Vacunas
Padre Pedrojosé Ynaraja
Las primeras noticias que tuve sobre el tema que titula el presente, fue la película
“La tragedia de Louis Pasteur” la vi en Burgos, en los maristas, allá por el inicio de
la década de los cuarenta, del siglo pasado, evidentemente. Consulto el inevitable
google y compruebo que se filmó en el 1936 y al leer el resumen del argumento,
tengo la satisfacción de comprobar que no hierra mi memoria. Se me quedó en la
mente muy grabado el tema de la rabia y la solución que el insigne sabio aportó.
Más tarde la figura de Pasteur estuvo ligada a la frase: en lo religioso, tengo la fe
del carbonero. Descubro ahora que no fue él el que la inventó, pero no por ello lo
que leo cambia la opinión religiosa, la admiración que de él tenía hasta ahora.
Sinceramente, ha mejorado. Queda siempre en mí el recuerdo de la hidrofobia
como una de sus grandes preocupaciones y a la que aportó la solución. Su gran
preocupación por servir a la humanidad y salvarla de muchas de sus calamidades,
fue su mayor grandeza.
¿Y porqué escribo esto hoy, interrumpiendo el hilo de los temas a los que me iba
refiriendo esta temporada? Pues por la notoriedad que la prensa da al caso del
chiquillo gravemente afectado de difteria y que los comentaristas advierten que no
estaba vacunado contra esta enfermedad. Al escribirlo y sin referirse explícitamente
al caso, nos recuerdan los discursos hirientes contra las vacunas y los laboratorios
que las fabricaban, que han proliferado en los últimos tiempos. Evidentemente, las
farmacéuticas no son organizaciones humanitarias. Tampoco las fábricas de
armamentos, ni, hasta no hace muchos años, los monopolios del café o el lobby
que regula la extracción y comercio de diamantes y del oro. No creo que entre los
accionistas de una empresa de estas, se incluya una Hermana de la Caridad, ni un
discípulo de Charles de Foucauld. Afirmar tan rotundamente la tiranía de las
multinacionales farmacéuticas, como si fueran las exclusivas, sumergidas y
empapadas como están en el injusto capitalismo, no creo que sea coherente.
Ruego a Dios que la aportación que le llega al chico de lejanas tierras, logre su
curación. Situaciones equivalentes las viví respecto a una alumna de mi hermana y
se logró gracias a colaboraciones personales, de mi padre entre otros, la llegada en
perfectas condiciones, desde Inglaterra, de unas dosis de penicilina, que cortaron la
septicemia y se salvó la niña. Quiera Dios que, en este caso, ocurra lo mismo.
Pero no pretendía, pese a lo que pueda parecer, advertir sobre atrevidos discursos
referentes al terreno de la medicina social. Mi terreno no es este. Pero lo escrito
tiene valor y actualidad.
Quería señalar que una vacuna, cualquier vacuna, y aquí aterrizo, es una parábola
de la Gracia sacramental.
El recién nacido en el seno de una familia cristiana, recibe el bautismo como
salvación y como arma contra los peligros espirituales que le acecharán. Esta es la
tradición occidental. Las Iglesias Orientales, añaden en el mismo rito, el sacramento
de la Confirmación y de la Eucaristía y hasta alguna, en el caso de varones, el del
sacramento del Orden sacerdotal. ¡anda ya!, grades dosis son estas de vacuna
espiritual y esperanza de saludable futura vida cristiana
Compruebo que este aspecto sacramental, lo que técnicamente se llama el “ex
opere operato” se quiere con frecuencia olvidar. Se retrasa el bautismo y se
somete a varios cursos de catequesis antes de la comunión, al que ya casi siempre
tiene uso de razón. Tal manera de actuar les deja satisfechos a los que se creen, o
son, responsables de aquel niño o niña. Y observo perplejo el poco resultado que se
consigue.
Conozco en cambio, niños de seis años que comulgan fervorosos, sin ser
minúsculos compendios de teología, pretendiendo sus padres con ello, que estén
preparados (vacunados) cuando las tentaciones son livianas, para las dificultades
que poco después vendrán. Más que preocuparse de cursos de catequesis, sin que
los excluyan, se desvelan porque la vida familiar, el fervor y la oración hogareña,
no se olvide. Evidentemente, es mucho más fácil acompañarlo al centro de
catequesis, que rezar la familia unida, cada noche, previo el silencio del televisor
correspondiente.
A nosotros se nos ofreció una catequesis repleta de conceptos teológico, parece que
pretendían que fuéramos minúsculos sabios en materias religiosas, sin que los que
las impartían gozaran de grandes capacidades pedagógicas. Ahora en cambio la
didáctica es superior, pero, lamento decirlo, sin contagiar Amor. Que se convenza y
goce del Amor que Dios le tiene, que sea consciente de que amar a Dios, es lo más
importante que pueda vivir. Esta enseñanza catequética, elemental y suprema, no
se debe olvidar nunca