Como auras… ¡de la carroña!
Jorge Arrastia
“Sus ídolos son plata y oro,
obra de las manos de los hombres” Dios.
Arrojar tres frijoles más en la mesa del famélico cubano es vergonzosa excusa.
Excusa de la avaricia, rapaz, absurda. Como el aura… de la carro￱a. Sobre la
dignidad doblada acometer… “empresas”: triturador molino donde lanzan, con
sus curvados picos, unos pocos mendrugos al esclavo, mientras engrosan, junto
a las suyas, las rojas bolsas del chiquitico, asqueante tiranuelo.
Sé comunista, todo lo perverso que quieras seguir siendo; no te lo voy a tener
en cuenta, no mella mi afilado colmillo… ᄀQue tengo un cuento!: el de las
habichuelas (el mío de tres frijoles) que producen un gigantesco árbol hasta el
de Obama ahora alcanzable cielo.
“Jack es un ni￱o que vive con su madre en el bosque; su padre muri￳ y están
pasando muchas necesidades, por lo que la única solución que tienen para poder
continuar es vender la vaca que poseen. Con tal fin Jack fue con ella hacia la
ciudad, pero en el camino se encontró con un hombre que le ofreció cambiársela
por unas habichuelas mágicas. A Jack le pareció una buena idea y, contento,
regresó a su casa. Sin embargo, su madre se entristeció muchísimo por la
noticia que traía el niño y arrojó las habichuelas fuera de la casa. Al día
siguiente, éstas habían crecido hasta el cielo, y por ellas trepó Jack hasta llegar
a un castillo habitado por un ogro gigante. El niño se hizo con los fabulosos
tesoros que éste tenía, cortó el tronco de las habichuelas, y así se solventaron
sus penurias”.
Hay ogros, pero no magias; y el Juancito nuestro, triste y hambriento, no tiene
un patio donde arrojar afuera los tres frijoles con que alcanzar tesoros, celajes,
y castillos.
¡Insensatos! Le dicen que aguante el yugo, que es con dólares con los que se
destruyen las hoces y martillos. Claro, afirman, llevará tiempo… entre tanto
arreciará la saña del tirano, redoblados latigazos y atropellos para que nadie
dude de quién es el amo y cuál su sino. ¿No estás ya acostumbrado a los
terrores? Paciencia, deja que yo me vaya comiendo la carroña; las auras somos
así, es nuestro temperamento… Si aguantas, en unos a￱os ᄀtodo habrá
cambiado!, ¡todo será tan lindo!
Viene al caso la picaresca historia del policía que detiene al conductor del auto,
porque no se detuvo completamente en la se￱al de “Pare”. El chofer le alega que
él no paró, es cierto, pero continuaba avanzando despacito. El policía la
emprende a palos con el avisado ciudadano mientras le dice: ¿Quieres que pare,
o que te siga golpeando duro y despacito?
El latigazo es hoy; hoy es que le retuercen y degradan su alma; actual la
angustia, la desesperación, la ignominia. ¡Maldita aura! No importa el plato, lo
que importa es el narigón y el yugo. Lo que punza es el yugo, lo que degrada y
envilece es el anillo en la nariz, por donde lo destrozan y lo llevan a donde les da
la gana, lo arrodillan y postran hasta el ultraje. ¿No ves cómo tu avaricia le
hace sangrar más del anillo, y apretar el yugo? ¿No ves cómo, ahora, siega más
cruelmente la hoz, y retumba el martillo? Es a la bestia a la que se la enyunta y
se da heno. Éstos son seres con alma, seres hermosos, trascendentes.
Pero si te admitiese el contrasentido, la irracionalidad de un comunismo con
abundancia de bienes materiales; te recordaría que un comunismo de lujosos
coches y exquisitos manjares, continuaría siendo intrínsecamente perverso.
Cuando tus jornadas escoges andarlas con un perverso, ya sabes, resultan
“intrinsicalidades”.
Se revuelve el apóstol, vibran sus huesos, resurge y vuelve a sentenciar: “Pero
este amor de patria ha de ser enteramente puro, sin mezcla de interés personal,
activo, activo hasta el frenesí, hasta el sacrificio, hasta la bandera, pero con una
actividad de sacerdote, sin que ella se manche nunca con el menor viso de
ambici￳n o celo”. ᄀEnteramente puro! ᄀNi el menor viso! ᄀEs sacerdocio!... ﾿Amor
de patria, ellos? ¡Les roe la codicia sus entrañas!
¡Perverso y torpe!: ¿No ves que cierras, además, la única, ¡no hay otra!, posible
liberación de la ofendida, pisoteada patria? Repletarás los bolsillos de cada
general; no habrá coronel o capitán que no reciba su tajada: el lastre de los oros
inmoviliza, dorada traba, valla infranqueable. Ahí terminarán, derramados, tus
lingotes: arrancando las ganas de rebelión al que tiene las armas. Auras y botas
desbordarán riquezas, doblando en arco el espinazo del siervo de la gleba: ¡éste,
ahora, en el aquí, sin derechos ni tierra!
Pactar con el demonio. El pacto definido: el averno lo podrá seguir siendo. Si
consigo aferrar, engrandecer, mis ídolos de oro y plata, ¿qué importa un poco
más de infierno?; especial y adecuadamente, si es al otro al que le toca: al de
los tres frijoles; al que ya tiene, endurecido, el cuero. ¿Qué importa todo lo
demás?
“Importa”
Dios