Reportaje en torno a mí mismo
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pensaba el otro día que mis lectores habituales, tal vez sea atrevimiento pensar que
los tengo, perdóneseme la osadía, sabrán que escribo, conocerán unos cuantos
lugares que a lo largo de mi vida he recorrido, y advierto que he viajado poco, pero
con pasión y que con ilusión lo vengo contando. Pues bien, se me ocurrió que podía
explicar alguna de las múltiples cosas que he hecho en mi vida, algunas que
encajan en la orientación de betania.es. Concretamente, decidí narrar algunas
realizaciones en el ámbito litúrgico, para que puedan aprovecharlas algunos, dado
que son obras de tono menor y presupuesto bajo, al alcance de cualquiera que
tenga un amigo competente.
LA IGLESIA DEL HOSPITAL DE SAN CAMILO
Me referiré casi exclusivamente al interior de la iglesia del hospital de San Camilo,
en Sant Pere de Rives (Barcelona) que es en este terreno, el proyecto más
completo que he realizado, sin olvidar alguna que otra cosa de menor importancia,
pero que podrán interesar a algunos y a otros demostrar que con material barato y
técnicas sencillas, se puede conseguir recintos muy dignos. La cosa, como todo lo
de Dios, fue resultado de su prodigiosa imaginación. Vinieron a La Llobeta, casa de
espiritualidad por aquel entonces, novicios de diferentes órdenes religiosas de la
provincia de Barcelona. La celebración eucarística con tal asistencia, fue
indudablemente muy sinceramente vivida. El clima era sagrado y muy respetuoso.
Hubo en el antes y el después cordial convivencia. He de reconocer que el ámbito
donde celebramos la misa, su tamaño, iluminación y disposición de los elementos
litúrgicos, ayudaron a este clima espiritual.
JAUME SAU
Posteriormente, uno de los superiores quiso ponerse en contacto conmigo. Vino a
verme y me propuso si quería dirigir el interior de la iglesia del nuevo hospital que
estaban edificando. Me confió que el encuentro de aquel domingo le había animado
a hacerme tal proposición. Le confié que no me veía capaz yo solo de complacerle,
que caso de aceptarlo debiera ser con la colaboración de un amigo, Jaume Sau, que
con su sensibilidad artística y su competencia profesional, ambos podíamos llevarlo
a término. Estuvo de acuerdo él y también el arquitecto del conjunto. Se logró este
resultado tras una amigable y agresiva reunión. Cordial por el ambiente cristiano en
el que nos movíamos, duro en ciertos momentos, por las diferentes actitudes
espirituales y estéticas que podíamos tener.
DOS IDEAS FUNDAMENTALES
Puesta la confianza en nosotros dos, empezamos a proyectar. Jaume Sau, vuelvo a
repetirlo, era artista, artesano notorio y competente profesional. Yo sería el
ideólogo y diseñador. Tal vez más que proyectos, dibujaría garabatos, que mi
amigo perfilaría con elegancia y precisión. Partimos de dos ideas fundamentales.
Primero, tal como enseña el Vaticano II, la arquitectura en este caso interiorismo,
debía estar al servicio de la liturgia. Segundo, por convicción y preferencia de los
dos, además de noble madera, el otro material a utilizar, sería el cemento portland.
Ambos, escogidos para diseñar con criterios simples y austeros, del más bajo coste
posible. Se aceptó este planteamiento. Respetamos, pues, el edificio, un
paralelepípedo rectángulo, las vigas visibles incluidas. El Padre Superior, Jesús-M
Rui Yrigoyen, máximo responsable, estaba de acuerdo. Hablaré casi siempre en
primera persona, no por vanidad, sino por justa realidad histórica.
EL PRESBITERIO
El primer diseño correspondió al presbiterio. Sería una plataforma poco elevada,
respetando totalmente el pavimento ya puesto, suficiente para dar sentido del lugar
más insigne del recinto y que permitiera a su vez la máxima visibilidad en las
celebraciones. Siendo estable de por sí, debería permitir, cuando conviniera,
algunos cambios, sin que se tuviera que modificar el conjunto. Estábamos
pensando en la orientación del presbítero-presidente y la de los fieles en una u otra
dirección
El centro lo ocuparía la mesa eucarística. Calculada la altura al centímetro. Nos
pasamos la tarde de un domingo debatiendo sobre tal cuestión. Debería enaltecer
la figura del presidente, facilitar el movimiento de sus manos y la elegancia de su
gesto al apoyarlas sobre el altar. Tener en cuenta también sus piernas, cuando
estaba de pie y cuando hacía la genuflexión. Era preferible pecar de bajo, que el
que fuera demasiado alto, propio de los tiempos de las celebraciones antiguas, con
normas de cómo los brazos debían tocar la mesa en el momento de las palabras
históricas, la posición de os dedos y las manos, pese a ser invisibles a los fieles
que, comúnmente, estaban a su espalda. Para decidir la forma empecé por
desterrar algunas concretas. La circular, con una gran cruz extendida en el mismo
plano que cáliz, patena y candelabros, desorientaba cuando se trataba de una
numerosa comunidad, pese a ser preciosa a la vista. La de cuadrado perfecto, no
ayudaba a la disposición de la superficie, con la Eucaristía en el centro y purificador
y misal a ambos lados. Debía ser por tanto, ligeramente rectangular, muy alejada
de parecer el mostrador de una antigua tienda. He comprobado posteriormente que
en Nôtre Dame de París y en Chartres, entre otros sitios que he visitado, han
seguido iguales criterios.
UN LAMPADARIO
La centralidad del altar debía significarse mediante un lampadario. Este objeto en
sus inicios fue una protección de goteras que pudiera tener la nave, se le llamaba
baldaquín. Ahora cumple funciones ornamentales. Era fundamental la iluminación
que proyectara, no debía ser deslumbrante, demasiado intensa, a semejanza de las
de un quirófano, pero sí que convenientemente difuminada, atrajera y proclamara
que lo que debajo se realizaba era lo más importante de todo el recinto. El adorno
de esta mesa sería el tradicional pez.
EL AMBÓN
El otro elemento era el ambón. Debía expresar que no se trataba de un atril
elevado, sino de un espacio con funciones propias y exclusivas: la proclamación de
la Palabra, no una simple lectura. La decoración debía expresar que la Palabra de
Dios es un lenguaje humano. Por lo que pensé que fueran letras de los abecedarios
más conocidos, su único adorno. Escogimos caracteres latinos, griegos y cirílicos.
La silla, tal como dictan las normas, debía ser presidencial, pero no semejar un
trono y debía albergar discretamente un soporte para los libros que el presidente
podía necesitar: oracional, carpeta de anotaciones, etc. Escogí la forma octogonal,
la más antigua, seleccionada ya en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, por
poner un ejemplo. En este caso pensamos que el material apropiado sería la
plancha de hierro. En otros casos, he preferido la madera o el mismo cemento.
(Continuaré)