PAJA
Padre Pedrojosé Ynaraja
El aserto “Tierra Santa es el quinto evangelio” ya es lenguaje pontificio. Añado yo
que un muy útil complemento para entender la Biblia, es conocer la cuenca
mediterránea.
Pese a que las primeras etapas de mi vida transcurrieron en ciudades, tenía un
familiar que era labrador y ganadero, privilegio este que he agradecido a Dios.
Desde pequeño, pues, he visto sembrar. Observaba que había simiente que caía
fuera del campo, o que se escondía entre las piedras, además de la que iba a parar
a tierra buena. En la Castilla Vieja, por los campos del pariente del que hablaba, vi
segar, amontonar gavillas, trillar y, como era el “sobrino de mi tío”, amo y señor de
todo aquello, y pese a mi corta edad, pude subir en el trillo tirado por una yunta de
bueyes y permanecer monótonamente circulando, mientras se trituraba la mies. Al
atardecer se barría la era y se amontonaba lo triturado en las proximidades. Más
tarde, en día de sol y suave viento, se beldaba lo recolectado, caía cerca el grano,
un poco más lejos la paja y al final el tamo.
El cereal, trigo o cebada, se almacenaba en el granero. La paja en el pajar, que no
era inútil del todo ya que una parte se mezclaba con el pienso, otra se añadía al
estiércol, la restante quemaba lentamente bajo la chimenea, aprovechando su
calor, que complementaba el que desprendían las piñas o la leña. Sin que nadie
tenga que darme explicaciones, entiendo los pasajes del libro de Rut y algunos
otros, que se refieren a estas faenas.
Había olvidado referirme a una ocupación generalmente ejercida por mujeres, la de
espigar. Iban ellas tras los segadores, recogiendo la mies que no habían segado
ellos, que se les había caído antes de amontonarla en las gavillas, o que había
crecido fuera del campo. Era labor legítima y permitida, amparada por el Levítico
(cap. 19 y 23). Las labores de las que estoy hablando se ejercían desde la
antigüedad hasta hace pocos años. Hoy han desaparecido, todo lo hace eficiente
maquinaria agrícola.
Cuando de joven salía de excursión, al atardecer, si no llevábamos tienda de
campaña, nos acercábamos a alguna casa y solicitábamos que nos dejaran
pernoctar en el pajar. Dormíamos en lecho mullido y abrigado. La gente sencilla, en
sus casas, llenaban sus colchonetas de paja y no dormían mal. Era, pues, útil por
tanto, pero más bien considerada un subproducto del labriego, que apreciaba
fundamentalmente el grano.
Artistas de siglos no muy lejanos, plasmaron estos trabajos. Estoy pensando en
pinturas de A. Egger, las asombrosas de Van Gogh y, sobre todo, en las
encantadoras y muy conocidas escenas que de estas labores recoge y pinta J-F
Millet. Pronto, para el visitante de museos, estas imágenes les resultarán arcaicas y
precisarán que alguien se las explique. El Ángelus o las espigadoras, son telas que
a nosotros nos conmueven y nos parece que escuchamos el lejano campanario, que
llama a la oración del labrador. ¿Qué pensarán en el futuro quien los observe?
En la Biblia aparece la paja en 33 ocasiones, la mayoría del Antiguo Testamento,
otro día me referiré a estos párrafos.