PROTAGONISMO
Hace ya un tiempo, creo, utilicé para un artículo el mismo hecho al que
volveré a hacer referencia ahora.
Nos encontrábamos en una reunión.
Una señora nos compartió su experiencia.
En un determinado momento manifestó su satisfacción por haber
“convertido a cinco”
Había estado visitando gente de su barrio y había logrado, con su visita y su
conversación “convertir a cinco”
Ello le había proporcionado una satisfacción tan grande que nos invitaba a
todos a realizar la misma experiencia.
Continuó la reunión y a todo lo que se hacía referencia ella volvía a insistir
en su haber “convertido a cinco”
La señora no se daba cuenta de que ya abusaba de su reiteración.
Cuando reiteraba su relato varias miradas se cruzaban.
Yo, debo confesarlo, ya estaba bastante molesto con su “haber convertido a
cinco”
Se habló de una dificultad que se experimentaba y, entonces, ella volvió
con su “si ustedes hiciesen lo que yo hice no pasaría eso porque salí, visité
y convertí a cinco”
No me aguanté más: “Pensaba que el que convierte es Dios y no nosotros.
Ni idea tenía de que teníamos el poder de convertir”
Sin duda debe de haberse molestado con mi intervención ya que no volvió a
hacer uso de la palabra.
Suele ser muy común que nos atribuyamos un protagonismo que no nos
corresponde.
Suele sucedernos que hagamos algo esperando ver resultados.
Lo nuestro debe limitarse a realizar aquello que entendemos es lo que
debemos hacer.
No podemos hacer cosas esperando el que los otros cambien.
De actuar de esa manera nos estaríamos atribuyendo un protagonismo que
no nos corresponde.
Al actuar de esa manera no estaríamos respetando al otro en su realidad ya
que estaríamos pretendiendo un cambio que le corresponde al otro.
Lo nuestro es hacer lo que debemos y, luego, dejar que Dios actúe.
Él debe ser, siempre, el verdadero protagonista de nuestras acciones.
Esto, en teoría, lo tenemos muy claro pero en la práctica suele no ser tan
así.
Actuamos y esperamos.
Damos e inconcientemente esperamos a cambio.
Si todo fuese una cuestión de nosotros Dios no tendría mucha ingerencia en
nuestra vida.
Con tranquilidad podríamos construir nuestra historia prescindiendo de
Dios.
Dios debe ser protagonista en nuestra historia porque así lo es.
¿Cómo sé qué es lo que debo hacer? Porque Dios me ayuda a discernir.
¿Cómo puedo hacer las cosas correctamente? Porque Dios me ilumina para
actuar conforme lo que es más conveniente para los demás.
¿Cómo puedo ser útil a los demás? Porque Dios me ayuda a que pueda
poner lo mejor de mí al servicio de los otros.
Dejemos que, así como es protagonista en nosotros, sea protagonista en los
demás.
Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos.
Es Dios quien ayuda a que los otros valoren lo que se hace por ellos.
Es Dios quien ilumina a los otros a descubrir la razón del por qué se hace
algo por ellos.
Es Dios quien hace tomar conciencia de la necesidad de un cambio.
Es Dios quien fortalece para que un cambio pueda hacerse realidad.
Lo nuestro no es otra cosa que un dejar a Dios actuar desde nosotros.
Cuanto más protagonismo tenga Él desde nuestro actuar más efectivo será
lo nuestro.
Cuanto más protagonista seamos menos efectividad tendrá nuestro
accionar.
Para actuar correctamente debemos mirar el accionar de Dios que es pura
gratuidad.
Da sin esperar a cambio.
Da dejando actuar nuestra libertad frente a lo suyo.
Dejando actuar nuestra libertad y respetando nuestros tiempos así como
nuestras determinaciones.
Dios, por más que lo sea, está lejos de imponer su presencia y ello, muchas
veces, nos hace creer que somos los protagonistas.
Padre Martín Ponce de León