POR SOBRE EL HOMBRO
Te tengo suficiente confianza como para hacer lo que hice.
Conversamos, dimos unas vueltas y tomábamos unos mates.
Si hubiese sido alguien con quien cabe un cumplido no me ponía a redactar
un artículo.
Sabía de tu presencia y la misma no me resultaba indiferente.
Sucede que eres parte de mi vida y no puede haber, entre nosotros,
cumplidos.
Sabía y sentía tú mirabas por sobre mi hombro lo que iba redactando.
En oportunidades sonreías.
Cuando en mi afán por concluir, de prisa, cometía algún error.
Sonreías cuando equivocaba alguna letra o cuando salteaba alguna.
La computadora subrayaba en rojo la palabra mal escrita pero antes me lo
había subrayado tu sonreír.
Quedabas en silencio cuando me detenía en algún renglón que no lograba
concluir.
No lograba encontrar la forma de redactar la idea que se me había ocurrido
o se me borraba la frase que, en mi mente, comenzaba a esbozar.
Quedabas en silencio y mirabas desde tus ojos grandes.
Luego de un instante, por lo general, borro la frase inconclusa e intento
comenzar con otra con mejor suerte.
En oportunidades te he pedido me ayudes a redactar el artículo y siempre
me respondes lo mismo y tu respuesta es un algo que ya sé.
Tú me ayudas mirando por sobre mi hombro lo que voy escribiendo.
El artículo es mi responsabilidad y debo cumplirla.
No han faltado las veces que te he solicitado un tema y tú respondes con
una risa que me hace saber que ya me has dado temas suficientes.
Intento avanzar en la redacción y sé que lo hago con pasmosa lentitud.
No es que me inquiete tu presencia pero no puedo dejar de saber que estás
allí.
Hay oportunidades en que tu presencia se me hace muy intensa.
En ocasiones sé que estás y ello me anima y reconforta.
No faltan las oportunidades donde olvido, voluntariamente, tu estar allí.
Pero, lejos de retirarte, continúas mirando mi hacer por sobre mi hombro.
Me gustaría ver tu rostro cuando acierto ya que, supongo, tu sonrisa y tu
mirada ha de ser reconfortante.
Me gustaría ver tu rostro cuando cometo algún error ya que lejos de estar
pintado de reproche me haces saber que tendré una nueva oportunidad y
no debo desperdiciarla.
No siempre estás de acuerdo pero nunca reprochas.
Hasta el error es un algo de lo que te vales para que aprenda y mejore.
¿Por qué me cuesta tanto aceptar un error si tú lo haces razón para el
crecimiento y el aprendizaje?
Todo lo tuyo es comprensión, misericordia y amor.
Con todo lo que haces por mí y para mí debería molestarte, y mucho, el que
sea tan ingrato y olvide tu presencia pero no actúas de esa manera.
Me miras por sobre el hombro. Me dejas, libremente, actuar.
Jamás te entrometes para actuar en mi lugar o para enmendar lo que he
hecho.
Soy responsable de mi actuar con todo lo que ello implica pero, también,
jamás dejo de saber que estás mirando por sobre mi hombro.
Claro que me gustaría no fallarte pero…… ¡tengo tanto para aprender!
Claro que me agradaría poder actuar conforme lo que me has mostrado
pero…… ¡necesito mucha coherencia!
Suspendo por un instante mi escritura y te miro.
Me animas a continuar con un “Ya te falta menos”
Te continúo mirando en silencio. Tú sonríes y me dices de continuar.
“Nunca dejes de estar allí”
“Nunca dejes de acompañarme”
“Nunca dejes formar parte de mi vida”
“Nunca dejes de mirar mi actuar por sobre mi hombro”
“Sé que siempre vas a estar pero, Jesús, déjame pedírtelo”
“Terminá de escribir” fue tu respuesta mientras esbozabas una nueva
sonrisa.
Volví a la escritura con la certeza de que continuabas leyendo por sobre mi
hombro.
Padre Martín Ponce de León