Identidad personal y tiempo
P. Fernando Pascual
20-6-2015
El tiempo no perdona. Miles de realidades y de recuerdos quedan sumergidos en un pasado oscuro y
cada vez más lejano. Más allá de ese tiempo, el ser humano posee una identidad personal que le
permite reconocerse en lo que hizo y mirar hacia el futuro.
La identidad personal supone una cantidad enorme de recuerdos. Una familia, unos lugares, unos
amigos, unos maestros, unos hechos. Recibí y di. Actué y sufrí las consecuencias de lo hecho por otros.
Siento sobre mí la pena por las acciones dañinas y la alegría por los gestos buenos.
En medio del flujo incesante de la vida, mi memoria conserva hilos de acontecimientos, de rostros, de
paisajes, de libros, de éxitos, de fracasos. Mucho permanece en el recuerdo, si bien con una fragilidad
sorprendente: el olvido no perdona, y provoca esa pena de no poder saludar por su nombre a quien me
reconoce lleno de alegría...
El misterio de la propia identidad personal no se agota en los recuerdos. En cada uno se esconden
proyectos y esperanzas, miedos y ansiedades. El futuro entra en el propio corazón, con perspectivas a
veces tranquilizadoras, otras veces inquietantes y llenas de misterios.
Somos seres complejos. Con una memoria selectiva, no siempre precisa, a veces distorsionada. Somos
como flechas lanzadas desde un pasado paradójico hacia un futuro rodeado de tinieblas.
Ante el misterio de la propia identidad, sabemos que hay Alguien fuera del tiempo que comprende lo
más íntimo de nuestras vidas. Dios, cercano y transcendente, Amigo y Juez, Santidad y Misericordia,
está más allá de los días, meses, años y siglos.
Con su mirada de Padre, contempla el camino temporal que recorre cada ser humano, entre miedos y
esperanzas, hacia el lugar que nos ha preparado Cristo con infinita ternura y misericordia. Mientras el
tiempo pasa, descubrimos, admirados, nuestra identidad plena: ser hijos en el Hijo...