ESPINO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Ciertos vegetales, para defenderse de la perenne sequedad del medio ambiente o
de la voracidad de los rumiantes, convierten algunas de sus hojas, o parte de ellas,
en duras y afiladas espinas. Obran de esta manera las encinas, que arman de
pinchos sus hojas inferiores, las más cercanas al suelo, a las que pueden llegar las
vacas, para que no se las coman. La acacia del desierto, en este caso todas sus
ramas, ya que, si no fuera así, los camellos las devorarían completamente. Entre
nosotros se comportan así diversos arbustos. Cito dos. El endrino, “prunus
spinosa”, comestibles sus frutos, de agradable sabor cuando están totalmente
maduros y de los que se extrae el pacharán.
Me detengo brevemente en el “crataegus”. Lo hago por dos motivos. En primer
lugar por ser muy abundante. Lo he visto por la península ibérica, por cualquiera de
los lugares por los que me he desplazado. También en el Sinaí, cerca de la fortaleza
de Santa Catalina. Siempre que lo veo vienen a mi memoria imágenes infantiles.
Nos lo traía mi padre de su pueblo, Matapozuelos, como inocente chuchería.
Comíamos sus diminutos frutos, bastante insípidos por cierto, que llamábamos
amajuelas o majuelas (no confundir con el majuelo que es el terreno dedicado al
cultivo de la vid). En Cataluña se les llama cerecitas de pastor. Consultando
Wikipedia compruebo que recibe muchos más nombres. Observo ahora que chicos y
mayores pasan al lado de este arbusto sin darle ninguna importancia. Yo no dejo de
comer alguna de estas bolitas por simple nostalgia. Cuando me encuentro algún
ejemplar que en otoño luce rojas amajuelas, no dejo de traerme algunas
decorativas ramas, para ponerlas junto al Sagrario. Es un simple gesto en recuerdo
de mi infancia, ofrenda hecha en nombre de mi padre y expresando con ello sentido
de adoración al Señor-Eucaristía. Me satisfizo la indicación del Papa que dirigió no
hace muchos días a los sacerdotes que le acompañaban concelebrando, al decirles
que nuestra oración personal, también debía ser de adoración, no exclusivamente
de súplica. El ramo de “crataegus monogyna” que pongo en el altar, pretende ser
simbólica ofrenda en este sentido.
La madera de crataegus sirvió para tapar alguna grieta del casco de la “barca
antigua” a la que me he referido en otro lugar y en otra ocasión, que, como está
demostrado, es de época evangélica. Creo, pues, que Jesús también conoció este
espino, de manera que, cuando lo veo, no puedo pasar indiferente.
Espino y espinas, aparecen en 35 ocasiones en la Biblia. Nunca con significado
benevolente. En libros sapienciales, en proféticos y en históricos. Cabe destacar la
referencia que Jesús hace de ellos en sus enseñanzas y que expresa la misma
desagradable opinión. Dice Lucas 6, 44 “Cada árbol se conoce por su fruto. No se
recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas” Semejante sentido
tiene el de Mateo 7, 16 “.16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas
de los espinos o higos de los abrojos?
Hay que destacar el triste destino de un agresivo vegetal de esta género, para
confeccionar la corona o casco que le pusieron al Señor durante su pasión.
Respecto a ella me referiré en otro lugar próximamente. Baste ahora añadir que se
dice que el rey de Francia Luis IX, declarado santo, compró esta corona. En su
honor edificó la Santa Capilla de París. Actualmente, en precioso estuche de plata
se conserva la corona, en la misma población. Según cuenta la historia, una de las
espinas de esta corona, se la regaló a su hijo, el que fue después Felipe III el
atrevido. La circunstancia de que este desdichado rey, muriera en Perpignan, sin
haber dictado testamento respecto a esta preciada reliquia, hizo que se depositara
en la parroquia donde radicaba el castillo-palacio. Allí está guardada y es venerada
respetuosamente.