LA CASA GRANDE
Debí llegarme hasta una casa porque así me lo habían solicitado.
Había ido, por confiar en mi memoria, a una casa equivocada.
Con el apunte de la dirección correcta me llegué hasta el lugar.
Una casa cargada de años y de tamaño.
Sus inmensas piezas hacían saber de sus muchos años de existencia.
En una de las piezas, aprovechando la exagerada altura de las
mismas, habían construido un entrepiso que resultaba, también,
grande.
La sala utilizada como cocina era inmensa pese a que estaba ocupada
por una mesa de importante tamaño.
Las paredes de ladrillo decían de antigüedad.
En el fondo de la casa se encontraba un aljibe testigo de años que ya
han pasado.
No pude dejar de pensar en el cristianismo de tantos.
Un cristianismo que dice de años.
Un cristianismo que dice de tiempos que ya han pasado.
No creo, tampoco, en un cristianismo mono ambiente.
Esas modernas construcciones donde todo está reducido a la mínima
expresión.
Esas modernas construcciones donde todos los movimientos se ven
reducidos.
Respeto, y mucho, a quienes han logrado ser felices viviendo un
cristianismo de prácticas y ritos.
Ese cristianismo que se limitaba al interior de los templos y no tenía
mucho que ver con la vida cotidiana.
Un cristianismo cargado de dorados y oropeles.
Un cristianismo de cirios e incienso.
Donde todo se limitaba a obedecer y cumplir con lo que se indicaba.
Prácticas piadosas que aseguraban la salvación por sobre lo que se
hacía.
Un cristianismo de casa grande y añosa.
Decía, y lo sostengo, no creo en el cristianismo del mono ambiente.
Donde todo se limita a uno mismo.
Donde lo importante y esencial es lo individual.
Por más que existan algunos inconvenientes de movimiento uno se
acostumbra y logra vivir encerrado en sí mismo.
Creo en un cristianismo de casa funcional.
Donde todo sirva para el encuentro con el otro.
Donde todo se vuelva en función de los demás.
Donde existan oportunidades de solidaridad y generosidad.
Donde todo ayude a la realización personal.
Donde todo haga sentir a uno como persona.
Donde se experimente la necesidad de relación con el próximo.
Donde nunca falten manifestaciones que hagan sentir alguien a los
demás.
Donde todos los detalles sean manifestaciones de bienvenida y
entrega.
Donde la luz entre a raudales para que nadie se olvide de sonreír.
Creo en un cristianismo de casa funcional al servicio de los demás.
Tendrá algo de casa antigua porque hundiendo sus raíces en Jesús y
su propuesta.
Tendrá algo de casa grande porque de espacio suficiente para todos.
Cuando pienso en lugares de Jesús lo primero que viene a mi mente
es Betania.
Casa de amistad donde Jesús solía llegar para ser él y recobrar
fuerzas.
Casa de amistad donde solía refugiarse para poder liberarse de
tensiones y volver a salir pleno de convicciones y paz.
Betania es lo que Jesús nos muestra como lugar ideal.
Betania es lugar a construir y lugar para disfrutar.
Betania es lugar de ser y de ayudar a ser.
Betania es mucho más que un lugar y una casa.
Es un ambiente que se respira y se hacer realidad en amistad que se
bebe a manos llenas.
Betania es casa de encuentro y de aceptación.
Betania es lugar donde el amor se hace detalles y momentos
inolvidables.
Cuando alguien se hace Betania se hace útil e necesario porque
constructor de una realidad mejor para otros.
Jesús nos pide un cristianismo de casa tan funcional como Betania.
Padre Martín Ponce de León