LOS CAMINOS QUE LLEVAN A BELÉN… (III)
Padre Pedrojosé Ynaraja
El tramo del camino que transcurre paralelo al Jordán es plácido, también
monótono. A nuestro querido matrimonio que marcha a cumplir órdenes romanas,
en la situación que se encuentra la Esposa, a la que se le avecina el parto, se hace
interminable. Divisan, por fin, la Ciudad de las Palmeras: Jericó que está repleta de
recuerdos. Por la llanura que se extiende hacia la izquierda, acamparon sus
antepasados, en espera de entrar en la Tierra Prometida. El profeta Eliseo vino por
aquí y potabilizó el caudal que manaba fertilizando la tierra, pero de desagradable
sabor para los humanos. Para un galileo la palmera no le es desconocida, pero el
derroche que hay aquí les sorprende alegremente.
(Imaginamos que un oasis es un charquito en medio de la arena del que surge un
ramito de palmeras. Seguramente que existen los tales. Yo no he visto ninguno. A
veces se trata de agua que impregna el suelo y que haciendo un agujero, se logra
un pozo o siquiera un pocito, que permite al beduino beber él y su ganado. En su
entorno brota sí alguna palmera, sin que necesariamente sean de las que dan fruto.
Pero la visión lejana de estos elegantes plumeros alegra siempre al viajero. En una
sola ocasión he visto que se colaba por entre las rocas un juguetón chorro
transparente que era conducido a un depósito, para provecho de unas familias, que
tenían plantadas sus jaimas a su alrededor. El oasis de Jericó es único. El agua que
mana hoy en día, seguramente como en tiempos pasados, corre alegremente,
consiguiendo regar algunos campos. En su entorno se levanta esta población, la
situada a nivel más inferior de la corteza terrestre. Ahora casi toca los 400 metros
negativos respecto al Mediterráneo. Su clima es benigno, la vegetación exuberante,
dominando entre todas las plantas las palmeras datileras. En la actualidad abundan
arbustos y árboles propios del continente africano. Recuerdo ahora los flamboyán,
las papayas y diversos cítricos, no precisamente africanos. Busca uno sicomoros por
el episodio de Zaqueo y los encuentra también en abundancia)
El matrimonio peregrino se proveería de estos higos y tal vez también de miel.
Ambos alimentos abundaban y su sabor era muy apreciado, sin descartar los
dátiles, algo más caros. De siempre ha gustado a los humanos el sabor dulce y por
aquel entonces solo se conseguía mediante estos frutos. La ruta cambia ahora de
dirección y de sentido. Se dirige a poniente y ya no desciende sino que se
empinaría zigzagueando por el wadi. La Jovencita a punto de dar a luz sufriría el
esfuerzo que suponía el desnivel. Dicho en términos de hoy en día, les separaba de
Jerusalén un camino de unos 35 kilómetros y un desnivel aproximado de 1400
metros. El fatigado caminante espera siempre ilusionado el momento en que en la
lejanía distingue las murallas de Sión. Todos se miran, se abrazan y cantan las
palabras del salmo: me alegro porque me han dicho, vamos a la casa del Señor.
Continúa subiendo la senda, pero ahora ya se sabe que la meta está próxima. En
llegando a la capital dejan a un lado el Monte del Templo camino a Belén, ya les
quedará muy poco trecho. Y allí ¿Dónde se alojarán?. El Señor nos protegerá
susurra María.