PECES O PESCADOS-2-
Padre Pedrojosé Ynaraja
Lo he contado en otras ocasiones. Cada año, el 1 de mayo, por circunstancias que
ahora no importan, nos encontramos en una ermita. Tenemos pan y vino, ya que lo
primero que hacemos es celebrar misa y para esto es preciso tenerlo, además de
agua, que allí abunda.
Acabada la celebración, comemos pan de cebada, este año también de espelta. Era
la comida de los pobres, la que acompañaría a las aceitunas o en alguna ocasión al
huevo, durante la vida histórica del Señor. Ahora bien, lo que más jolgorio produce
son los pescados al horno o a la plancha. Las disposiciones locales prohíben
terminantemente encender fuego. Los ejemplares son de tamaño mediano, enteros
y limpios pero con su cabeza, para que cualquier niño vea de lo qué se trata.
Repetimos siempre que es comida de resucitado.
Pescado fresco, recién cogido, fue lo que quiso compartir el Señor a orillas del Lago,
según el relato de Juan. Pescado seco, seguramente salado, el que le ofrecieron los
Apóstoles a Jesús, cuando quiso demostrarles que no era un fantasma.
Comer pan y pescado, pues, es consumir vianda divina. Hacerlo nosotros,
aceptándolo como símbolo, piadosa práctica.
A nosotros, el más vulgar y barato pescado azul, nos sabe a gloria.
El pueblo judío, según antiguas normas, considera que los únicos animales que se
merecen vivir en el agua, son aquellos provistos de escamas y de aletas. Los demás
son intrusos y no los aprovechan si caen en sus manos.
En el Hule, un lago situado en el curso del Jordán, entre su nacimiento y el de
Genesaret, nunca mencionado en la Biblia, he visto muchos peces-gato. Los
conozco bien, pues, en mi juventud había pescado algunos. Carecen de escamas,
sus aletas tienen pinchos que se clavan en la mano al querer sacarles el anzuelo.
Hay que vigilar bien la faena. También los he observado en el lago de Tiberíades y
en este caso, mucho más grandes. Si caen en la red de un pescador, ni siquiera se
atreve a venderlos. Fue la primera lección práctica que hace años aprendí del P.
Cortes, un gentil franciscano andaluz, que por aquel entonces era superior de la
comunidad, párroco y exclusivo cristiano, en todo el entorno de la ciudad de
Tiberias. Vida heroica para un servidor de la Custodia. Nos contó que un pescador
judío amigo suyo, le había regalado a escondidas un ejemplar grande. No quería
que nadie de los suyos le viera hacerlo, pero tampoco desperdiciarlo. Dárselo a un
fervoroso cristiano amigo era una buena solución.
Sorprende a uno cuando se acerca a la orilla que, además de los peces de los que
después hablaré, abundan graciosos caracolitos, cangrejos que, pese a ser el agua
dulce, se asemejan a los que conocemos como propios del mar. También he visto
almejas, negras por cierto, como las que conocía del Pisuerga. Supongo que habrá
muchos más, pero conste que cuando yo voy no lo hago en plan de biólogo.
Leo que hay 18 especies autóctonas de pescado. Las sardinas, semejantes a las
que conocemos y compramos. El biny, de la familia de la carpa y el musht, el más
grande, común y famoso entre todos, ya que la “tilapia galilea”, llamada “pez de
San Pedro” es plato indispensable para el que acude a un restaurante en plan, de
alguna manera, bíblico. Advierto que debido a esta fama, casi siempre el que
ofrecen se ha criado en piscifactorías. He comido de ambas procedencia, es decir
pescado con red en el pequeño mar o atrapado en los viveros que abundan
alrededor del lago. Confieso que ni unos ni otros me han entusiasmado por su
sabor. Me hubiera gustado pescar alguno, como cuenta Guy de Larigaudie que hizo,
me he llevado sencillos aparejos para probarlo, pero por mucha ilusión que tenía, a
última hora, no me he atrevido a hacerlo, por temor a que alguna ley lo prohibiera
y fuese cogido delinquiendo.
Desde cualquier punto de la orilla podía salir y atracar una barca de pequeño
calado, pero en algunos sitios se conservan sencillos y antiguos puertos. El más
interesante es el que está junto a la iglesita de la Confirmación del Primado de
Pedro. La peregrina Egeria, que lo visitó en el siglo cuarto, asegura que se lo
mostraron como el lugar exacto del episodio de la pesca de los 153 peces, según el
capítulo 21 del evangelio de Juan.
El Israel del tiempo de Jesús era un pueblo fundamentalmente agrícola y ganadero,
la pesca era una ocupación propia de la baja Galilea, ahora bien, su ejercicio
suponía otros trabajos complementarios. El constructor de barcas era el
fundamental. Tarea esta más propia de un carpintero que de pescador. Jesús,
probablemente, que conocía el oficio, ayudaría reparando cuadernas o tablas de las
paredes, sin tocar la quilla que ya era cosa de especialistas muy especializados.
Mientras, las mujeres, con lino comprado repararían las redes rotas, cosa que
también hacían los varones. Trenzarían cuerdas para el arrastre de las mallas, o
atarían los cabos a los anzuelos. El pescado, generalmente, se salaba, labor esta
más propia de ciertos lugares, entre los que destacaba la importante población de
Mágadala, de donde provenía aquella María que fue apóstol de los apóstoles, por
decisión libre de Jesús resucitado.
En 1986, un verano que el nivel del lago descendió más de lo normal, encontraron
envuelta en el barro del fondo, una barca del tiempo de Jesús. Algunos la llamaron
la barca de San Pedro, finalmente recibió el nombre de “barca antigua”, decisión
muy honrada. Podía ser la de Pedro, nada lo impide, lo que es seguro que los
apóstoles pescadores la conocerían, como ahora la gente sabe de quien es un coche
que aparca por su barrio. Después de un largo proceso de consolidación, estudio y
someterla a soluciones que asegurasen su conservación, se puede ver actualmente
en el Kibutz Guinosar. Es una de las contemplaciones que más aprecio. De ella
hablaré más detenidamente otro día.
No hablaré de la vecina Siquem, hoy llamada también Balata. Lo he hecho ya otras
ocasiones. Junto a ella se van edificando anárquicamente domicilios palestinos, que
se despreocupan del significado del lugar, inicio para judíos y cristianos, de la
Historia de la Salvación. Los arqueólogos acuden, excavan, interpretan, estudian,
dictaminan y se van. Luego la sociedad no siempre protege estos testimonios.
Tengo mal recuerdo de la “piedra alta” que coronaba un templo y que la he visto
pintarrajeada groseramente la última vez que visité el lugar. Y que conste que
estas tierras no tienen la exclusiva de tal proceder. Por desgracia se repite. A
escasos 25km de donde habito, había una necrópolis de tiempos íberos. La vi por
primera vez en la década de los cincuenta, por los sesenta todavía la volví a ver,
hoy ha desaparecido totalmente. El terreno ahora está dedicado al cultivo de
cereales, los bloques de piedra se han apartado discretamente y las posibles
cerámicas o puntas de flecha que encontraron, están en colecciones privadas
particulares. En todos los sitios cuecen habas.
LA ENCINA DE MORÉ
Pese a que me he referido exclusivamente a monumentos antiguos, no falta vida en
el lugar. Sé, aunque no lo haya visto, que se ha adecentado el entorno, por donde
crecería la encina de Moré, bajo la cual ofreció Abraham el primer sacrificio, que era
respuesta a Dios, que iba a ser desde entonces, el suyo familiar y al que ahora
nosotros reconocemos como el único y exclusivo. Se trataría sin duda , de un
“quaercus ithaburensis” propio y exclusivo de estas tierras y que crece muy ufano
por el monte Tabor, de donde procede su nombre.
No quiero dejar de mencionar a Fra Rafael Dorado. Lo conozco desde hace muchos
años, pronto va a cumplir los 90. Me ha facilitado mucho con su cortesía y talento,
el conocimiento de estas tierras y, lo que todavía es mejor, el poderme relacionar
con notables personas. Dejo para la próxima semana el relato de la visita que,
gracias al buen franciscano, nos puso en contacto con el Sumo sacerdote
samaritano del que, como adelanto, facilito un retrato hoy. Aparece el fraile en una
conmigo, en el templo al que me he referido antes, en la otra con el “gran jefe” de
los samaritanos, en su mansión de la cima del Garizín (continuaré)