Carta de un cura al Niño Dios
P. Adolfo Güémez, L.C.
«El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.» ( Jn 1, 14)
Querido Niño Dios:
Como cada año, has recibido miles de cartas pidiéndote muchos regalos y, como siempre,
nos has entregado ya los que más nos convienen.
En esta ocasión yo me retrasé un poco y hasta ahora puedo escribirte. Pero no te preocupes,
no te voy a distraer con cosas que comprar. De todos modos, las tiendas ya están vacías.
Los regalos de este año quiero que sean distintos.
El primero que te pido es que me ayudes a no sentirme indispensable, inmune o inmortal.
Más bien, concédeme el regalo de la sencillez para no concebirme superior a los demás,
sino su servidor, así como también necesitado de ellos. Porque todos necesitamos de todos.
Este año, además, te pido que me regales el amor y la oración para pasar más tiempo
contigo. No quiero vivir de activismo, convirtiéndome en un “workaholic”. Quiero disfrutar
de tu presencia, de mis seres queridos, de los tiempos de descanso.
Dame también un corazón de carne, para tirar definitivamente el de piedra. Porque anhelo
una gran sensibilidad hacia los demás, hacia sus problemas y alegrías, sus anhelos y
esperanzas. Porque no somos máquinas. Ni ellos, ni yo.
Un don muy especial es que me cures de dos enfermedades que me están matando cada día
más. La primera es el alzheimer espiritual. No quiero olvidarme jamás de lo que has hecho
por mí. Quiero recordar siempre los momentos donde Tú me has mostrado tu amor
especial, personal y único.
La otra enfermedad es la esquizofrenia existencial, que me hace vivir una doble vida, sin
hacerle caso a mi conciencia y a lo que Tú me pides a través de ella. Que me hace vivir en
mundos paralelos, sin por ello lograr una paz y tranquilidad duraderas.
Y ya que estamos hablando de salud, te pido también una cirugía plástica espiritual, porque
ya no quiero tener cara de funeral, sino de alegría y esperanza, ¡porque Tú has venido al
mundo!
Por eso, querido Niño, ayúdame a construir mi existencia sobre la humildad, que es el
cimiento más sólido, para que mi alma no se derrumbe ante las adversidades y fracasos.
Porque Tú sabes que la rivalidad y la vanagloria son tentaciones que tengo que superar
todos los días.
Por último, ahora quiero pedirte que te lleves otros “regalos” que ya no quiero tener.
Aleja de mí el cáncer de la maledicencia. Ya no quiero ser partícipe de chismes y cotilleos
inútiles. Tú sabes que la murmuración es una ofensa gravísima a tu amor, y por ello no
deseo ya matar a los demás con mi boca, sino amarlos también a través de mis palabras.
Llévate el catálogo que tengo hecho de los defectos de los demás. Porque sé que todos
tienen muchas más virtudes que errores, pero, ¡ah cómo me cuesta fijarme en ellas más que
en éstos! ¡Dame unos lentes que me ayuden a verlos como Tú los ves!
Arráncame también toda actitud de despotismo. No quiero seguir humillando a los demás
simplemente porque son diferentes a mí.
Remueve de mi alma esa indiferencia respecto a los demás, porque el no darles su lugar es
el signo más claro de que estoy excesivamente centrado en mi egoísmo.
Esto último me cuesta mucho, pero igual te lo quiero entregar: toma de mí todo lo que me
aleje de ti. Porque nada vale de cara a la eternidad sino el amor. Por eso, si hay algo que no
me ayude a encontrarme contigo, ¡entonces arráncamelo de una vez!
En fin, me he alargado y te he pedido muchas cosas. Pero sé que eres generoso, y que me
darás siempre todo aquello que me hace falta. ¡Te quiero!
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