Amor, sexo y malabares
P. Adolfo Güémez, L.C.
Nadie duda que vivir la castidad no es una batalla fácil. No lo fue ayer, no lo es hoy, y no lo
será nunca. Porque en ella se dan cita dos enemigos a muerte: el egoísmo y el amor. Cada
uno luchará sin tregua hasta que alguno de los dos gane la batalla final. ¿Quién vencerá?
Depende de la importancia que le demos nosotros a uno o al otro.
El amor, para que crezca, hay que cultivarlo y protegerlo. No es una planta fácil de
cosechar. Requiere de grandes cuidados. Uno de los principales es vivir la castidad.
Esta virtud no consiste en evitar hacer ciertos actos. «En no masturbarse y no tener
relaciones prematrimoniales», como me respondió un chavo cuando le pregunté que era ser
casto. ¡Es mucho más que esto!
Vivir castamente consiste en potenciar al máximo el amor humano, en liberarlo de todo lo
que le impide amar con totalidad y de dotarlo con todo lo que necesita para ser pleno.
El egoísmo dará al amor su batalla con precisión, intentará domarlo, encarcelarlo. Pero con
la ayuda de esta virtud, podemos salir victoriosos.
Los que, como yo, pudieron asistir a la conferencia “Amor, Sexo y Malabares”, no me
dejarán mentir sobre lo que voy a escribir a continuación.
Este lunes, en el Palenque, vivimos no sólo un increíble show protagonizado por el mejor
malabarista del mundo, Paul Ponce, sino que también fuimos testigos de cuatro
apasionantes testimonios de fe.
En ella aprendimos que ser casto no es ser aburrido, apagado o insensible. ¡Todo lo
contrario! Ser casto es ser plenamente lo que somos. Es vivir sin límites, apasionadamente.
Los asistentes constatamos que nadie puede ser libre, si antes no es dueño de sí mismo, de
sus pasiones, de sus sentimientos, de su propia voluntad. De ahí que sea indispensable
adquirir tal dominio de sí, que cada acto y cada decisión que se tomen, sean siempre en una
total libertad, sin presiones externas o internas.
Claro que este dominio es una obra que dura toda la vida. Y nunca se le puede considerar
como adquirido de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades
de la vida.
La energía requerida para lograr el dominio y vivir la castidad puede ser más intensa en
ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
Pero también los adultos necesitamos de ésta para seguir amando en plenitud. No hay edad,
ni siquiera la más entrada en años, que no necesite de la castidad para ser feliz.
Sólo la persona dueña de sí misma, vive en paz con los demás y con Dios. Porque no
rehúye del mundo. Y porque no teme tampoco a los mandamientos divinos. Esto lo llena de
una gran armonía interna, que es fuente de profunda paz y alegría.
Así mismo, la castidad purifica el amor y lo eleva. Al ayudarnos a no responder sólo a los
instintos, nuestra inteligencia es capaz de ver con más objetividad y, por lo tanto, de elegir
con más libertad aquello que verdaderamente desea.
Por lo demás, está plenamente probado que quien vive castamente, aumenta su energía
física y moral. Puede rendir mucho más en los deportes, estudios y diversiones. Es un
amigo más seguro, más fiel. Un trabajador más entusiasta, responsable y tesonero.
No existen los amores baratos. Si quieres amar y ser amado, comienza por vivir la castidad.
Y verás que no hay mejor camino que éste para lograrlo.
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