RECUERDOS "AJENOS" DE NABLUS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me llegan a las manos dos documentos muy interesantes. Una compañera de Fe,
madre de familia y médico para más inri, al recoger los enseres de su madre,
recientemente fallecida, encuentra dos relatos mecanografiados de sendos viajes a
Tierra Santa. No ignoro que abundan los dosieres de esta guisa. Quien va a Israel,
frecuentemente, se siente periodista de inmediato y redacta sus memorias.
Diferente será que las llegue a editar. Lo curioso del caso de las que me han
dejado, es que, quienes lo escribieron, lo hicieron en 1887, dos meses de ausencia,
y 1890, menor duración: un mes y un semana, solamente. Parece que los dos
autores eran hermanos, uno de ellos abuelo de quien me los facilita.
LOS RELATOS
Cuando cayeron en mis manos estos relatos, me sentí arrebatado por su lectura.
Tenían para mí doble interés. En primer lugar el viaje en sí, el saber qué lugares
visitaban y qué ambiente se respiraba por entonces etc. En segundo lugar, recordar
a aquel desconocido amigo de mi abuelo, que en 1904, según me contaron, fue a
Tierra Santa y le trajo a mi ancestro, como recuerdo-regalo, un pisapapeles hecho
con un tronco de olivo de Getsemaní muy bien labrado y que conservo como una
reliquia.
Los autores de los diarios que comento, no se sentían enviados de ninguna
redacción. Anotaron los parajes por los que se desplazaban y, a lo sumo, los
medios de trasporte con los que lo hacían: barco, autobús, caballería o a pie. Dejan
por escrito alguna anotación piadosa, referente al trato excelente recibido por los
buenos franciscanos de la Custodia, o la acogida del Superior carmelitano del
convento de su montaña santa y que, además, les impuso el santo escapulario del
Carmen.
SAN IGNACIO
Pensaba, mientras leía los textos, en peregrinos que se explicaron con más detalle
y contaron las dificultades y peligros por los que pasaban. Sin olvidar a san Ignacio
que, según me contaron, fue encerrado en el “cuarto oscuro”, por no dejarse
proteger por el Padre Custodio e irse, en algún caso, por su cuenta, con el peligro
que tal actitud implicaba. Recordaba también a aventureros que marcharon a
tierras orientales, movidos por espíritu más o menos aventurero, desde Marco Polo
a Alí Bey y, por supuesto, en los tantos que hoy en día van a esas tierras en viajes
organizados por agencias, sin temer los sobresaltos que aquellos otros sufrían. Yo
uno de ellos, en algunas ocasiones.
Pensaba y meditaba. El relato de la gallega Egeria, lo comparaba con los miles de
fotografías de Tierra Santa que conservo y público. Las narraciones del P. Ubach,
monje de Montserrat, y sus anotaciones de gastos e inventarios de objetos
comprados, algo así como los que conservo yo, reparto o muestro, en mis charlas o
clases y que facilitan el conocimiento del texto bíblico. ¿Y qué tiene que ver lo
escrito con el título que encabeza este artículo?
SAN JUSTINO
Pensaba siempre que me he movido por tierras de la antigua Samaría, que un
cierto peligro está presente en toda peregrinación. Y yo mismo lo he sentido en
algunas de estas poblaciones. Recordaba que en esta ciudad, que en otros tiempos
se llamó Neápolis, nació Justino, el primer autor apologeta que conocemos, que
murió mártir y que nos dejó, entre otras cosas, el precioso relato de las misas de la
primera comunidad, de las que todos deberíamos aprender, desde los más progres,
hasta los nostálgicos de ritos que no son tan antiguos. (Quien desee saber algo en
este terreno, lo encontrará en alguna lectura de la “liturgia de las horas” del tiempo
pascual).
“POZO DE LA SAMARITANA”
La segunda razón está en lo que va a continuación. Del “Pozo de la Samaritana” ya
he escrito en este mismo soporte hace un tiempo. Sería presuntuoso que yo
pensara que los lectores de hoy lo fueron de aquel entonces. Y si así ocurre y
piensa que me repito, que se dé cuenta de que el tal defecto, es a su vez prueba de
coherencia personal y de que tenga en cuenta que, al texto de hoy, acompañan
ilustraciones fotográficas. Viajando en sentido de oriente a poniente, y cerca ya de
la capital, a mano derecha de la carretera y muy cerca de ella, encuentra uno un
terreno propiedad de la Iglesia Ortodoxa Griega. Franqueada la puerta, siempre he
encontrado a sendos lados del corto sendero aromáticos mirtos y algún que otro
etroj, buena señal bíblica.
SOLEMNE EDIFICIO
La planta del solemne edificio religioso la conozco desde mi primer viaje, en 1972.
Se inició a expensas del Zar de todas la Rusias y se detuvo la edificación cuando la
revolución bolchevique se impuso. He de confesar que no sé, y no he encontrado
referencia, de que año se continuaron los muros y se cubrió el edificio actual. No
me avergüenzo de decirlo, esto no es una tesis doctoral, lo único que puedo
asegurar es que es relativamente reciente.
Si lo importante, bíblicamente hablando, es el pozo, auténtico por necesidad, pues,
no hay otro en su entorno, lo que asombra es la decoración interior, obra del
diácono e iconógrafo que nos recibe. Artista, artesano, hombre piadoso de Iglesia,
continúa inquieto, progresando en el estudio y experimentación de técnicas nuevas.
Nos enseña, por ejemplo, un icono realizado sobre cristal, pero muy diferente de
los típicos de Transilvania.
CUATRO TELÉFONOS
Cristiano acogedor, nos invita a su mansión, nos enseña proyectos, invita a tomar
un té y comparte sin prisas con nosotros. Nada semejante a un ejecutivo
eclesiástico de los de hoy, que nunca tiene tiempo, y tampoco anticuado
eclesiástico, ignorante de los progresos que la técnica actual ofrece. Entre los
múltiples objetos de la mesa de su despacho, cuento cuatro teléfonos, espero que
el director incluya la fotografía.
Una peregrinación, o un viaje de estudios, a Tierra Santa, implica la aceptación de
ciertos riesgos, no lo ignoro. Pero sorprende siempre, y mucho más, el gozo de las
alegrías que la imaginación de Dios otorga al que lo emprende. (Continuaré)