MARTÍN DE PORRES
Martín era un mulato producto de la relación de un hidalgo español y una liberta
peruana.
Como la relación era estable existió, también, una hermana.
No podía darse casamiento debido la condición social de ambos.
El español, que había sido trasladado a otra ciudad no lejana a Lima, no dejaba de
apoyar mensualmente, con dinero, a la madre de sus hijos.
Pese a ello las penurias por las que debía pasar la mujer y sus dos hijos eran
notorias.
Aunque la suya no era una situación extraordinaria en aquella época una de sus
grandes penurias eran producidas por el hecho de tener hijos bastardos lo que,
increíblemente, resultaba una mancha difícil de aceptar.
Martín tenía quince a￱os cuando ingres￳, en calidad de “donado” al convento de los
dominicos.
Por más que su deseo era poder llegar al sacerdocio sabía no podría acceder a ello
por su condición de mulato.
En su calidad de “donado” realizaba las tareas más humildes dentro del convento.
Es evidente que decir que era “el negrito de los mandados” era realizar una
ponderación de las actividades que debía realizar.
Durante nueve años realizó las humildes tareas que se le asignaban conforme las
costumbres conventuales del momento.
En un determinado momento, cuando el convento pasaba por momentos
económicos muy difíciles y el prior decidió poner a la venta algunos de los bienes
del convento, Martín se apersonó al prior para sugerirle lo pusiese a la venta como
esclavo para no perder bienes del convento.
Este gesto fue rechazado por el prior y poco tiempo después se le hizo perder su
calidad de “donado” para ser aceptado como lego dentro de los frailes.
Allí comenzó su tarea dentro del convento como despensero y enfermero.
Son muchas las anécdotas que se relatan que ponen de manifiesto las virtudes de
Martín.
Siempre manifestaba su deseo de convertirse en misionero.
Tal vez por ello es que, en diversas oportunidades, se constató su presencia en
África, China y Japón pese a su nunca haber salido de Lima (Perú)
Reiteradamente se manifestaba el hecho de constatar su poder de bilocación pese a
que él, desde su humildad, restaba importancia a tal cosa.
Entre otras virtudes que se le atribuyen es el poder tener una relación
extraordinaria con los animales existentes en el convento.
Se relata que día a día daba de comer a un grupo de ratones con la condición de
que no comieran los alimentos depositados en la alacena del convento.
Era notoria la solidaridad que manifestaba en la atención a los más pobres.
Solidaridad desde el brindar ayuda alimentaria como, también, ayuda en el cuidado
de los enfermos.
Se dice que tenía el poder de sanación y que muchos eran los que lograban la salud
con el solo hecho de encontrarse con Martín.
Pese a que había recibido el apellido de su padre jamás aceptó un cambio en su
condición de lego.
Allí se sentía útil para los pobres de la ciudad y los frailes del convento.
Su amor por los pobres le llevó a la fundación de un hogar para los más
necesitados de la ciudad.
Fue contemporáneo de Rosa de Lima y en diversas oportunidades se encontraron
en largas conversaciones que se mantuvieron en silencio.
Muchos, muchísimos, han sido los contemporáneos de Martín que acudieron a él en
busca de sus consejos, sus oraciones o su ayuda.
A su muerte todo Lima se dispuso a llorarlo con la certeza de haber podido conocer
un santo.
Pasó mucho tiempo para que la iglesia lo proclamase, oficialmente, como santo.
Juan XXIII fue quien lo ascendió a la consideración de los fieles como un camino
que conduce a Cristo.
Su fiesta es hoy y está bueno poder pedirle que ayude a esta nuestra América a
crecer en solidaridad y servicio para con esos muchos necesitados de nuestro hoy.
Sin duda que lo suyo no ha perdido vigencia y necesita manos para que su
propuesta siga sirviendo.
Padre Martín Ponce de León SDB