Corrupciones
P. Fernando Pascual
28-8-2015
Nacer, crecer, conservarse. Luego, inicia el proceso de la propia corrupción. Lo que empezó a vivir
camina hacia su término.
Para evitar una corrupción precoz hace falta conservar la salud, evitar lo que daña, consolidar lo bueno.
La corrupción destruye. No sólo a quien estuvo vivo. También a los grupos, a las familias, a las
naciones.
Porque la corrupción en los sanos principios éticos daña a las personas y a quienes están a su lado: no
puede sobrevivir una sociedad cuando la ambición y la mentira penetran en los corazones.
Por eso es tan importante trabajar por evitar el inicio de proceso de corrupción en la vida social. Todo
esfuerzo por evitar sobornos, por desvelar mentiras, por proteger las promesas justas, permite
conservar la salud en las familias, en las empresas, en los pueblos y ciudades, en los Estados.
Junto a la prevención, hace falta trabajar por promover la salud. Premiar un comportamiento honesto,
defender los compromisos matrimoniales, ayudar a los grupos que trabajan por el bien común,
defender a los hijos y a sus madres antes y después del parto: son maneras concretas para vivificar un
grupo humano.
En un mundo donde tantos corruptos dañan a los cercanos y a veces a los lejanos, se comprende la
importancia de la honestidad y la decencia personal y pública. Con mujeres y hombres íntegros, justos,
solidarios, el mundo se revitaliza.
A lo largo de la historia humana la corrupción ha provocado y provoca daños terribles. Al revés, la
vida recta de tantas personas sencillas y trabajadoras construye, refuerza, sana y promueve relaciones
buenas y aperturas hacia Dios y hacia los demás, especialmente hacia los más necesitados de apoyo y
protección.