COMENSALÍA
Teniendo en cuenta la importancia que los relatos evangélicos brindan a las
comidas de Jesús se nos ocurrió realizar una experiencia.
No podíamos tomar ideas prestadas puesto que las mismas, que han de
existir, no eran de nuestro conocimiento.
Se propuso realizar dicha experiencia durante todos los viernes de
cuaresma en horas del atardecer.
El templo se vistió con una larga mesa pronta para recibir a quienes habrían
de participar de ella.
La comida distribuída en distintos lugares de la mesa.
Las botellas de refresco y los vasos tratando de estar en cercanía de cada
uno de los comensales.
¿Qué es? ¿En qué consiste? ¿Cómo se desarrolla?
Todo era improvisación y primera experiencia.
Un grupo importante de personas ocupó los espacios disponibles haciendo
perder protagonismo a la mesa dispuesta.
Las voces se alzaban delatando un clima de fraternidad distinto a lo que
pueden ser las frecuentes reuniones dentro del templo.
Una vez todos ubicados se realizó una breve explicación de lo que se
intentaba realizar.
Se continuó compartiendo la comida.
Las bandejitas iban quedando al descubierto mientras la comida que estaba
sobre ella desaparecía y las voces volvían a adquirir fuerza.
Estábamos compartiendo.
Compartiendo vida, compartiendo un lugar, compartiendo una misma
comida.
Allí se compartió, también, una breve reflexión.
Comentarios espontáneos. Preguntas que iban surgiendo. Comida que
seguía desapareciendo.
Casi todos los presentes habían llegado con algo para compartir.
La parroquia debía ofrecer lo que tenía.
De alguna manera se notó un cambio en el ambiente.
Continuaba presente la fraternidad pero se le añadía respeto y seriedad.
Íbamos a continuar compartiendo a Jesús ya que la fraternidad siempre es
una forma de compartirlo.
Compartiríamos, a continuación, el alimento de su Cuerpo.
Acompañado de una sencilla oración espontánea y de un Padre nuestro todo
estaba dispuesto para recibir a quien, sin duda, estaba disfrutando de esa
comensalía.
Todos comulgamos con Él.
Luego un rato de oración espontánea.
El hecho de haber estado compartiendo favorecía la espontaneidad.
Las oraciones fueron surgiendo.
La espontaneidad hace surgir lo que se tiene en el corazón.
Así llegamos al final.
Solamente quedaba la última tarea de la comensalía y todos, sin que nadie
lo solicitase, se dispusieron a dejar todo como si nada hubiese pasado.
En poco rato todo estaba limpio y ordenado.
Habían pasado dos horas y media desde el comienzo.
Las voces continuaban haciéndose escuchar.
Sin duda la comunidad había dado un paso en su crecimiento.
Sin duda la comunidad había celebrado a Jesús de una manera diferente.
Después de una experiencia como la de ayer uno toma conciencia de la
razón por la que Jesús le daba tanta importancia a las comidas compartidas.
La sencillez de una mesa.
Lo común de unos alimentos y unas bebidas.
Lo cercano del compartir.
Jesús que se hace presencia.
Lo interior que brota espontáneo.
Una experiencia que vale la pena y reconforta.
Un salir a lo cotidiano con una sonrisa a flor de piel.
Padre Martín Ponce de León