuda de otros.
En otras palabras, la filosofía, que da un peso especial a los razonamientos, existe y “funciona” desde
el modo de ser de la persona particular que empieza una reflexión filosófica.
Sólo en esta perspectiva podemos preguntarnos: ¿hay autoridades en filosofía? Si cada persona piensa
a partir de relaciones, diálogos, lecturas; si los temas que preocupan en un determinado momento de la
historia dependen de lo que dicen pensadores concretos y más o menos perspicaces; si nadie razona
desde cero (a pesar de los esfuerzos de Descartes de ponerlo todo en duda); entonces tendremos que
concluir que en filosofía sí hay autoridades.
Desde luego, concluir que el hombre es un animal racional (Aristóteles), o una pasión inútil (Sartre), o
un conjunto de instintos más o menos reprimidos (Freud), o un ser para la muerte (Heidegger), sólo
será posible si los argumentos que cada pensador ofrece parecen convincentes. Pero leer a este o al
otro, plantearnos los problemas según una perspectiva u otra, depende de las “autoridades”, de aquellos
pensadores que con mayor o menor mérito han alcanzado una gran audiencia entre sus
contemporáneos o en los que nacimos y vivimos después de ellos.
El pensar humano continuamente acude a lo que otros han dicho, especialmente si esos otros han sido
personalidades agudas, conferencistas claros o escritores profundos. Por eso, la filosofía, en cuanto
actividad humana, recorre su camino con la ayuda de otros, que podemos llamar “autoridades”, que
han sabido evidenciar problemas a los que prestamos una especial atención gracias a lo que ellos nos
han legado.