Reconstruir la convivencia
P. Fernando Pascual
6-12-2014
Una nación termina su existencia cuando sus miembros carecen de ideales comunes, cuando cada
grupo busca sólo sus propios intereses, cuando zonas geográficas reivindican sus “derechos” (incluso
su independencia) por encima de sus deberes respecto de quienes viven en otras regiones del mismo
Estado.
Una nación se desintegra cuando pierde parámetros de cohesión y opta por ideas que destruyen a la
familia, que permiten la eliminación de los hijos antes de nacer, que promueven la lucha de clases, que
privilegian los intereses de los partidos por encima de las legítimas exigencias de las personas.
Si esos son los caminos que llevan a la pérdida de la unidad, a la ruptura de los Estados, a la
destrucción de las naciones, las actuaciones opuestas permitirán reconstruir la armonía, el afecto, la
colaboración, la convivencia.
Así, un grupo humano mantiene y fortifica su unidad cuando adopta como criterio básico el respeto a la
vida de todos, sanos o enfermos, no nacidos o ancianos, ricos o pobres, autóctonos o llegados desde
lejos.
Un grupo humano reconstruye su convivencia, si ésta ha sido herida, cuando deja de lado rencores y
malentendidos y se esfuerza por releer en común la propia historia, con ojos objetivos y serenos. Ello
permitirá denunciar errores e injusticias del pasado e individuar aquellos momentos que unieron a la
gente bajo ideales nobles, justos y bellos.
Un grupo humano reconstruye su convivencia cuando sabe integrar las diferencias legítimas en el
proyecto común, que no implica una uniformidad asfixiante, sino una apertura al enriquecimiento
mutuo, más allá de razas, lenguas o condiciones económicas diferentes.
En definitiva, un grupo humano reconstruye su convivencia cuando adopta la lógica de la acogida, de
la escucha, de la colaboración, del respeto, y mira hacia adelante.
En un mundo lleno de tensiones y conflictos, de separatismos insolidarios y de enfrentamientos llenos
de ideologías destructoras, resulta casi un sueño encontrarse con hombres y mujeres que saben superar
las diferencias al defender ideales grandes y proyectos de solidaridad y de justicia auténtica.
Sí, parece un sueño, pero los sueños pueden hacerse realidad cuando son acogidos por corazones
generosos. Entonces resulta posible construir puentes y lazos de unidad que promueven sociedades
basadas en la paz auténtica y el afecto sincero.
Así, quienes viven en un mismo territorio, bajo un mismo cielo, dirán sí a la unidad y la convivencia, y
se pondrán en camino, juntos en un Estado, hacia la única Patria definitiva: el cielo en donde nos
espera Dios, padre común de todos los seres humanos.