HEBRÓN-2
Padre Pedrojosé Ynaraja
Expliqué que la primera vez que fui al lugar, lo hacía con emoción y era una visita
desde hacía mucho tiempo deseada. Lo primero que constaté aquella vez, y las
sucesivas, era la falta aparente de dos tipos de personas corrientes en el entorno
de cualquier monumento occidental. No me ha parecido ver gente con interés
histórico-arqueológico, japoneses y norteamericanos incluidos, ni tampoco otros
que estaban con actitud emotiva o piadosa.
Trato de explicármelo a mí mismo, pensando que por parte musulmana existe un
fundamental interés en no alterar el reposo de los muertos. En el ámbito a ellos
asignado se ven personas en la actitud de oración que conocemos por otros sitios,
casi exclusivamente varones, muy pocas mujeres hablando fraternalmente entre
ellos. Aparentemente eran indiferentes a la singularidad del lugar. Lamento no
tener fotografías digitales de estos y a las químicas debería someterlas a proceso
de cambio y equilibrio de color, que ahora no puedo hacer. Pienso que tal vez es
que sentí miedo y no me atrevía a sacarlas, las dos últimas veces que estuve.
La parte destinada a la comunidad judía es otra cosa. Hay que advertir que uno
tiene la impresión de que se sienten los amos propietarios supremos y exclusivos
del edificio. Abundan las estanterías y muebles para reposar o facilitar la lectura.
Las diversas posturas que escoge cada uno, sin importarle quien les vea, nos
sorprenden. Hay que tener en cuenta que para un hebreo, la oración no es una
acción exclusivamente mental, o mental-vocal, como entre nosotros. Es una
actividad que incorpora todo su ser, de aquí que se muevan, balanceen a derecha
izquierda o rígido-inclinado, monótonamente, sin estar quietos, cosa que nos cuesta
comprender y aceptar.
La separación mediante una reja estratégicamente puesta, permite la proximidad
de cada comunidad al cenotafio de los patriarcas-matriarcas, pero sin poder
mezclarse. Se puso para impedir actos de terrorismo, como no hace muchos años
ocurrió. Por supuesto que no se paga entrada.
Ya dije que nosotros los cristianos, nos movemos con total impunidad e
indiferencia. Confieso que yo personalmente, me intereso más por los detalles que
observo, dejando la acción de gracias a Dios, para momentos posteriores. La
distancia que separa Hebrón de mi domicilio y mi querida iglesita donde rezo varias
veces al día, es de unos cuantos kilómetros y no puedo estar visitando Hebrón cada
dos por tres. Recuerdo que el Señor dijo que en todo lugar se podría adorar al
Padre en justicia y verdad y pensarlo me consuela que sobre la caverna de Macpelá
no eleve al cielo ninguna súplica.
Me interesa mirar por las rendijas que comunican la planta donde estoy de la
caverna que está debajo. Me gusta pensar que allá en la oscuridad está el lugar que
Abraham compró para enterrar a su muerta y que posteriormente eligió para que
fuera también el de su reposo.
Abraham, Sara, Lía, Jacob, Isaac… casi todos reposan allí. Antes de entrar en Belén
se encuentra el recinto, con su correspondiente cenotafio en el centro, donde Jacob
enterró a su amada Raquel. Vuelvo a Hebrón. El cenotafio dedicado a José, no
corresponde con su tumba, situada cerca de Siquem. Allí está, según me dicen, su
espíritu. Debe uno llevar una guía donde se detalle el color del tejido que cubre
cada uno de los solemnes monumentos funerarios, para saber a quien está
dedicado cada uno.
Advierto que no me pronuncio sobre la autenticidad arqueológica de lo que estoy
contando, me limito a dar noticia.
Sentía una gran satisfacción cuando antes visitaba la ciudad de Hebrón. De allí era
David y allí reinó sobre las tribus del sur durante siete años. Es una población
habitada casi continuamente desde épocas prehistóricas. En la actualidad
destacaban sus talleres de vidrio artesano soplado y coloreado.
Paseando por la ciudad uno comprueba por sus calles vestigios de diversas culturas.
El edificio que domina y da prestigio es el que hasta ahora me he referido. Los
grandes bloques calcáreos de la base, son de época herodiana, la característica
franja que adorna los bordes en cada borde de sus sillares, lo denota. Por encima
de este nivel se levantan muros de época cruzada, que en su interior lucen
crucerías góticas. La cultura musulmana ha enriquecido el edificio con minaretes y
decoración genuinamente suya, la geometría, el colorido y las lámparas que
abundan en todas las mezquitas, lo evidencian.
Para entender urbanísticamente la población, cuyo nombre antiguo era Quiryat-
Arbá (ciudad de Arbá) y el edificio del que hablo Al Khalil (el amigo) hay que tener
presente las aportaciones de la época de ocupación otomana, la guerra de Crimea,
el dominio inglés y las vicisitudes acaecidas a partir de 1948, año del
reconocimiento por parte de la ONU de las dos naciones: Israel y Palestina. A partir
de entonces se suceden periodos de guerra, de armisticio y de cierta tensa paz. He
de confesar que en mis primeras visitas gozaba de total tranquilidad, espero que,
con el tiempo, tal calma vuelva a imperar.
Me gustaba antes meterme por sus estrechas calles oír, oler y ver su original
aspecto. Me impresionó una vez contemplar un entierro. Acompañaba al féretro la
multitud que empuñaba ramas de palmera muy solemnemente.
Visitar las factorías de vidrio y comprar recuerdos era otra atractiva ocupación.
Son cosas propias de un pasado cercano. Hoy se huele a rivalidad y desconfianza.
Judíos y árabes, descendientes de Abraham, y cristianos, hijos de de el que
consideramos nuestro padre en la Fe, deberíamos encontrarnos en Hebrón,
reunirnos con afecto fraternal. Nada de ello se respira allí.
Deja uno con cierta pena la ciudad, para ir al lugar santo de Mambré. Antiguamente
yo decía que 4km separaban los dos sitios, hoy en día creo que todo está ocupado
por asentamientos judíos y uno no se da cuenta de las distancias que recorre.
Cuesta llegar, no hay indicaciones, ningún letrero. La última vez que estuve,
nuestro chofer le preguntó al guardián que qué había allí, que valor tenían las
piedras que se encerraban dentro de las vallas y que estos turistas, nosotros,
tuvieramos tanto interés en ver. El de las llaves le contestó: me parece que aquí el
Profeta edificó una gran mezquita (sic).
Lo primero que sorprende en Mambré es la ausencia de árboles, de encinas, de
terebintos o de vegetación de tipo salix, que uno supone debería conservarse. Una
sola triste higuera crecía junto a un muro la última vez que estuve. La explanada
conserva todavía algún espacio de pavimento en mosaico de época bizantina. El
pozo de un ángulo, según parece, es de los tiempos patriarcales. Acotado el terreno
por inicios de lo que en tiempos antiguos sería un muro, nada sugiere este terreno,
pero se respira la solemnidad del desierto, que allí mismo se inicia.
Por mucho que me esforcé, no escuché el eco de la carcajada de Sara, cuando oyó
que de inmediato iniciaría la gestación del soñado heredero, ni distinguí la severa
mirada del Señor que no le hizo gracia que la matriarca no le creyese. Tampoco por
el camino hacia el este, quedan huellas de los tres misteriosos Caminantes.
Cierra uno los ojos y recuerda la equilibrada representación que de este lugar ha
visto, realizada en mosaico en Ravenna, de tonos azulados. Los abre de inmediato
y los vuelve cerrar ,pensando en la escena sorprendentemente viva, pintada por
Marc Chagall que más de una vez ha visto en el museo del mensaje bíblico de
Cannes. Las dos versiones me encantan, cada una respondiendo a la mentalidad del
artista que las ejecutó con maestría. Piensa también que la tradición de las Iglesias
Orientales, ve en la escena del Génesis que aconteció aquí, un adelanto de la
revelación del misterio de la Santísima Trinidad. ¿Qué pensaría Andrei Rubliov si
estuviera ahora visitando esta inhóspita explanada?.
Pese a la dejadez que reina, uno siente que allí Dios quiso ser el confidente de
Abraham, no ocultó los buenos proyectos de proporcionarles un hijo a aquel
matrimonio anciano, ni ocultarle la tristeza que sentía por las radicales decisiones
que iba a poner en práctica, en las pervertidas ciudades de Sodoma y Gomorra.
Por el camino, hemos intentado más de una vez, visitar la iglesia ortodoxa donde
dicen conservan todavía la encina bajo la cual acampaba el ilustre beduino, padre
de tres grandes actitudes religiosas: judía, musulmana y cristiana. Nunca lo he
conseguido, pese a la multitud de timbrazos que hemos dado en el dintel de la
puerta.
A la vuelta de Hebrón se pasa, si uno quiere todavía más alimento espiritual, por el
convento del Hortus conclusus. En honor del texto del Cantar y atribuido, o
trasportado mentalmente, a Santa María. Siente uno la satisfacción de encontrarse
allí a monjas de procedencia latino americana, que nos reciben alegre y
acogedoramente y, sin pagar entrada, nos enseñan la iglesia y su entorno. Hablo
del último viaje, que en las otras ocasiones, no nos habíamos detenido.
Antes de llegar a Belén puede uno ver la conducción de agua que, desde las
“piletas de Salomón”, inmensos depósitos, mini pantanos los llamaríamos, conducía
el liquido elemento a Jerusalén. Son tubos de piedra de gran calibre, muy bien
empalmados uno en otro, a semejanza de los que hoy se fabrican, con cemento o
materiales plásticos.