¿Una matanza justificada?
P. Fernando Pascual
13-6-2015
Al narrar algunos de los hechos más relevantes de la tercera cruzada, el historiador René Grousset se
fijó en dos matanzas ocurridas en el año 1191. La primera tuvo como culpable a Ricardo Corazón de
León. La segunda fue la represalia del sultán de Egipto y Siria, Saladino.
¿Qué ocurrió? Poco tiempo después de que los ejércitos cristianos conquistasen la plaza de San Juan de
Acre, el 20 de agosto de aquel año 1191 el rey Ricardo mandó reunir frente a la ciudad a tres mil
prisioneros y los hizo degollar, quizá para aterrorizar a los musulmanes.
Saladino reaccionó con dureza: ordenó que fueran ejecutados los cautivos francos que tenía
encarcelados. René Grousset apostilla que “la historia no tiene derecho a reprocharle” tal acción de
represalia (cf. R. Grousset, “La epopeya de las cruzadas”, Madrid 1996, p. 228).
Este último comentario, ¿qué significa? Grousset podría explicarlo, pero murió hace ya varias décadas.
Pero el lector puede experimentar cierta sorpresa ante el mismo. ¿No habría derecho de reprochar el
asesinato de prisioneros como represalia por otro asesinato de prisioneros?
Desde luego, no toca a la historia establecer condenas morales ni declarar quiénes son culpables o
quiénes son inocentes. Pero ante ciertos hechos el historiador no deja de pensar y sentir como cualquier
ser humano. En su mente siente la necesidad de condenar aquellas injusticias que sobrecogen por su
arbitrariedad y malicia y por los sufrimientos que provocan en tantas víctimas inocentes.
Al volver la mirada ante los dos hechos apenas narrados, un historiador, como cualquier ser humano,
percibe claramente que hubo dos injusticias. Sí, una inicial, la de Ricardo Corazón de León. Pero otra
sucesiva, la del sultán Saladino.
Por eso, afirmar que la historia no tendría derecho a reprocharle al segundo su acto de venganza es un
sinsentido. El comportamiento inicuo de un rey o de un general no da permiso a otro rey o a otro
general de reaccionar de manera parecida.
La historia, entonces, sí tiene el derecho, incluso el deber, de reprochar cualquier acto contra inocentes.
Si Ricardo faltó gravemente al respeto debido a la vida de miles de prisioneros, también Saladino fue
injusto al castigar a quienes no tenían culpa alguna de la matanza ordenada por el rey inglés.
El deseo de justicia ante lo realizado por un rey “cristiano” debería llevar a una única decisión:
acometer contra el culpable. Asesinar a prisioneros cristianos, aunque estén unidos por lazos de guerra
a un rey injusto, no repara la muerte de aquellos desgraciados musulmanes acuchillados por orden de
Ricardo. Lo único que consigue es añadir un nuevo duelo: el de tantos familiares y amigos de los
prisioneros cristianos asesinados en una represalia absurda.
La historia está teñida de atrocidades que algunos, como Grousset, consideran “no reprochables”. Pero,
más allá de las valoraciones de un historiador, sabemos que nunca una injusticia puede borrar otra
injusticia. Es decir, sabemos que no hay matanzas que puedan quedar justificadas bajo apariencia de
venganza.
Sólo con acciones eficaces y enérgicas para detener y enjuiciar a los verdaderos culpables de tantos
crímenes del pasado y del presente podremos construir un mundo mejor. En ese mundo se buscará
cómo respetar a los inocentes y cómo castigar de modo adecuado a quienes fueron responsables de
tanto dolor y de tantas lágrimas.