Del consumo a la generosidad
Cuidar nuestra casa (3)
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Además de recordar las contribuciones de los anteriores papas
en temas ecológicos, el Papa Francisco en su Encíclica menciona
unas reflexiones que ha tenido el Patriarca Ecuménico Bartolomé,
Arzobispo de Constantinopla. Aunque la Iglesia Ortodoxa, está
separada de la Iglesia Católica, el Papa manifiesta su esperanza de
llegar a una unidad plena.
Al Patriarca Bartolomé se le conoce como el “Patriarca verde”
debido a su preocupación por la naturaleza, pues como afirma él
mismo: es un crimen destruir la diversidad biológica en la creación
divina, contaminar las aguas, el suelo, el aire: es un crimen contra
la naturaleza, es un crimen contra nosotros mismos y un pecado
contra Dios.
La solución, dice el Patriarca, estará no solo en el ámbito
técnico, sino en un cambio de actitud en el ser humano. Propone
pasar del consumo al sacrificio , de la avidez a la generosidad , del
desperdicio a la capacidad de compartir , en una ascesis que
significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo
de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita
el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la
dependencia: el desprendimiento de las cosas nos hará libres.
2) Para pensar
Saber respetar la naturaleza, las cosas y estar desprendida de
ellas, es lo hará que se pase de una avidez por tener cada vez más
a la generosidad para desprendernos de nuestras posesiones y
poder compartir con los demás. Es preciso buscar el bien de las
criaturas -en primer lugar de las demás personas-, en vez de buscar
el propio interés.
Juan Taulero, dominico del siglo XIV, fue una figura
prominente en la historia de la espiritualidad cristiana. Destacó
como predicador y como director de almas. Sus escritos han influido
en numerosos místicos posteriores a él.
Se cuenta que Taulero le pedía a Dios un director espiritual. Y
en una ocasión oyó la voz de Dios que le hacía entender la
conveniencia de acudir a cierto templo, porque allí, a la puerta
misma del edificio, encontraría al maestro espiritual que tanto
necesitaba.
Fue al templo y a la entrada no veía a nadie, sólo un mendigo
cubierto de harapos. Entonces comprendió que aquel hombre
precisamente sería su maestro. Se puso a dialogar con él y,
enseguida, advirtió Juan que el mendigo se movía a gran altura en
cuestiones de vida espiritual y de unión con Dios. Sorprendido
gratamente, acabó por formularle esta pregunta: “¿En dónde
encontraste a Dios?” El mendigo le respondió: “En donde dejé las
criaturas”.
3) Para vivir
Esa fue la gran lección del mendigo: las criaturas no nos
deben alejar de Dios, y cuando es preciso hay que dejarlas. Las
cosas nos han de llevar a Dios. El mundo salido de las manos de
Dios es bueno, y hay que amarlo pero ordenadamente, sin
apegamientos, sin que nos quiten el señorío y la libertad, pues nos
impedirían ver al Dios que está detrás de ellas.
Como dice San Josemaría en su libro de espiritualidad Forja:
«Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está
como sujeto por una cadena, o por un “hilillo sutil”, que le impide
volar a Dios» (486).
Revisemos en nuestra vida esos “hilillos” que nos dificultan
seguir al Señor y pidámosle la fuerza para cortarlos.
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