¡Me duele!
Me duele que no les duelas, que no les importe el vasallaje que dobla tus
dignidades, y aplaudan al amo que te envilece, y lo abracen, y pacten a espaldas
tuyas; que digan que son un logro tuyo irrenunciable, ¡al que no renunciarás ya
nunca!, unas aulas de adoctrinamiento salvaje, donde les tachan a su Dios desde
que muy pequeños les cruzan el cuello con unas pañoletas rojas como el infierno
por curvarles la voz y el alma; que son un logro tuyo unos brutales hospitales sin
médicos, que atienden estudiantes: a los mal formados médicos los vendes, los
alquilas —tú junto al tirano si se lo aplaudes—como si fueran muebles; los
esquilmas y vejas. Inicuos hospitales donde se tuercen cifras, se mata y se
maltrata; sin medicinas ni recursos; asquerosos, desvencijados; repletos, sí, de
abandono y deprecio al decoro humano.
Acaso tengan razón en un extremo: en que no haya prisioneros de conciencia; lo
dicen porque lo creen ferozmente: porque te miran sin conciencia y te creen (¡firme
creencia!) como ellos, sin conciencia: te ven vacío de ella, porque nunca se han
ocupado de forjarla. Tienen razón: a un pueblo en que no hay César ni burgués ni
Dios, ¡es himno!, porque hay tiranos y una nueva clase en que el césar es dios, es
un pueblo al que le arrancan la conciencia. Un pueblo sin conciencia que equivale a
libertad de respirar, de trascender, de ser, ¡de religión!: aprisionan al Cristo entre
cuatro vigiladas paredes, ¡y no se los protestan!; pero hay paredón, donde al fusilar
parece que se les arranca no se qué cosa extraña que no tienen…
Tienen razón. No vas a renunciar a nada, porque nada posees. No vas a renunciar
a derecho ninguno, porque hace mucho que no tienes ningún derecho. No; no hay
prisioneros de conciencia, porque para ver que hay conciencia en un preso, tú
tienes que tenerla.
No vas a renunciar a esos derechos. No vas a renunciar a la universidad y a una
escuela “gratis” que ya lo eran hace 60 años, antes de que ellos las convirtieran en
centros de enseñanza comunista, y los niños tuvieran que pagar como labriegos en
el campo, y tuvieras que perjurar que eras comunista para acceder a una carrera
del Alma Mater ahora sin alma y sin madre. No vas a renunciar a esos malhadados
hospitales, con que sustituyeron aquéllos de médicos famosos, sabios, donde todo
era profesionalismo, pulcritud, esmero, delicadeza. No vas a renunciar ¿Lo oyes?
¿Lo tienes claro?: ¡Yo te lo ordeno! ¿Sabes cuál es la inconsciencia de todas las
inconsciencias? Decirte que no renuncias como ukase, sin haberte preguntado si
renuncias o no renuncias, con desprecio total de tu conciencia.
Me dueles, pueblo mío, me dueles hondo; me duelen ellos más acaso, porque se
revuelve mi conciencia, la que tuvimos muchos, entre esos muros que ahora tú
ocupas por las viles torceduras de sus malvadas inconsciencias. ¡Te juro que me
dueles!
Jorge Arrastía