Hebrón/Ciprés
Padre Pedrojosé Ynaraja
HEBRÓN
No recuerdo la definición de historia que se daba en mis tiempos de bachillerato. Lo
que nunca he olvidado era una paralela y chusca, que decía lo siguiente: historia es
la sucesión de sucesos, sucedidos, sucesivamente en... Porque lo que debíamos
aprender en realidad, era una sucinta narración de hechos, testamentos y
herencias, de reyes, con sus batallas ganadas o perdidas.
La asignatura de Historia Sagrada, la cursé anteriormente, cuando era alumno de
los Maristas. A favor del estudio de esta última, recuerdo que, más que datos,
aprendíamos hechos. Tal vez anecdóticos, pero reales y personales.
Las dos cosas que he contado ocurrieron en Burgos. En este cañamazo tejido en mi
memoria, se fueron después bordando las noticias que uno aprendía fuera del cetro
escolar.
Tal vez la primera respecto al titular de hoy, fue la de que el ministro español de
asuntos exteriores, había encendido una lámpara votiva en Hebrón, en la tumba de
los Patriarcas. Lo inaudito del caso era que a un cristiano le hubiera sido permitido
hacerlo. Leo ahora la prensa pretérita y, sin quitar meritos cristianos al
“propagandista” Martín Artajo, de los de Ángel Ayala y Herrera Oria, descubro que
en ello hubo una hábil maniobra del régimen político que gobernaba por aquel
entonces y compruebo que parece que le salió bien el gesto. Me ha acordado
siempre de esta lámpara y de la población. Fue un hito geográfico que nunca
olvidé y lo pegué en el lugar correspondiente, de la sucesión de sucesos
sucedidos….
Compréndase pues, el interés que ya en el primer viaje tenía para mí la visita a
esta población. Nos acompañó el P. Troadec O.P. al que ya me he referido y me
referiré sin duda otro día.
La ciudad entonces estaba aparentemente en calma y nos desplazamos por sus
calles con total tranquilidad. Como tantas otras de esta cultura, parecía que
siempre se celebraba mercado en la población. Añádase el colorido de vestidos
femeninos y de especias a la venta. La misma paz, aparentemente, reinaba las
otras veces que después volví. Muestra de ello es que me desplacé más de una vez,
conduciendo yo mismo el vehículo alquilado y moviéndonos por la ciudad separados
unos de otros, sin que sintiéramos miedo alguno, tal paz era la que se respiraba.
Siempre me encontré a gusto, pasee, compré libros y souvenirs, bajé a la tumba de
Abner sin miedo, pese a la soledad en que estaba enclavada la entrada y la
ausencia total de otros visitantes.
Explicar brevemente la situación actual, requeriría un artículo, y de tinte
exclusivamente político y no es este mi propósito. Sépase que es territorio
palestino, con un enclave judío en su seno y asentamientos israelís en su entorno.
Lo contado será suficiente para comprender que, pese a la importancia bíblica que
tiene, las agencias no lo programen en sus circuitos. Yo tampoco lo he hecho,
cuando me he sentido responsable de los que me acompañaban, que no eran
clientes.
Ahora bien, recuérdese que, en todos los viajes, se acostumbra a anunciar un día
libre, que después no resulta serlo del todo. Y repito también siempre, que para
moverse por Israel, más que dinero, es importante tener amigos. Dios me los ha
concedido en esa tierra desde el primer día y le estoy muy agradecido. En ciertas
ocasiones, acudo a mis amigos cristianos, frailes de la Custodia o monjas y algún
que otro seglar, recurro pidiendo consejo y ayuda. En consecuencia, encuentra uno,
el día que le indiquen, algún taxista con vehículo idóneo que te lleva, sin ningún
peligro por terrenos palestinos ocupados. Advierto que por Hebrón ya no se mueve
uno ahora con la tranquilidad de aquellos tiempos. Sirva de ejemplo que, en uno de
estos desplazamientos, estando próximos a la población, nos paró el ejército, que
no nos quería dejar entrar en la ciudad. Le suplicamos que, ya que habíamos
viajado expresamente desde España, con la intención ilusionada de visitar el
sepulcro de los Patriarcas, nos permitieran proseguir. Valga advertir que yo me
comunicaba en francés con el taxista padre, que él se lo decía en árabe a su hijo, el
otro taxista que nos llevaba, y este a su vez hablaba con el oficial israelí en no sé
qué lengua. Y el diálogo daba la vuelta en sentido contrario. Y paciencia, que
estamos en oriente medio.
-¿Cuánto tiempo necesitan? Preguntó el oficial
-25 minutos, respondí
-Pues, tienen media hora para moverse hasta el edificio y volver aquí. Los
conductores deberán quedarse aquí esperando.
Por las calles circulaban vehículos militares, equipados con artillería ligera, que nos
miraban extrañados. Comunicándose por radio les debían decir que estábamos
autorizados, nadie nos decía nada. Un soldado por señas nos advirtió que
tuviéramos cuidado, que nos podían caer piedras desde alguna ventana. Sé que a
alguna de las compa￱eras de viaje casi sufri￳ un ataque de nervios… pero esto s￳lo
ocurrió aquella vez.
Las Franciscanas Misioneras de María, de la Nablus Road, nos habían puesto en las
buenas manos de aquellos taxistas, buenos también y diestros.
Contento yo, temerosos mis acompañantes, visitamos el gran edificio donde reposa
el amigo de Dios, que este es su nombre. Con sillares de época herodiana, bóveda
gótica de los cruzados, actualmente el edificio, mezquita y sinagoga, es de
utilización conjunta. Para evitar grandes problemas, los musulmanes tienen su
entrada y espacio reservado, los judíos otro diferente. Los cristianos, turistas o lo
que sea, podemos deambular por todo el recinto, eso sí, entrando por una puerta,
saliendo y luego haciéndolo por la otra. Y cubierta la cabeza y descalzos, como es
norma de obligado cumplimiento. Si obramos así, nadie hace ningún caso, como si
se tratara de un animal doméstico.
Cerebralmente pienso siempre que estoy sobre la caverna de Macpelá, recuerdo a
Abraham, mi padre también en la Fe, y que, probablemente, cada uno de los
grandes cenotafios, se levanta sobre el lugar oculto debajo en lo que propiamente
constituye la cueva que el Patriarca adquirió de su peculio, correspondiendo a la
tumba de cada uno de los allí enterrados. Aviso que no se entiende ningún letrero,
escritos en árabe o hebreo, excepto el que en inglés solicita donativos.
Mi labor profesional es sacar fotos, nunca lo olvido. En tiempos de la fotografía
química había ido cargado con cuatro cámaras con diferentes películas cada una y
del peso que tenían las de entonces. En una de las visitas, el guardián debía
cambiar las mechas y poner aceite en la lámpara que pendía en el vacío y que yo
había adivinado otras veces, a través de alguna rendija de la tapa del minúsculo
pozo, protegido con un candado. Se nos permitió fotografiar. Pensé entonces en
Martín Artajo. Se nos permitió también hacerlo por el hueco que comunicaba con
Macpelá. El flash nos descubriría después ver lo que la gente introducía, eran
papelitos con súplicas, supongo. Fuimos afortunados.
Hebrón, pese a estar oficialmente en situación de paz, cuando he vuelto, sus calles
siempre estaban bastante vacías de tenderetes y casi solitarias de viandantes.
En el último viaje, el taxista nos dejó en un acceso a la población que no conocía.
Gratamente sorprendidos ante un imponente edificio, observamos que su
restauración había sido posible gracias a la cooperación española. La placa lo
indicaba. No nos habían puesto ninguna condición, pero en Hebrón no pude
encontrar nada, ni a nadie. La librería donde había adquirido libros judíos en lengua
castellana, también estaba cerrada. Salimos tristes de la ciudad, para desplazarnos
al lugar santo de Mambré. Lo contaré otro día.
CIPRÉS
No podía escoger otra planta. Los recientes vendavales también pasaron por donde
resido. Las noticias anunciaban vientos de más de 100km por hora y, a media
tarde, al salir de casa, me encontré uno de los cipreses que la custodiaban,
tumbado sobre el huerto. Mi guerrero, uno de ellos, había caído. Era viejo,
seguramente el más viejo de los tres, medía 14 metros, murió silenciosamente, sin
molestarme, suavemente. Sus dos compañeros seguían en pie. A su lado un
aprendiz, un arbolito que apareció en un tiesto de al lado, sin saber cómo. Se trata
de otra variante de la especie. Me limité entonces a hundir la maceta en el suelo, se
espabiló él y ahora ya se yergue ufano, alcanzando casi 4 metros. Lo ha conseguido
en escasos 15 años. Hace poco he descubierto otro, por entre una incipiente
enredadera. Por más que lo había intentado sembrando yo, abonando y regando
muchas semillas, nunca había conseguido que germinara alguna.
El ciprés, con estos intentos míos, me ha demostrado que, como tantas otras
plantas, se siente mejor cuando aparece libremente en donde quiere y cuando
quiere, y sin que casi nadie se entere. Este que va creciendo y se inicia en el
paisaje, altivo, dejándose mecer, llegará a su plenitud mucho después de que yo
muera. Es una potente lanza que quiere perforar el firmamento y hacia él me invita
a mirar.
Fueron estos árboles custodios de los muertos, a los que ya de lejos daban la
bienvenida cuando los cortejos se acercaban, en nuestros camposantos.
No querían ser exclusivamente compañeros de enterrados. Se sentían capaces de
expresar, situados en otros lugares, la hospitalidad de los hogares cristianos. En la
Cataluña en la que resido, un ciprés junto una casa de campo, le decía al peregrino
que allí podría saciar su sed. Si había dos, le darían comida y bebida. Si tres podía
confiar que le ofrecerían lugar para pasar la noche al abrigo, dentro de la vivienda.
Mis primeros recuerdos de los cipreses los situaba en el rincón de los árboles
tristes. Ahora ha cambiado, fue a partir de ver el precioso ejemplar del claustro del
monasterio de Santo Domingo de Silos. Descubrí su belleza, su espiritualidad.
Gerardo Diego se la cantó en un soneto que compuso, la primera noche que pasó
en el cenobio. No me resisto a trascribirlo aquí. Ya acabare otro día mi comentario.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Quiero recordar aquí, para acabar por hoy, otro ciprés que ignoro si alguien lo ha
cantado. Se trata del ejemplar estratégicamente situado en el llano de Elías, media
hora antes de llegar a la cima del Gbel Musa, la montaña de Moisés, en el macizo
del Sinaí. En este lugar, según tradición, el profeta supo que su Dios no era ni
terremoto, ni tempestad, era suave brisa. Este ejemplar, según me han contado, ya
que la noticia no la he visto publicada en ninguna crónica, también ha caído
derribado. ¿Quién será ahora el heraldo del mensaje allí revelado ?