Tensiones
P. Fernando Pascual
8-11-2014
¿Por qué surgen las tensiones? Porque dentro de uno hay tendencias que no pueden armonizarse entre
sí. Porque fuera hay peticiones e intereses que nos dividen, nos inquietan, nos agobian.
Evitar las tensiones es un deseo difícil de alcanzar, pues la vida está llena de encrucijadas: no podemos
ir la misma tarde y a la misma hora a una conferencia o a una fiesta de cumpleaños.
Pero eliminar algunas tensiones es posible si acallamos deseos equivocados, si centramos el corazón en
lo esencial, y si ignoramos presiones que nos ahogan al pedirnos esfuerzos agotadores.
Eliminadas esas tensiones que podemos dejar a un lado, ¿qué hacer con otras que mantienen su aguijón
en nuestras almas? Porque no se puede pedir a un padre o a una madre que olviden las tensiones que
provocan los comportamientos de ese hijo que vive en plena adolescencia, o los problemas creados en
la oficina por culpa de un compañero que critica continuamente a los demás...
En esos momentos, hace falta una mirada atenta y serena para ver qué se puede hacer, cómo afrontar el
problema, cuáles serían aquellos medios concretos que uno puede escoger para afrontar cada situación
de crisis.
A pesar de tantos esfuerzos, las tensiones pueden durar mucho tiempo. El hijo que una y otra vez llega
borracho a casa genera una pena profunda en sus padres, como es dolorosa la tensión que surge en un
matrimonio cuando uno de los dos sucumbe a las adicciones electrónicas.
Ante ese tipo tensiones, siempre podemos mirar al cielo y buscar la paz y la ayuda que vienen de Dios,
y que permiten encarar la situación con una energía insospechada: la que nace de la esperanza y del
amor sincero.
Entonces, ¿es posible vivir entre tensiones y con una dosis sanadora de energía? Sí, cuando
aprendemos esa gran lección del Evangelio: no preocuparnos por el mañana, sino mirar a los lirios del
campo y a las aves del cielo para dejar que cada día tenga su afán. A nosotros sólo se nos pide una
cosa: a pesar de tantos problemas, dedicarnos a buscar con alegría el Reino de Dios y su justicia... (cf.
Mt 6,25-34).