SU MAJESTAD MAGNÁNIMA: EL OLIVO (III)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me refiero con frecuencia al “ropaje” bíblico. Es, pienso yo, de lo que puedo hablar
con conocimiento de causa. Los exégetas estudian textos, analizan y nos ofrecen
sus conclusiones. Pocas veces se refieren a lo que he llamado ropaje y, cuando lo
hacen, no siempre aciertan. He de reconocer que yo tampoco y, consecuentemente,
debo rectificar, y me ha tocado hacerlo alguna vez. Del olivo sobre el que vengo
escribiendo, creo yo que nunca erraré. Es un árbol único que conozco desde niño.
De vida longeva, piénsese en más de mil años. De madera dura, de corteza rugosa,
de hojas lanceadas y de no gran tamaño, ofrece sus frutos en otoño.
Las aceitunas, suprimida su amargura seguramente por simple puesta en remojo,
eran comida habitual en tiempos bíblicos. Con olivas y vino, se hace buen camino,
rezaba un dicho catalán, que, de alguna manera, es indicativo semejante. Nosotros
no hemos olvidado su apetecible sabor y las comemos como aperitivo o aderezo
selecto. Hay que reconocer que las que consumimos las sometemos al remojo en
abundante sal, algunos neutralizan su gusto áspero con sosa caustica. Yo nunca me
he atrevido a hacerlo. Lograda la compensación, se le da mayor atractivo
organoléptico añadiéndole hierbas aromáticas o permutando el hueso por otras
sustancias, son las que llamamos rellenas.
De los olivos de Getsemaní se aprovecha todo. Gente voluntaria poda y corta ramas
molestas que se conservan en un armario. He tenido la suerte de que me dieran
algunos tronquitos que regalo como objeto evocativo de la angustia del Señor en
aquel paraje. De la pulpa se extrae preciado aceite que envasado en frasquitos se
regala. Me dicen que algunos con este jugo se ungen piadosamente. Yo me limito a
conservarlo en una vitrina. Es un testimonio elocuente del inicio de la Pasión de
Jesús. Con los huesos o semillas, se hacen rosarios, más preciados que los de ricos
materiales.
Ya que me he referido a Getsemaní, recordaré que no hace mucho tiempo se
estudiaron científicamente estos olivos. La conclusión de los botánicos fue que su
edad rondaría los seiscientos años, que todos ellos descendían de un único ejemplar
de diversos troncos, algo así como si se tratase de un arbusto. Tal vez este sí era
rebrote de los que albergaron la oración del Señor y que es de suponer que, de
acuerdo con las órdenes del ejército de ocupación romana, fueron talados junto con
todo el arbolado del entorno de Jerusalén.
Como de cualquier otro vegetal existen del olivo diversas variedades. No voy a
describirlas, me limitaré a una. Se trata del olivo silvestre o salvaje, que recibe el
nombre de acebuche. Da diminutos frutos que se consideraban de poca calidad. De
poco al paladar y lo mismo el correspondiente aceite que de los tales árboles se
podía extraer lo mismo. Los tiempos cambian y cada cosa es del color del cristal
con que se mira. Consecuencia de ello es que se venden las tales aceitunas y el
consecuente aceite a buen precio.
En el pueblo donde nací, Pozaldez para más señas, las ramas de los tales olivos
silvestres, se aprovechaban únicamente para ofrecerlas a los fieles que acudían a la
liturgia el Domingo de Ramos. He leído que por aquellas tierras se elabora y
comercializa actualmente aceite. Desconozco la variedad, tendré que enterarme,
seguramente se tratará del que mencionaba como considerado antes de poca
calidad.
Ya dije al iniciar estas noticias sobre el noble y generoso árbol, que era muy propio
de la cuenca mediterránea. También que es mencionado en la Biblia 233 veces.
Estas dos características son las que justifican mi dedicación, que acabaré la
próxima semana, si Dios quiere.