LA PERDIZ
Padre Pedrojosé Ynaraja
Entre mis recuerdos infantiles veo muy cerca de una ventana, en una jaula, este
animal. Debería ser de algún familiar, no sé de quién, ni porque la tenía en su casa.
Generalmente la perdiz era un preciado objeto de caza, en aquellos tiempos en que
hacerlo era una ingeniosa manera de conseguir selecto alimento. Cazar es actividad
ancestral, tal vez inmediata actividad humana después de conseguir alimento en los
árboles frutales o en los nidos sustrayéndoles los huevos. El cazador entre
nosotros, en nuestro próximo pasado, salía a matar conejos, liebres o perdices,
según momentos y lugares. Era feliz practicándolo y le satisfacía comer su presa.
Hoy lo consigue con más facilidad, adquiriéndolos en el mercado. Como en tantas
otras cosas el proceso ha cambiado. Estos y otros animales, se crían en granjas y
se sueltan para disfrute del que paga por matarlas en terrenos acotados, sin gran
dificultad y sin necesitar estar dotado de gran pericia.
Personalmente, recuerdo que empecé a verlas durante excursiones por tierras de
secano. Sorprendía su rápido pero pesado vuelo al escapar, cuando uno menos se
lo esperaba. No tiene ni la elegancia, ni la destreza de la torcaz, ni la de la tórtola.
Su cantar, muy peculiar, es muy discreto, tal vez esto fuera lo que buscaba mi
olvidado pariente, al tener un ejemplar en casa. O era una hembra que se utilizaba
en descampado, algo escondida, como reclamo de animales machos libres, en
épocas de celo. Viste su cuerpo con plumas de cierto colorido, más o menos
vistoso, dependiendo del sexo y de la especie del ejemplar que uno observa.
En temporada de cría, caminado por terrenos de sotobosque bien iluminados, no
era extraño encontrarse con una de estas aves que salía velozmente, volando
primero a ras de suelo, para enseguida elevarse, sin demasiada agilidad, ni
silencioso vuelo. Recuérdese que es una gallinácea. La seguían los perdigones, que
así se llama a las crías. Ella, la adulta, volaba y los polluelos desaparecían. Era un
espectáculo prodigioso. Quedaban de tal manera inmóviles, en mimética
consonancia, confundido su discreto plumaje entre los matorrales, que no sabía uno
donde se habían metido. Si quería uno verlos, debía permanecer inmóvil un buen
rato, para que creyeran que había pasado el peligro y se moviesen en busca de su
progenitora.
La perdiz es mencionada en la Biblia tres veces. La más peculiar es la que aparece
en el I de Samuel 20,21. David, elegido rey, pero no reconocido, obligado por las
circunstancias a llevar una vida de guerrillero en el desierto de Judá, por los
aledaños del precioso paraje de Ein-Guedi, ve a Saúl, el todavía legitimo soberano,
que está durmiendo protegido por su guardián y su patrulla. Guardianes que
guardan poco, según observa. Son adversarios, no enemigos, pero el que manda
tiene miedo de caer en manos del que considera un infractor y perder su poderío.
David quiere darle una lección de lealtad, sin perder los derechos que le otorgan
haber sido ungido, así que le arrebata su lanza, sin que se despierte. Se aleja de
allí y, ya a prudente distancia, le llama, mostrándole el arma de la que le ha
desposeído, para vergüenza del Rey y de su asistente. El monarca se extraña de
que no le haya matado, pero oye a David que le dice: Que no caiga ahora mi
sangre en tierra lejos de la presencia de Yahveh, pues ha salido el rey de Israel a la
caza de mi vida como quien persigue una PERDIZ en los montes. Respondió Saúl: «
He pecado. Vuelve, hijo mío, David, no te haré ya ningún mal, ya que mi vida ha
sido hoy preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente
equivocado. Respondió David: « Aquí está la lanza del rey. Que pase uno de los
servidores y la tome. Yahveh devolverá a cada uno según su justicia y su fidelidad…
Por estos andurriales de la ribera del Mar Muerto, habita precisamente la perdiz del
desierto, la ammoperdrix heyii, la imagen que utiliza nuestro héroe, es pues muy
acertada. Advierto empero, que me he movido varias veces por este bello y poético
rincón, sin que haya visto nunca ninguna.
El texto de Jeremías se refiere a una experiencia reconocida, la perdiz, a veces,
incuba huevos de otra hembra, dice en 11,11 “La perdiz incuba lo que no ha
puesto; así es el que hace dinero, mas no con justicia: en mitad de sus días lo ha
de dejar y a la postre resultará un necio”.
El texto sapiencial de Eclesiástico 11,30, tal vez fue inspirado a alguien semejante a
mi desconocido familiar de mi niñez, dice así: Perdiz cautiva en su jaula, tal es el
corazón del orgulloso, como el espía acecha tu caída. Cambiando el bien por el mal,
está al acecho, y a las cosas más limpias pone mancha.