LOS CAMINOS QUE LLEVAN A BELÉN… (V)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Sí, pasaron de largo, no entraron en la ciudad, no pudo Ella ver el Templo del que
tanto le habían hablado. Pernoctaron a las afueras de Jerusalén, como muchos
otros también lo hicieron. Ya les quedaba poco. Soñaron los dos. Cada uno a su
manera. A José le costó más dormirse. María era la importante a los ojos de Dios,
pero era él el que debía resolver los conflictos. Tanta responsabilidad le anonadada.
¿qué le tocará hacer a él, cuando llegue el parto? ¿Quién les podría ayudar en
Belén? ¿Dónde encontrarían un sitio para descansar?. Ella se durmió plácidamente
confiando en el Señor.
Al amanecer partieron como tantos otros. Belén estaba abarrotada de gente. Nunca
se habían sentido tan solos. María ya notaba ciertas molestias y se lo dijo. José la
dejó un momento. Tardó bastante en volver. Avergonzado, le contó que ningún
albergue digno de Ella había encontrado. Solo después de mucho buscar y rogar,
les habían cedido un rincón en un abrigo natural, que utilizaban los pastores en
emergencias de lluvia o viento, para proteger al ganado y descansar ellos. Era un
lugar pobre, pero les protegería del frio y de miradas indiscretas. Estarían solos, tal
como Ella quería y sin que ningún peligro les acechase. Sollozaba silenciosamente
al constatar su incapacidad. Ella le consoló. Al oído le confió que creía que había
llegado la hora. José se hundió al darse cuenta de su ineptitud para un tal trance.
Salió en busca de ayuda. Alguna mujer habría en el pueblo que pudiera auxiliarla.
Lloraba por dejarla sola, pero debía hacerlo. Era preciso que encontrara a alguien
capacitado.
Dicen antiguas tradiciones que volvió muy bien acompañado. Había encontrado a
las dos matronas más expertas. Caminaban ellas pausadamente, él quería correr,
pero de nada serviría si las otras no llegaban pronto.
Continúa la historia local diciendo que en llegando la contemplaron con el Crio en
sus brazos. Ya había nacido, ahora bien, la presencia de estas mujeres no sería
inútil, debían lavar al Niño, secarle, vestirle y abrigarle. Se alegraron al comprobar
que todo lo tenía preparado y guardado en las alforjas del jumento. El borrico no se
atrevía a rebuznar de gozo, para no romper el encanto. Encontraron pañales, cintas
y un gorrito. Se dieron de inmediato a su labor.
María rendida no se aguantaba, sentía su cuerpo cansado y el espíritu fatigado. Tal
como le aconsejaron ellas, depositó al Niño en el pesebre. Las pajas fueron un buen
mullido colchón, la barandilla seguridad, las paredes, como las de todas las cuevas,
tibias y caldeadas, suavizaban el ambiente.
El nombre de las matronas lo ha conservado el pueblo sencillo. Dejaron dicho que
la más decidida se llamaba Salomé y la otra Zelomí. Nadie se ha preocupado de
catalogarlas, no las busquéis en los santorales. Si deseáis saber algo al respecto,
acudid al icono. Las veréis en lo bajo, entregadas concienzudamente a su labor,
discreta pero necesaria. María fatigada las mira agradecida.
De repente se oye un murmullo que pronto se torna algarabía. Se miran los cuatro
y miran a los intrusos. Pese a ser inoportuna la visita, se ve a la legua que son
gente de bien. Entran y miran asombrados. Callan. Nadie se decide a hablar,
aunque todos lo deseen. Se rompe la angustiosa espera. Cuentan todos a la vez y
no acaban, de una aparición de ángeles, de un himno que han escuchado. María al
oírlo se tranquiliza. Recuerda que todo lo suyo empezó con la visita de Gabriel, tan
ángel como, por lo que dicen, les han hablado a estos pastores. Quieren ver al
Niño. Las matronas tratan de impedirlo. La Madrecita les confía que el suyo ha
venido para serlo de todos y para todos. Se alza, no sin sufrir ciertas molestia, y
alcanza al Niño, se lo enseña. Lo toman en brazos temblando, temen que se les
caiga o que se rompa, se miran entre ellos perplejos
Hablan ahora todos a la vez y cuentan lo ocurrido. Regalan y abrazan. Deben de
irse, pero no saben hacerlo. Por fin salen emocionados, han dejado unos dones que
esperan satisfagan al Niño. Al pasar por la población, proclaman a gritos lo que han
visto y oído. María lo guarda en lo más íntimo de su corazón.
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