Deseos que esclavizan
P. Fernando Pascual
2-5-2015
Deseamos tantas cosas durante el día: leer o escuchar música, ver un programa de televisión o limpiar
la cocina, dialogar con amigos o jugar en un parque, salir de compras o completar un crucigrama.
Los deseos surgen de necesidades interiores o de estímulos externos. Pueden ser buenos o malos, según
lo que hagamos y el modo en que lo hagamos. Nos enriquecen como personas o nos esclavizan.
¿Cuándo nos esclaviza un deseo? Cuando nos ata a algo que provoca daños en uno mismo o en otros.
Cuando quita tiempo a aspectos importantes de la propia vida. Cuando nos absorbe hasta el punto de
que perdemos el sentido de lo esencial.
Son muchos los procesos que llevan a esa esclavitud, y no siempre es fácil encontrar las causas. Algo
que inició simplemente como un pasatiempo puede llegar a convertirse en el centro obsesivo de una
vida.
Lo han experimentado quienes hicieron sus primeras apuestas y ya son ludópatas. O quienes abrieron
una cuenta en Facebook y hoy dedican un tiempo excesivo al gran teatro de quienes buscan ser vistos y
ver a otros. O quienes querían trabajar simplemente para tener un ahorrillo y ahora están encadenados a
la avidez del más y más dinero.
En muchos casos el encadenamiento es señal de un hueco más profundo, de una carencia interior que
busca compensaciones en actividades obsesivas, en lecturas absorbentes, en chats interminables. En
otros casos, simplemente es parte del dinamismo que nos impulsa a anteponer lo fácil y agradable
mientras dejamos de lado asuntos realmente decisivos para la propia vida y la de familiares y amigos.
Con una sana disciplina y con el corazón centrado en amores buenos, evitaremos deseos que nos
encadenen a actividades inútiles. Entonces será posible rescatar buena parte de nuestro tiempo para
buscar sólo aquello que vale la pena: amar a Dios, amar a los hermanos, vivir en plenitud esta breve
vida que prepara lo que será el mundo que inicia tras la muerte.