SU MAJESTAD MAGNÁNIMA: EL OLIVO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hay alimentos en nuestra cultura mediterránea, que resultan indispensables en la
mesa, o resultaban. Que las penurias propias de la postguerra nos exigiesen
consumir muy poco aceite, no significa que existieran sucedáneos. Algunos guisos
aceptaban la manteca, otros la mantequilla, ambos también caros, no se olvide.
Quienes subsistían penosamente, lograban freír ciertos alimentos con sebo ovino o
bobino. Según tengo entendido, las sabrosas migas, tienen su origen en los
mendrugos que le sobraban a los pastores de la mesta y que, desmenuzados, los
cocinaban con la grasa de los corderos de sus rebaños. Aceite, aceite, en aquellos
tiempos, sólo había uno, el de oliva.
Comprendo que otros climas y otras economías, deban recurrir a semillas de
girasol, por citar la más común, que germina, crece, florece y fructifica en pocos
meses, sin exigir grandes cuidados. El olivo tarda unos años en dar fruto, es su
desventaja, pero perdura siglos, una de sus virtudes. Las culturas primitivas,
superada la etapa de comer crudo, someten los productos de su caza a las brasas
de sus hogueras en sus hogares. Más tarde, conseguidos recipientes cerámicos,
serán capaces de hervir en sus cuencos ciertas viandas. Freír es cosa ya propia de
civilizaciones más avanzadas.
La importancia y cotidianidad que nuestro árbol y frutos tenía en el mundo bíblico,
lo demuestra de manera suficiente que ahora diga que aparece mencionado el
Sagrado Texto 233 veces. Para el judío del Antiguo Testamento, el aceite de oliva
tenía cuatro finalidades fundamentales. En primer lugar condimento, como continúa
siendo aún hoy entre nosotros. En segundo lugar, alumbrado, mediante sencillos
recipientes, en las estancias domésticas. La evolución de estas, que inicialmente
eran de cerámica semejantes a un simple plato, para ir evolucionando al doblar
más sus bordes y más tarde aun incorporar el metal y llamarse candil o quinqué, ha
dejado de utilizarse, quedando únicamente como significativo alumbrado del
Sagrario, ya en recipientes de vidrio.
En tercer lugar, fue objeto de ofrenda en los templos y en el Templo de Jerusalén. Y
en este terreno sagrado, el aceite tenía un significado muy importante ya que era
materia de unción. El sacerdote y el rey eran ungidos, es decir en su cabeza se
derramaba aceite ritualmente, confiriéndole con ello la sacralización de su persona.
Continúa este significado en el ámbito cristiano que aprovecha el aceite,
consagrándolo, como oleo de enfermos y catecúmenos y acompañado de perfume,
como santo crisma. En el rito del bautismo, confirmación, unción de seriamente
aquejados, y en las tres etapas del sacramento del orden, no puede faltar el aceite
santo.
En cuarto lugar el aceite es medicina. Decirlo nos evoca de inmediato la parábola
del buen samaritano (Lc 10,34). Aquel proscrito se compadeció de la victima de
bandoleros cubriendo sus heridas con vino, desinfectante por su alcohol y aceite,
película protectora. Pero también lo era para quemaduras, como protección de la
piel y elaboración de ungüentos aromáticos para perfumes o vehículo de resinas
para embalsamar cadáveres. Si añado que aun hoy en día las hojas de nuestro
árbol son reconocido diurético recomendado por el mismo Font y Quer en su
“Dioscórides renovado” y apto para proteger y dar tersura a la piel, habré descrito
algunas de las cualidades del aceite de oliva. De acuerdo con lo dicho no extrañará
que a nuestro aceite se le llame el oro líquido (continuaré ).