Personajes secundarios
P. Fernando Pascual
25-10-2014
Una película. El protagonista huye de la policía. Corre por una calle. Empuja a un vendedor
ambulante que cae por tierra. Luego sigue su carrera frenética.
Una novela. La joven acaba de romper con su novio. Camina triste, en silencio, por la plaza. Se
le acerca un mendigo. Sin mirarle a la cara, le deja dos monedas. Luego entra a su casa y se echa
a llorar.
Uno de nosotros en la vida cotidiana. Entramos en la oficina para recoger un documento. Otros
esperan, antes o después de la fila. Quizá un saludo sencillo, pocas palabras o ninguna. Sólo al
llegar al mostrador nos animamos. Explicaciones, súplicas, protestas, y salimos felices con ese
importante papel impreso.
En las películas, en las novelas, en la vida real, hay protagonistas que brillan, que ocupan el
centro de la atención, que sienten y que sufren, que se alegran y que triunfan. A su alrededor, el
guión inventado o la vida real hace que giren otras personas con un rostro más o menos definido,
que entran y salen de la escena de un modo fugaz y discreto.
El escritor de una novela, el guionista de una serie televisiva, centra su atención en pocas
personas, pero “usa”, como parte de la trama, a personajes secundarios que sólo “sirven” unos
instantes. También nosotros, a veces miramos a otros como encuentros casuales, o simplemente
como alguien que nos puede decir dónde se encuentra esa calle y nada más.
Sin embargo, el “personaje secundario”, ese hombre o esa mujer que sólo aparecen unos
segundos durante la película, también tiene su historia, sus sueños, sus ilusiones, sus penas. Igual
que ese policía que pasea tranquilo por la calle, o ese señor anciano que espera a nuestro lado el
momento en el que será llamado por el médico.
Ningún ser humano es un momento fugaz en el camino de la historia. Nadie “sirve” como parte
transitoria de una novela. Para el corazón de Dios, todos somos valiosos, todos tenemos que
llevar a cabo una pequeña o una gran misión en esta tierra.
En un mundo saturado de prisas, de noticias, de rostros, no es fácil abrir los ojos para ver en ese
“personaje secundario” a alguien importante. Tan importante que Dios lo ama. Tan importante
que merece, en mi alma, un lugar de respeto, de atención y de cariño auténtico.