EL CARDENAL
Ocupado en las actividades desconocía, por completo, la noticia.
Sobre el medio día debí ir a un comercio en busca de algunos elementos
para la casa.
Me preguntan si sabía algo y me informan.
La noticia corría como reguero.
Algunos la comentaban con sorpresa.
Algunos la compartían desbordados de gozo.
Algunos hablaban de ello con asombro.
Algunos se referían a ella con incredulidad.
Lo cierto es que la noticia corrió con prisa.
Para algunos era algo inesperado.
Para otros era totalmente nuevo.
No faltaban quienes preguntaban el sentido.
Había quienes cuestionaban la oportunidad.
Estaban quienes entretejían especulaciones para encontrar explicaciones
posibles.
Estaban aquellos que realizaban comentarios carentes de lógica.
El asesinato de Lola se hacía a un costadito ante la noticia.
Los comentarios eran muy diversos y colmados, en su gran mayoría, de
desconocimientos.
Por uno o dos días sería noticia y motivo de comentarios y, luego, todo
volvería a la normalidad.
Suele suceder así con la novedad.
Llega, impacta y se diluye en la cotidianidad de la realidad.
Hoy era novedad y, por ello, era noticia que se comentaba.
El cardenal era el tema.
De él se hablaba y opinaba.
Sobre él se realizaban diversos comentarios.
Resultaba imposible ponerse al margen de lo que se comentaba.
“Está bueno”
“De alguna manera todos nos beneficiamos”
“No creo sea bueno para él”
“En ese lugar va a durar poco”
“Dentro de un tiempito se lo llevan”
Su voz no era distinta ni novedosa.
Su voz no era estridente ni desafinada.
Su voz sonaba como era de esperar y dentro de lo previsible.
Su voz era fuerte y ello llamaba la atención.
Era perfectamente identificable y sonaba como cabía esperar.
Repito, llamaba la atención la fuerza de su voz y, tal vez, ello ya era
novedad.
Quizás su juventud hacía tuviese una fuerza llamativa sin salirse de lo
esperable.
Su voz sonaba y retumbaba pero no era una realidad que molestase o
incomodase.
Esa tarde debí pasar por allí y me detuve.
En un techo que hace las veces de garaje, detrás de una reja y dentro de
una jaula, se encontraba él.
Se sabía seguro detrás de tanta reja y, por ello, ni se molestaba por la
presencia de observadores como yo.
Claro, no era que tuviese mucha fuerza sino que el lugar donde se
encontraba le hacía de caja amplificadora.
Muchas veces había pasado por ese lugar y nunca le había visto. Supongo
que es un lugar nuevo donde le han colocado.
Allí su voz se escucha con tanta fuerza que era el comentario del día.
Todos, en la cuadra, tenían que opinar sobre aquella realidad que se
escuchaba con tanta nitidez desde la esquina opuesta al lugar donde se
encuentra.
Todos, de alguna manera, se sentían beneficiados por aquel obsequio que,
desde su voz, ponía color a la realidad del barrio.
Era un privilegio de aquella casa y lo compartían con todos.
Era un cardenal y su canto era un regalo para todos y había que apreciarlo
y agradecerlo.
Perdón si usted leyó parte de este artículo creyendo habría de hablar de
otro tema que también podría haber merecido este mismo título.
Padre Martín Ponce de León