LOS CAMINOS QUE LLEVAN A BELÉN… (II)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pese a que nada externo del genial matrimonio les distinga de los demás, nosotros
que no vivimos ni en su tiempo ni en su país, debemos detenernos un momento y
fijarnos en ellos, imaginando cual sería su apariencia de acuerdo con los usos y
costumbres del momento.
En primer lugar, el vestido. El tejido podía ser de lino o de lana. El algodón, que
conocían desde la estancia de sus ancestros en Egipto, no era de uso común en
Israel, tampoco la seda que por ser artículo de importación de lejanas tierras del
este, su elevado valor las restringía a los magnates, sacerdotales o políticos. Las
gentes sencillas usaban la fibra obtenida de los tallos de una planta, que debía
someterse al remojo y al peinado, antes de poder darle utilidad. La labor siguiente,
el hilado. En la mansión familiar acostumbraba a haber pequeños telares verticales,
accionados por mano materna. Previamente, la mujer iba torciendo los hilos
tensando y afirmando su resistencia, esta labor manual, la llevaba a cabo con solo
dos herramientas de pequeño tamaño: el huso y la rueca. Obtenido el hilo, pasaba
al bastidor de cuyo tramo superior colgaba le urdimbre, que se mantenía tensa
mediante unas pesas de cerámica o simples piedras. La lanzadera iba pasando
entre las fibras de un lado para otro. En las excavaciones tanto de domicilios
israelitas como de otras culturas paralelas, íberos o galos, para referirme a
civilizaciones de mi entorno, se encuentran con facilidad estas pesas.
Personalmente poseo algunas, de Gracia una, de Iberia otras. Si se trataba de
grandes piezas, el ejercicio era duro y reservado a la mayor fortaleza masculina. La
labor se llevaba a cabo horizontalmente
Si la fibra era el lino, evidentemente, no resultaba un tejido muy flexible, ni
tampoco vaporoso. Piénsese en el roce sobre la piel que, en consecuencia, no lo
notaría. Las túnicas de ambos y los pañales para el Niño que esperaban, habrían
salido de estos telares familiares.
La otra fibra era la lana, de oveja generalmente. Si resultaba más áspera aun que
la anterior, piénsese como sería la de cabra adulta o la de camello, importada
generalmente de Cilicia.
Antiguas normas prohibía la mezcla de las dos fibras en una misma pieza.
Por su origen beduino, las gentes del Israel de entonces, utilizaban con mucha más
frecuencia que nosotros hoy, la piel en vestidos de abrigo o para utensilios de
trasporte de enseres.
Sin que lo diga explícitamente ningún texto, iría con ellos un borrico, era común
ayuda y compañía familiar, en todas las casas.
Llevarían para el largo viaje alimentos en reserva. Pan de cebada y aceitunas con
seguridad, fáciles de trasportar y alimento diario muy común en aquel entonces.
Añádase panes de higos secos y trigo tierno tostado, como humilde golosina. Tal
vez uvas pasas y algún dátil. Al pasar por Migdal, probablemente se proveerían de
pescado salado, semejante a nuestros bacalaos o arenques, cuya conservación hoy
en día obedece a las mismas técnicas. Se distinguía esta población, a la que
comúnmente llamamos Magdala, por su dedicación y esmero en esta industria, con
tal éxito lo hacían que hasta se exportaba a la imperial Roma.
El calzado semejaría a nuestras sandalias. El manto masculino, podía cubrir desde
los hombros hasta media pierna y también convertirse en envoltorio para trasporte
de pequeñas cargas. Por la noche servía también de manta de abrigo.
El atuendo femenino era semejante, pero, por lo que se deduce de antiguas
pinturas, con frecuencia se teñía y adornaba con bordados. El manto colgaba por la
espalda y en determinados momentos podía cubrir la cabeza y hasta el rostro.
Parte de este camino lo he seguido a pie en alguna ocasión, propongo ahora que
durante este tiempo de Adviento, en el seno familiar o reunidos quienes forman
algún grupo de inquietud cristiana, se prepare y consuma una “cena de sagrada
Familia camino a Belén”. Imagino que tal experiencia puede tener mayor valor que
otras iniciativas que se han ido degenerando. Y no me refiero a “las posadas
mejicanas” de las que tengo, por lo que me han contado, muy buena opinión.