Los impulsos de la carne enfrentados a las aspiraciones del espíritu
Ángel Gutiérrez Sanz ( Catedrático de Filosofía y autor del libro REFLEXIONES DE
UN CRISTIANO DE A PIE)
Las andaduras del hombre por este mundo siempre han trascurrido entre las solicitudes
de D. Carnal por una parte y Dª Cuaresma por otra. D. Carnal sería el caballero disoluto
y despreocupado amigo del buen comer, del buen beber, del buen vivir, ávido de
experimentar todo lo que está a nuestro alcance aquí y ahora; en cambio Dª Cuaresma
representaría a la dama austera y piadosa que piensa en el más allá, que está pendiente
del futuro, que en previsión de lo que vaya a suceder se olvida del ahora. Desde muy
antiguo estos dosfuerzazas vienen librando una batalla sin cuartel, que tiene su
escenario universal en la naturaleza humana; pero existe otro escenario personal que
cada cual conoce bien, en el que cada día uno mismo tiene que hacer de mediador entre
tendencias opuestas, sin que hasta ahora nadie haya podido acabar con ninguna de las
dos, si bien es verdad, que según las situaciones por las que atravesamos, ha prevalecido
una sobre la otra, cual corresponde a un espíritu encarnado como es el nuestro. Morir al
mundo para poder vivir la vida del espíritu en plenitud ha sido y sigue siendo una
aspiración religiosa a lo largo de la historia; pero también lo ha sido el vivir a ras de
tierra el momento presente a instancias de una concepción puramente materialista de la
vida.
Hoy nos encontramos más cerca de lo segundo que de la primero. Vivimos más
pendientes del cuerpo que del espíritu, obsesionados por las necesidades materiales y
perentorias, como en su día pudo darse la obsesión de un ascetismo desmesurado, que
invitaba a vivir como si no tuviéramos un cuerpo al que había que alimentar y cuidar.
Si por algo se caracteriza nuestra cultura es precisamente por la inmediatez y
provisionalidad, después de haber renegado del pasado y del futuro. Es así como nos
hemos ido quedando suspendidos en la fugacidad del momento presente, en el que todo
se disuelve, siendo esto lo único que preocupa a la conciencia del hombre posmoderno.
Al final da igual hagas lo que hagas o dejes de hacer, porque todo se resuelve en el
devenir, sin que haya algo permanente al que poder agarrarte, de aquí la constante
incitación a vivir el instante que tienes ante ti, a exprimirle el jugo hasta donde sea
posible, a disfrutarle a tope y después… que nos quiten lo bailado. ¿No es éste el sentir
de nuestro tiempo?
Aún con todo es bien cierto que la fugacidad del tiempo, si se contempla a la luz del
espíritu cuaresmal, lo que viene a recordarnos es otra dimensión diferente, que nos
introduce en el ámbito de la intemporalidad, desde donde la vida y la muerte, la
felicidad e infelicidad, adquieren un sentido diferente. En estos días del año se nos
convoca a salir de la dispersión y adentrarnos en el recogimiento, se nos alerta a tomar
conciencia de que no es el vivir, ni el amar, ni el sufrir, lo que en realidad importa,
porque todo esto es fugaz; se nos exhorta también a reír como si no riéramos, a llorar
como si no lloráramos, a sufrir como si no sufriéramos, a morir como si no muriéramos,
porque todo ello pasa como un relámpago; lo importante es lo que vamos dejando atrás
, es decir lo que queda después de haber vivido, de haber amado , de haber sufrido, en
fin, después de haber realizado nuestra labor, y haberla realizado bien y sobre todo
importa saber que la vida sigue su camino después de la muerte, después de que todo
haya pasado. Al final lo que queda es lo que hayamos hecho durante una vida todo lo
caduca que se quiera; pero con frutos imperecederos, que habrán de ser lo que al final
distinguirá a los unos de los otros para siempre
El saber vivir es un arte difícil, que está íntimamente relacionado con saber para qué se
vive , y seguramente ésta sea la suprema sabiduría del hombre. “El vivir por el vivir”
que caracteriza a nuestra actual cultura, ha venido a restar profundidad y sentido a
nuestras vidas, por ello a nosotros, los cristianos, nos produce una enorme insatisfacción
este modo de hablar y de sentir del hombre posmoderno y quisiéramos que nuestro
mundo volviera a recuperar la finalidad última de su existir, en el marco de un
horizonte de trascendencia. Bien entendido que el estar en desacuerdo con la filosofía
del “vivir por el vivir” no significa en modo alguno ser enemigo de la vida, como a
veces se nos acusa, ni tampoco adolecer de una falta de compromiso con el momento
presente, no, es simplemente un cambio de perspectiva que nos permite ver la vida en
toda su esencialidad y plenitud, desde la permanencia del espíritu. Sólo bajo la
perspectiva de eternidad podremos decir en palabras de Antonio Machado que “Hoy es
siempre todavía”.
Los diversas filosofías o ideologías que han tratado de ofrecernos un humanismo
complaciente y optimista, han acabado por estrellarse con la presencia del mal, la
insatisfacción y la muerte en el mundo, a lo que nunca han acabado de encontrar
sentido. Cansados ya de tantos intentos malogrados, nos hemos refugiado en un cinismo
escéptico, que nos ha llevado a esconder la cabeza como el avestruz, pensando que ésta
era la única salida a una situación desesperada. Hemos escondido las cosas que no nos
gustaban para quedarnos sólo con las placenteras y hemos dicho que ésta era la realidad.
Nos hemos quedado sólo con el presente, para que la memoria del pasado no nos
torturara, ni la incertidumbre del futuro creara inquietud a nuestras conciencias. Nos
engañamos a nosotros mismos y así vamos tirando como podemos; pero la realidad
humana es la que es y no sirve de nada hacernos trampas. En cualquier caso hay que
verla como un episodio dentro de una trama más larga, con un final feliz y esto es
motivo de esperanza, de la que mujeres y hombres andamos tan necesitados