ANIMALES Y PLANTAS EN LA BIBLIA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Si Reconozco que he dedicado muchos escritos a este tema y que difícilmente podré
añadir nada nuevo al respecto. También advierto que no he abandonado la afición
por la materia. He ido aprendiendo, enterándome y corrigiendo, lo que pensaba y
hasta lo que había publicado. Descubrir mis errores no me ha desanimado.
Constato que no soy el único que caigo en ello.
No voy hoy a dedicar el presente a nada especial, más bien a divagar.
Decía que he comprobado que otros, con muy superior categoría a la mía, también
en esto a mí se semejan. Pongo un ejemplo. No hace mucho, se ha editado un
magnífico diccionario bíblico. Una multitud de autores la han redactado y su
aportación al conocimiento y a los estudios bíblicos, ha sido grande. Para que el
lector se haga cargo de lo que digo, y sin que sea una prueba correcta, más bien
chusca, pero gráfica, el volumen, que no tiene ilustraciones y que su tipografía es
muy normal, las letras no son ni grandes ni pequeñas, quiero decir que no destaca
por su presentación que simplemente es correcta, pues bien, pesa tres kilos. ¡anda
ya! Y llévate una carretilla, si vas de viaje con ella. Es una maravillosa enciclopedia,
pero a la hora de definir la mostaza, navega sin tino. Esta constatación no la
desacredita a mis ojos. Me resulta muy útil y agradable su consulta y no me
extraña que esta semilla, que solo aparece mencionada en los evangelios y en el
Talmud, no se pueda hoy en día asegurar a qué vegetal concreto se refiera. Se cree
que tal vez no se trate de nada concreto, algo así como nuestra palabra hierba,
zarza o matorral. Pero no lo advierte. Debería decir que no es ni la sinapis nigra ni
la nicotina glauca, advertencia para la navegación de cabotaje. A una y otra planta
se refieren algunos autores y yo mismo he caído en tal error.
Me interesaba desde tiempos antiguos la mandrágora. El nombre suena bien, tan
bien que algunos me han confesado que creían que la planta no existía, que era
puro símbolo. Existe sí y, según manuales, es planta silvestre, común en la cuenca
mediterránea. Debía serlo antiguamente, no lo dudo, pero yo no la he visto nunca,
ni tampoco los lugareños a los que en diferentes sitios he preguntado la conocían.
En un determinado momento, acudí a Internet y compré semillas. Primero en Italia,
después en Alemania, finalmente en Andalucía. Las primeras y las segundas
germinaron, pero no prosperaron. Las últimas sí, llevan vivas en mi casa tres años
y todavía no han florecido. Este vegetal aparece en la Biblia en dos ocasiones. En el
Génesis, dentro de las intrigas matrimoniales de Jacob. (Pese a decir mandrágoras,
se refiere a las raíces, que por entonces se creía fomentaban la fecundidad
femenina). Mis semillas se hicieron planta y les crecieron las raíces. Las vi y
fotografié. Pero no me es suficiente. En el Cantar de los Cantares, se menciona el
aroma de sus flores, pero resulta que la noticia que dan los tratados de botánica, es
que huelen que apestan. ¿Quién tendrá razón? ¿me moriré sin comprobarlo? No es
que esté en juego la inerrancia de la Biblia, pero sí mi curiosidad, que no considero
malsana.
La primera guía de Israel que compré en el país, la que por entonces acompañaba a
todos los viajeros, decía que en el Tabor crecía un roble peculiar y propio de aquel
promontorio. Por más que miraba yo en uno y otro viaje, desde la ventanilla del
coche o yendo a pie, no veía ningún roble por la cima. Sin tener ninguna relación
con mis curiosidades y charlando con una holandesa, me enteré de que los robles
no crecen por la Europa central, ni en muchos otros parajes. Lo común son los
robles. Seguramente las confusiones vienen de que el roble se llama en francés
chene y la encina chene vert. La semejanza verbal facilita la equivocación. Los
árboles se parecen, ahora bien los primeros son caducifolios, las segundas de hoja
perenne, entre otras diferencias de su madera.
El hecho de que el misterio de la Transfiguración tuviera por escenario tales árboles
y que la primera ofrenda de Abraham, inmediatamente de saber que su divinidad
era Dios y que en él mismo, el beduino Abram, que así se llamaba todavía, se
iniciaba la historia de la Salvación, fue ofrecer bajo la encina de Moré un sacrificio.
Advierto que eso de historia de la Salvación él no lo supo, a él se le dijo que sería
bendita por él su descendencia, nosotros incluidos.
Después de diversas consultas, he sabido que el tal majestuoso árbol es el “quercus
ithaburensis”. Me traje en diversas ocasiones bellotas que no brotaron. Supe que
los tales frutos perdían su poder en quince días y encargué que me enviaran por
correo urgente unas cuantas de estas, envueltas en un trapo húmedo. Se hicieron
dos intentos, quiero decir que mis amigos franciscanos de la Custodia, me enviaron
dos veces un paquete con tal contenido. Por fin tengo algunos ejemplares que van
creciendo, algunos los he regalado. Espero prosperen y me sobrevivan, recordando
a los que los vean los misterios que simbólicamente evocan o recuerdan.
Había dicho en diversas ocasiones que en la Biblia no aparecían mencionados los
hongos, pues bien, he tenido que rectificar. En más de una ocasión se le anuncia a
Israel, que pueden ser perjudicadas sus cosechas por la llegada del tizón y el
añublo, que, por lo que veo son hongos parásitos de los cereales, algo semejante a
lo que entre nosotros lo es el cornezuelo del centeno.