SU MAJESTAD MAGNÁNIMA: EL OLIVO (II)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando yo cursaba primaria, nuestros libros de lectura, diminutas antologías,
incluían algunas fábulas. Recuerdo la hormiga, los podencos o la urraca. Eran
cuentos entretenidos, protagonizados por animales, que acababan con una
didáctica moraleja. En bachillerato supe que los autores castellanos que se habían
distinguido en este género habían sido Iriarte y Samaniego y, bastante más tarde,
me enteré de que el más famoso autor francés en este terreno literario, La
Fontaine, había tenido el honor de que sus relatos se ilustraran con grabados de
Gustavo Dore. Hasta aquí mi erudición respecto a pintorescos recuerdos infantiles
en el terreno literario.
Me sorprendió hace años, leyendo en la Biblia el Libro de los Jueces, un pasaje
centrado geográficamente en el territorio de Siquem. Ocurrió en tiempos
inmediatamente posteriores al gobierno del cazurro y buen labriego Gedeón. En el
trascurso de la reyerta que se narra, Jotán, el hijo menor, desde la cumbre del
Garizín, les grita a las gentes lo que voy a copiar textualmente:
“Los árboles se pusieron en camino para ungir a uno como su rey. Dijeron al olivo:
"Sé tú nuestro rey." Les respondió el olivo: "¿Voy a renunciar a mi aceite con el que
gracias a mí son honrados los dioses y los hombres, para ir a vagar por encima de
los árboles?". Los árboles dijeron a la higuera: "Ven tú, reina sobre nosotros." Les
respondió la higuera: "¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a
vagar por encima de los árboles? Los árboles dijeron a la vid: "Ven tú, reina sobre
nosotros." Les respondió la vid: "¿Voy a renunciar a mi mosto, el que alegra a los
dioses y a los hombres, para ir a vagar por encima de los árboles?" Todos los
árboles dijeron a la zarza: "Ven tú, reina sobre nosotros." La zarza respondió a los
árboles: "Si con sinceridad venís a ungirme a mí para reinar sobre vosotros, llegad
y cobijaos a mi sombra. Y si no es así, brote fuego de la zarza y devore los cedros
del Líbano." (9, 8-16).
El texto tiene gracia, de aquí que lo haya copiado al pie de la letra. Ahora bien, lo
que me sorprendió entonces, fue la nota a pie de página que decía que se trataba
de una de las dos fábulas incluidas en el Antiguo Testamento. Uno de los
protagonistas del relato es el olivo, comprenderá el lector el nexo con el titular.
(Para el interesado, le diré que la otra fábula es muy corta e incluida en II Re 14,9.
También advierto que cuando San Pablo se refiere a fábulas, el término tiene otro
sentido).
Entre nosotros, cuando nos referimos al aceite, establecemos diferencias: virgen,
puro, refinado… de diferentes calidades y precios. El de Israel, en tiempos bíblicos,
era único. Extraído el jugo de la aceituna por prensado mecánico, pasaba a
continuación por depósitos de agua, donde perdía las impurezas sólidas, para salir
con ese amarillo que le es tan propio y único. Compréndase, pues, que la obtención
del aceite exigía gran cantidad de agua limpia. Getsemaní, donde el Señor acudía a
rezar, más que un huerto, era un olivar con su almazara, al lado del Cedrón, que le
proveía de agua. Hoy en día podemos ver allí olivos pero la corriente de agua pasa
oculta bajo tierra. En su entorno se han encontrado testigos de estas prensas y de
los depósitos del agua para el uso indicado.
En el culto del Templo, el aceite jugaba un papel muy importante. Los candelabros,
la Menorá, por ejemplo, que era uno de ellos, el de los siete brazos, las cazoletas
de sus extremos, se llenaban de aceite, que al quemar iban estropeando la mecha,
de aquí que periódicamente se debían despabilar, responsabilidad esta de algunos
servidores del lugar sagrado. Ciertos panes que se ofrecían allí, eran de flor de
harina con aceite, algo así como nuestros productos de confitería. Los perfumes,
que frecuentemente eran resinas sólidas, en ciertos casos, se mezclaban con aceite,
lo que actualmente se llama en farmacología un excipiente y que en algunos casos
continúa utilizándose.
Tal vez la imagen más universal de nuestro vegetal mediterráneo, sea la de la
paloma con la ramita de olivo en su pico, de vuelta al Arca de Noé. El dueño y
constructor del enorme flotador, interpreta con acierto que el Diluvio ha terminado
totalmente, de manera que al árbol ya no le cubren las aguas. Entiende que Dios ha
decretado el final del castigo y reina ya la paz en la tierra.