La Sábana de Turín: (crónica apresurada)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Viajaba sin compañía en un avión poco ocupado, el día anterior no había podido
hacerlo por no llevar conmigo la documentación personal que me identificase,
pérdida de tiempo, nuevo pasaje, esperando que a la llegada a Turín el bus y el
camino posterior a pie, me fueran propicios, me encontrara con los compañeros que
eran portadores del tícket de entrada y pudiera finalmente contemplar la Sábana
Santa.
LAS PRIMERAS NOTICIAS
Recuerdo perfectamente las primeras noticias que tuve de ella. Practicaba Ejercicios
Espirituales ignacianos, en pleno retiro y silencio absoluto. El buen jesuita, tal vez
para salpicar con algo interesante, que no desdecía el sentido de aquel retiro, nos
habló de ella. Esto era en la década de los cincuenta y la interpretación que se le
daba por entonces a la imagen, era que se había formado como consecuencia de
reacciones químicas entre el cuerpo y el tejido impregnado de substancias
vegetales aromáticas. Fue muy atrayente aquella plática, la recuerdo con detalle.
He leído mucho desde entonces sobre el tema. Artículos y un montón de libros que
conservo. He visto Power points y DVDs al respecto. Estoy enterado al día. ¿Por qué
no había ido a verla, siendo así que en el Santo Sepulcro había estado más de 25
veces? Decía, me decía y repetía, que la santa pieza era una demostración científica
de la Resurrección. Semejante a una fotografía, cuya impresión era un enigma,
había aparecido en el momento de la Resurrección del Señor. La Fe, advertía y me
reafirmaba, era un misterio, un riesgo. Por eso a Abraham se le reputó como
justicia (Ro 4,3) y esperaba que a mí también se me acreditase como tal, por pura
gracia. Pero llegó un día, se me presentó providencialmente la ocasión, que pensé
que interesado como estaba siempre por todo lo científico, no era honrado que me
desentendiese y dejase de ver, la prueba que no dudaba era auténtica. Iba, pues,
por pura coherencia humana, sin esperar sentir emoción religiosa, ni fervor
personal, ni favor gratuito.
TURÍN
Vuelvo al inicio, situado en tierras italianas, Turín concretamente. Llegado al centro
de la población, lo que en el plano de papel que tenía era una pequeña distancia, en
la realidad fue casi una hora de camino andando. Por la población no vi ni un solo
letrero indicador de lo que a mí había motivado el viaje. A quien preguntaba me
contestaba amablemente que continuara en la dirección que iba, que al final de la
calle lo encontraría. No tenía prisa, así que hice el camino sin inquietarme,
pacientemente.
Tal como me habían indicado, llegado a la plaza que era el final del trayecto, a la
derecha vi la catedral y unos discretos letreros. A la izquierda, en sencillas
edificaciones, se anunciaba adoración en una, confesiones en otra. Me vino a la
mente la “dinámica del provisional” un día “plan director” de Taizé. Me sentí
cómodo. Llegaron mis compañeros. La entrada a la catedral estaba a mí al lado,
amablemente se me franqueó el paso, no sin comprobar lo que conmigo iba. En el
interior dominaba la penumbra. A lo lejos el testigo que buscaba. Ahora bien, para
acercarnos debíamos volver a salir y buscar la entrada que estaba a algo así como
media hora de camino. Llegamos plácidamente. Advierto que nada durante el día
fue precipitado, cosa que es muy significativa cuando uno va en búsqueda de
realidades trascendentes.
ANTE LA SÍNDONE: 15 MINUTOS
Volvieron a comprobar nuestro equipaje y prendas u objetos metálicos que
pudiéramos llevar, quienes nos lo advertían, lo hacían como si se tratase de un
amigo que te explica lo que tocará hacer. Uno se sentía en casa, sin que a nadie
conociera. Se iniciaba entonces el acotado camino. Cada pocos metros alguien que
portaba indicación de voluntario, te saludaba con una sonrisa y respondía si era
preciso con amabilidad y sin que te sintieras intruso. En la pared se exhibían
grandes fotografías y leyendas al respecto de héroes de la Fe. La mayoría jóvenes.
Domingo Savio, Frassati, Juan Bosco… Caminábamos lentamente, hablando, quien
quisiera hacerlo, en voz baja, sin temor. Supimos, lo preguntó mi amigo, que se
entraba al presbiterio de la catedral, en grupos de 110 personas y que se
permanecería ante la Síndone 15 minutos. Así estaba establecido. Desde las 8 de la
mañana, hasta las 8 de la tarde. Sin interrupción.
Tal era el silencio y corrección, que uno se encontraba ante la Santa Síndone sin
darse cuenta de que había entrado en el “Duomo”. Lo importante no era mirar, ya
sabía yo que la imagen era muy tenue, que si uno quería ver detalles, era mucho
mejor acudir a una fotografía. Lo importante para mí era estar, situarme en el
momento en que aquella imagen apareció, contemplando con los ojos interiores,
mejor los de la cara que estuvieran cerrados. Recordaba entonces a José de
Arimatea, que compró un lienzo para envolver el cuerpo del Señor, cosa que, dada
su categoría social, había conseguido del gobernador romano. No me identificaba ni
con él, ni con Nicodemo. Tampoco con Santa María, ni con la Magdalena, ni con San
Juan. Hubiera sido sacrílega suposición. Me atrevía a equipararme a la otra mujer
que había acompañado a la Virgen, situado yo también muy en segundo plano., sin
saber porque estaba allí y que debía hacer… Saqué alguna foto, me advirtieron que
no continuara haciéndolo. Con amabilidad y suavidad. Quería y debía hacerlo como
gesto que certificara mi visita.
PIO XI, JOSÉ COTTOLENGO, JUAN BOSCO
Pero Turín no es solo la Santa Sindone, si lo fuera, nuestra visita hubiera sido
sublime arqueología espiritual. Por estas tierras Aquiles Ratti escalaba el Montblanc,
futuro Pio XI, marcando una vía que todavía lleva su nombre. San José Cottolengo
en este país fundó su obra. San Juan Bosco, cuya biografía, leída en mis tiempos de
bachiller, tanto me entusiasmó y estimuló, su querido Domingo Sabio, el primer
santo reconocido fruto de su ingenio, Frassati… No había que pagar en ningún sitio,
ni a ninguna persona. Todo era generosidad, amabilidad. Estaba abrumado,
avergonzado. Satisfecho de la vivencia, pero notando que algo me faltaba. Dios me
lo puso al alcance. Al llegar a Barcelona, pude acompañar a un matrimonio mayor
que venía en el mismo avión, hasta cerca de donde debían alojarse aquella noche.
Me sentí en paz conmigo mismo.
“HAMBRE DE DIOS”
Pero no del todo. Cuando volvía solo en mi coche, sentía “hambre de Dios” por
decirlo de alguna manera. La visita había sido como un aperitivo espiritual, que
suscitó nuevos deseos. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea que el lector
considerará estrambótica, sin que sea yo quien le contradiga. Imaginé por un
momento, que si supiera que un gran astro se aproximaba a la tierra y que con
seguridad al chocar con nuestro planeta lo destruiría, si entonces se me presentara
la posibilidad de salvar de profanación cósmica la Sábana Santa comiéndola yo, no
sentiría que había comido tejido de Cristo, sangre de sus venas, no. Me di cuenta
que la visita a la Santa Sindone se completaba con la unión real sacramental. Había
dormido sólo tres horas, eran las once de la noche. No podía irme a dormir sin
celebrar misa. Lo hice. No se puede comparar una con otra cosa. Pero sí que sentí
la satisfacción de completar el día con esta celebración en mi iglesita. Me sentí
como el conejito de las leyendas centro europeas del día de Pascua. Me fui a dormir
tranquilo. (continuaré)