COMO A UN AMIGO
Sin lugar a dudas es una necesidad volver a recuperar la experiencia de Jesús como
un amigo.
Sucede que le hemos cargado de tanta solemnidad y, por lo tanto, distancia que lo
hemos alejado de la posibilidad de ser un amigo.
Para que podamos gustar esta realidad es que Dios nos obsequia con la experiencia
humana de la amistad.
Un amigo es, siempre, un tesoro que uno se realiza.
Un amigo es un alguien a quien permitimos entrar en nuestra vida.
Un amigo es a quien podemos compartir, con tranquilidad y verdad, lo que hace a
nuestra vida.
Con él podemos compartir nuestros sueños para que nos ayude a hacerlos
posibilidad.
Con él podemos compartir nuestros errores para que nos acompañe en nuestros
deseos de mejorar.
Con él podemos compartir nuestras incoherencias para que nos anime a superarlas.
Con un amigo, porque sabemos que nos conoce y acepta, simplemente somos y
ello nos hace, siempre, mucho bien.
Un amigo siempre está dispuesto para darnos su mano y para escuchar nuestros
divagues.
Cuando descubrimos hemos sido beneficiados con un amigo verdadero sentimos
que nunca estamos solos.
Un amigo se encuentra por sobre distancias, lejanías o silencios.
Un amigo siempre está, siempre podemos saber que contamos con él.
Para conversar con él no son necesarios formalismos ni frases hechas.
Hablamos con espontaneidad y naturalidad. Hablamos y dejamos frases por la
mitad para divagarnos en alguna anécdota.
Nada nos resulta más grato que poder compartir con él una historia, un silencio,
una risa, unos mates o una conversación profunda.
Un amigo nos obsequia detalles que nos hacen saber de su permanecer
constantemente en nuestra vida sin que ello nos resulte una invasión o una carga.
Siempre está dispuesto a brindarnos su tiempo aunque más no sea para observar
los encajes tejidos por los caracoles.
Siempre está dispuesto a obsequiarnos un ramito de violetas o el cono de un
eucaliptus.
Siempre está dispuesto a brindarnos lo mejor de sí para hacernos saber que le
importamos como él nos importa.
Sin lugar a dudas todo esto lo podemos, con absoluta tranquilidad, trasladarlo a
nuestra relación con Jesús.
Para ello debemos despojarlo de muchas de esas realidades que les hemos ido
añadiendo con el paso del tiempo.
Progresivamente hemos ido elevando a Jesús, lo hemos ido haciendo más y más
distante porque ello nos resulta conveniente.
Cuanto más lejos, de lo cotidianamente nuestro, ponemos a Jesús más simple nos
resulta vivirlo.
Cuando lo apartamos de nuestra vida de cada momento y logramos encerrarlo en
algún templo menos comprometedor se nos hace vivirlo.
Cuando lo experimentamos cercano lo suyo se nos torna cuestionamiento
constante.
Cuando lo experimentamos como un amigo lo suyo se nos convierte en una
búsqueda de coherencia constante.
Cuando lo encerramos en un templo nuestras debilidades son una carga.
Cuando lo sentimos como un amigo nuestras fragilidades no son otra cosa que una
realidad desde la que podemos y debemos mejorar.
Sin duda vale la pena saberlo amigo y transitar con él nuestra búsqueda de
realización personal.
Padre Martín Ponce de León SDB