Aristóteles, Periandro y las dictaduras
P. Fernando Pascual
13-12-2014
Aristóteles tenía claro que todo sistema político busca “perpetuarse” como uno de sus principales
objetivos. Los gobernantes desean mantener a toda costa la situación como está, pues así suponen que
estarán a salvo y que podrán alcanzar las metas prefijadas en sus “programas”.
Por eso, entre los métodos de perpetuación de los diferentes Estados, Aristóteles señala uno típico de
los sistemas dictatoriales: cortar las espigas que sobresalen.
La idea no es original de Aristóteles. Simplemente la presenta como un consejo de Periandro (tirano de
Corinto) a Trasíbulo (tirano de Mitilene): hay que “cortar las espigas que sobresalían, queriendo
significar que se deben suprimir siempre a los ciudadanos que sobresalen” (“Política”, libro V,
1311a20-22).
Parece que la idea ha seguido viva a lo largo de la historia, en ambientes no sólo políticos. Si uno
quiere un poder absoluto, si desea realizar sus proyectos revolucionarios o reaccionarios (si esas
palabras mantienen su vigencia hoy día), buscará aplastar a los opositores, sobre todo si tienen
prestigio, si brillan por su claridad de mente y su integridad moral.
No sólo eso: el amante de la tiranía eliminará a quienes podrían ensombrecerle de algún modo. Por eso
tiene miedo a cualquiera que empiece a dar señales de inteligencia, de honradez, de liderazgo, aunque
todavía no haya manifestado ninguna oposición hacia el dictador de turno.
Leer textos de un mundo como el griego, separado de nosotros por siglos y siglos de distancia, permite
descubrir cómo el ser humano conserva mecanismos de maldad que se repiten a lo largo de la historia.
Aunque también nos desvela cómo, gracias a Dios, ha habido y habrá hombres y mujeres como la
imaginaria Antígona, como el misterioso Sócrates, y como tantos opositores de las tiranías de todos los
tiempos, que supieron y saben arriesgar su propio bienestar para denunciar despotismos malignos.
Entre tantos héroes, brilla de modo especial un humilde profeta de Galilea, Jesús, hijo de la María e
Hijo de Dios, que también hoy nos enseña el camino que lleva a destruir la avaricia de poderosos
despiadados y a promover un mundo donde la verdad y la justicia puedan iluminar los corazones de las
personas y de los pueblos.