POLVORIENTOS
Muchas veces me he preguntado sobre la persona de Jesús.
Aquel judío que vivió en Palestina en el siglo I
Sin lugar a dudas no sería un personaje solemne como lo han presentado
algunas películas.
Sin lugar a dudas no sería un personaje almibarado como se ha podido ver
en algunas representaciones.
Me imagino que sería una persona muy normal.
Nada en él sería extraordinario.
Nada en él sería distante de lo propio de un ser humano.
Afirmo esto desde ese asombro que despiertan algunas de sus acciones.
Asombro que, en oportunidades, motiva aquella pregunta muchas veces
escuchada: “¿Quién es este?”
En oportunidades andaría con el rostro cansado. Era un ser humano con el
derecho lógico a un cansancio.
Luego de algunas prolongadas jornadas donde el camino, los calores y el
encuentro con la gente se haría cansancio y su rostro dará señales de ello.
En oportunidades su rostro sería u fiel reflejo de lo que experimentaba
como testimonio de vida.
Serenidad, alegría y cercanía serían algunas de las expresiones que se
reflejarían desde su rostro al transitar los caminos.
Serenidad ya que lo suyo no era una improvisación sino una respuesta libre
y madura al proyecto de “aquel que lo ha enviado”.
Alegría ya que la misma es un requisito ineludible para quien posee la
responsabilidad de conducir un grupo de personas.
Sí, siempre es necesaria una cuota de alegría ya que resulta casi imposible
ayudar a realizarse como personas desde la imposición, el temor o la
sumisión.
La alegría es manifestación de convicción y seguridad aunque todo se sepa
como una prolongada búsqueda.
No dudo en afirmar que Jesús debe de haber sido una persona de mucho
carácter pero, también, con una natural alegría.
Cercanía que no es resignación ante el encuentro con los demás. Jesús era
un buscador de cercanías.
Cercanía que no es la utilización de poses o máscaras ante la necesidad del
encuentro con los otros.
Jesús no se cansa de tomar la iniciativa en la búsqueda de los demás.
No se limita a ser buscado sino que se hace encontradizo.
Sale al encuentro de los demás por ello su gran signo es el de la cruz y en
la cruz de los caminos.
Se podría decir que el movimiento de Jesús y sus seguidores era el de los
polvorientos.
Lo suyo no se desarrollaba al interior de un templo, de una sinagoga o una
casa. Lo suyo era, fundamentalmente, en los caminos polvorientos de aquel
tiempo.
Polvorientos sus posos y los de quienes le acompañaban.
Muchos de ellos eran seres ajenos al polvo ya que eran pescadores pero que
“dejándolo todo le siguieron” para transformarse en levantadores de polvo.
Polvorientos quienes iban en su búsqueda. En oportunidades realizando
largas trayectorias para poder ubicarle, escucharle, dejarle actuar o
empujarle.
Polvorientos aquellos que, luego del encuentro con él, retornaban a sus
casas con el corazón desbordado de dicha, esperanzas y Dios.
Polvorientos aquel grupo que se movía en pos de aquel ser que les
desacomodaba de asombro y dicha pero, también, aquellos niños que
correteaban entre gritos y juegos ajenos a todo.
Todo lo de Jesús dice de movimiento.
Su propuesta no es para los instalados.
La propuesta de Jesús no es para quienes se limitan a cuestiones de
“conocimiento” o “sabiduría”
Lo de Jesús es para los que logran tener corazón y actitud de caminantes,
de ser polvorientos.
Para los que no temen el polvo de ir en pos….
Lo de Jesús es para polvorientos caminantes que no dudan en andar detrán
de un polvoriento caminante como lo es Jesús.
Padre Martín Ponce de León