Posturas del cuerpo y posturas del alma
P. Fernando Pascual
12-4-2015
Basta con leer el Evangelio para constatar cómo Jesús condenaba a quienes convertían las formas, los
gestos, las tradiciones humanas, en algo excesivamente importante. Por eso los fariseos recibieron
continuas críticas del Maestro venido de un lugar casi olvidado de Galilea.
Sin embargo, Jesús valoraba los gestos cuando surgían desde lo más íntimo del cariño. Por eso apreció
mucho la pequeña oferta de una viuda que había dado todo lo que tenía (cf. Lc 21,1-3). O el perfume
que vertió sobre su cabeza una mujer (cf. Mt 26,6-13). Al mismo tiempo, sintió pena por el poco cariño
que Simón el fariseo mostró hacia Él al recibirle en su casa (cf. Lc 7,44-47).
Las posturas del cuerpo, los gestos que realizamos ante el Señor y ante el prójimo, tienen un valor
inmenso si son sinceros, si nacen del amor, si buscan mejorar el trato con Aquel que dio su vida por
nosotros.
Por eso, cuando entramos en una iglesia, donde el Señor está presente eucarísticamente en el Sagrario,
nuestras posturas tienen un sentido pleno si reflejan cariño, respeto, atención. Jesús lo merece todo
porque dio su misma vida para salvarnos.
Esas posturas del cuerpo, sin embargo, estarán vacías si nos faltan las correspondientes posturas del
alma. De nada sirve guardar silencio al entrar en una iglesia, arrodillarse correctamente, mirar una y
otra vez hacia el Tabernáculo, si luego nuestro corazón está lleno de rencores, si no logramos perdonar
a quien nos ofendió, si criticamos vilmente el modo de actuar de otros.
Dios nos invita a vivir el culto desde lo más íntimo del alma, fuera de todo fariseísmo hipócrita. Basta
con recordar aquellas palabras de denuncia del Antiguo Testamento: “ese pueblo se me ha allegado con
su boca, y me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí, y el temor que me
tiene son preceptos enseñados por hombres” ( Is 29,13; cf. Mt 15:8).
En positivo, nuestras posturas serán correctas si unen el amor a Dios y el amor al hermano: “hemos de
mantener la gracia y, mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y
reverencia, pues nuestro Dios es fuego devorador. Permaneced en el amor fraterno” ( Hb 12,28-13,1).
Unir lo corporal y lo espiritual es, en resumen, el mejor modo de rendir culto a Dios, de vivir el
Evangelio, de hacer propio el camino maravilloso de quienes acogen el Amor y buscan hacerlo
concreto en los avatares de cada día.