La verdad en la vida ordinaria
P. Fernando Pascual
12-4-2015
La pregunta sobre la verdad no queda entre las nubes de lo abstracto ni está reservada para los
miembros de un club de filósofos desencarnados. La pregunta sobre la verdad toca continuamente la
vida de cada hombre y de cada mujer de cualquier cultura.
Porque queremos saber si es o no es verdad esta noticia sobre un familiar, un amigo, un compañero de
trabajo, un político, un escritor, un deportista.
Porque queremos saber si esta comida es verdaderamente sana y si me ayudará en estos momentos de
mi existencia concreta.
Porque queremos saber si este dolor de cabeza es algo pasajero o la señal de que necesito una revisión
a fondo con un médico que tenga la competencia suficiente para llegar a un diagnóstico lo más cercano
posible a la verdad.
Buscamos siempre la verdad, y tememos el error, la mentira, el engaño, la confusión.
Entre tinieblas es difícil encontrar el camino verdadero. Entre mentiras es fácil creer que esta persona
es mala cuando es buena o que es buena cuando es mala. Entre sofismas muchos sucumben y aceptan
leyes que llevan a la ruina o incluso a la muerte de miles de inocentes.
La verdad es como el oxígeno del alma. A veces sentimos su ausencia, a veces sufrimos por tantas
nubes tóxicas de confusión y de relativismos engañosos.
El mundo anhela y grita, cada día, que desea encontrar verdades. No sólo para este tiempo efímero y
transitorio, sino, sobre todo, para orientar nuestros pasos hacia lo que exista tras la muerte, hacia el
encuentro eterno con Dios.
Existe una luz que ayuda a salir de las tinieblas. La trajo un humilde carpintero que vino de Nazaret y
que se llamaba Jesús. Un día dijo algo que conmueve por lo atrevido y por lo valiente: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida...” ( Jn 14,6).
Quien conoce a Cristo Jesús, quien lo ama y lo sigue, ya tiene siempre a su lado esa verdad que tanto
necesita, también para muchos asuntos aparentemente sencillos de la vida ordinaria.